Foto: Mariano Otamendi
Nadia Larcher eligió Trinar: la catamarqueña atesora la voz coplera de su abuela en la suya; corporiza el canto de raíz y de vanguardia; se reafirma en el decir con interrogaciones profundas y así eligió llamar a su primer disco con temas propios: Trinar – La flor. ¿Qué desvelos rodearon a Nadia Larcher en estas ocho canciones, tras años de afianzamiento como una de las voces clave del folklore en terrenos de expresividad sin fronteras? ¿Qué emociones la embargan al ver terminado su disco Trinar – La flor?
–¿Sabés lo primero que me pasó? Tuve ganas de abrazar a todos los compañeros y compañeras que pasaron alguna vez por esta misma sensación. Ahora creo que me bajó un velo muy grande acerca de todo lo que implica compartir las propias canciones. Pienso en todos mis contemporáneos y ahí se abre un enorme panorama. Yo le digo “revoltijo”: ojalá pueda acomodar las emociones de la vida. Ahora estoy embargada de una sensación de vitalidad: como si estuviese en un presente absoluto. Pienso en mis compañeros y compañeras compositoras y digo: “Guau. Esto es lo que se siente cuando una saca su propia música. Qué poderoso”.

Tapa del álbum Trinar – La Flor
A Nadia Larcher la rodea “un estado de agradecimiento profundo” por el íntimo proceso creador del disco Trinar, en el que se inspira en la fuerza de María, su abuela materna: una pastora de cabras que decía que la música se “trinaba”, en espejo de la voz de los pájaros. Dice Larcher: “Yo busco honrar esas enseñanzas que me dio mi abuela, una mujer de montaña a la que le habían prohibido cantar. Ella, que ya no está, canta a través de mí”. Y, aquí, Trinar “es un disco de agradecimiento a la fuerza de las abuelas y las madres que son árbol, flor y fruto de nuestro presente, trino de nuestras historias”, como se formula en el texto oficial de presentación del álbum, que produjo el pianista y arreglador Andrés Pilar.
¿Cómo lo vive Nadia Larcher también? “Este fue un trabajo intenso, interno, íntimo. Me siento agradecida y alegre por el proceso que hicimos: por toda la gente que me ayudó y me está ayudando para que esto suceda”, vibra la catamarqueña, que presentará Trinar el sábado 17 de mayo a las 21, en el Teatro Margarita Xirgu, con quienes lo grabó: Andrés Pilar en piano y voz, Pedro Rossi en guitarra y voz, Fernando Silva en contrabajo y voz, Mariano “Tiki” Cantero en batería y percusiones, y Miguel Vilca en charango. Y además estarán algunos de quienes también participaron en el disco: Luna Monti y Juan Quintero en voces, Santiago Segret en bandoneón y voz, Nicolás Ibarburu en guitarrón y Juan Pablo Di Leone en flauta.
Además de la obra que le da título, Trinar se compone de las canciones “Cariño”, “Caminantes”, “Música hermana”, “Pájaros”, “Vos”, “Almar” y “Por el agua de tu río”. ¿Por qué eligió estas ocho obras, entre tantas que ya tiene compuestas y que también irán a un segundo álbum? Responde Larcher: “El disco tiene el subtítulo ‘La flor’ porque hay una segunda parte del disco que es ‘El fruto’: como un cuento con final abierto. A esa parte dos ya la vamos a poner a dialogar en el concierto del 17 de mayo. Estas ocho canciones abren los sentidos y hay otras ocho o nueve que van a completar el concepto”.
Hay algo nítido que a Larcher la fascina del proyecto y de estas canciones: “Que vinculan a mi presente con mi origen. En mi presente están todas las sonoridades que se escuchan en Trinar, que no es un disco telúrico. Es un álbum que evoca temporalidades y géneros que vienen conmigo, del folklore, con hay gestos, señas, metáforas, imágenes, evocaciones a mi origen, pero, además, referencias a otros sonidos. El trino es lo que está en la superficie, en la copa del árbol, porque yo creo que es lo que se regenera”, concibe ella.
Entonces piensa en las visiones del disco Trinar: “Hay muchas preguntas, mucho existencialismo e imágenes de alguien que mira el mundo con el asombro de la primera vez. Hay una poesía de pluma neófita, una metáfora en embrión, y espero que este sea el comienzo de un largo camino con la palabra, y con el decir, a través de mis propias canciones. Como me dijo una vez Teresa Parodi, ‘hay que aprender a saber mirar’. Entonces, ojalá que este sea un camino de aprendizaje sobre ‘el saber mirar’. Ojalá que la segunda parte del disco logre conformar la idea del trinar que trajo mi abuela como oficio, y que me pueda volver pajarito, porque yo creo que es lo que ella hizo: como un acto de magia o un hechizo. Ahí está el relato intergeneracional”.
–¿Ves corporizado en vos lo que te legó tu abuela?
–Yo creo que hay un hechizo detrás de que mi abuela nombre a la música, y al hecho del cantar, como un trino, y que yo ahora lo retome y lo traiga para que sea el nombre de mi primer disco: como si estuviese evocando esa memoria para que me acompañe. Por eso mi abuela María está en la tapa del disco: la flor es lo que guarda la semilla, lo que guarda el fruto y lo que se cae a la tierra para generar otros árboles.
–¿Qué más descubriste de vos misma mientras hacías Trinar?
–Que hacer canciones es un viaje que implica mucho: demasiado de cada uno y de cada una. Y para mí no hay que hacerlo en soledad ni con la ficción de que vamos a solas. Este no es un disco solista, sino el disco de una persona que por la fuerza de todo su entorno está pudiendo cantar sus canciones. Yo descubrí que puedo y que tengo la valentía de hacerlo, evocando a mi abuela y a mis mujeres. Siento orgullo de haberlo hecho y eso es algo nuevo en mí, porque siempre sentí la necesidad de pedir permiso, y ahora siento la necesidad de agradecer. La sensación es distinta: mi disco Trinar me hace sentir libre. Me hace sentir bien y, todavía, con mayor compromiso con la música.

Foto: Cleo Bouza.
–¿Al sonido abierto del disco lo lograste junto con Andrés Pilar? ¿O sentís que ya lo tenías en vos?
–Hay una teoría de la literatura, y de la crítica literaria, que es que los propios textos te dan las señales de cómo comprenderlos e interpretarlos. Las ocho canciones ya traían ejercicios armónicos o líneas armónicas que nos sugirieron muchos de los abordajes que después terminaron siendo las obras. Yo compongo en la guitarra y, como no tengo un conocimiento formal de armonía formal y soy bastante intuitiva con las sonoridades, elijo acordes que no sé qué nombres tienen. Andrés Pilar los tradujo y, a la vez, dejó que las canciones hablaran desde sus armonías. Yo siento que en Trinar hay una gran mezcla de todo mi bagaje; de todo lo que escucho y escuché: de todas las cosas que me habitan. Andrés Pilar lo supo encontrar y después vino el trabajo con Pedro Rossi y con Fernando Silva, y el diálogo creativo fue fluido y hermoso, porque compartimos una contemporaneidad.
En esas referencias comunes para “este sonido contemporáneo y vital”, Nadia Larcher menciona a Aca Seca, a Jorge Fandermole, a Carlos “Negro” Aguirre, a Sebastián Macchi y a Ana Robles, entre varios. “Creo que hay un rasgo de los artistas y músicos del interior: en el riesgo de hacer folklore y hacer canciones desde un lugar más desprejuiciado, asumiendo lo que somos, y sin dejar que nos limite lo que debería ser el folklore. Mis compañeros lo entendieron perfectamente e hicieron crecer el audio de este disco, que se completó después con la escucha del ingeniero de sonido Facundo Rodríguez, con una sensibilidad bellísima. Su trabajo fue una escuela de sutileza”, celebra Larcher. Y por ello es tiempo de descifrar -en orden- el sentido y el contexto de cada una de las ocho canciones de Trinar:
“Trinar”: El tema dice “¡Canta María! Que a tu voz la escuchen los vientos. ¡Gritale al tiempo un lamento! Sana mi herida. Diga fuerte su nombre; que no la acallen los que venden tempestades disfrazadas de amor. Y que el dolor que un puño te abrió sane con este canto. Te entrego mi voz, ¡canto por vos! Soy sólo flor de tu árbol, alarido de tu vientre”. Nadia recobra la memoria de su abuela María y le habla: “Y cuando te nombres, en mi voz renacida yo cantaré tu alegría; florecerás cada día”. Luego, tras el espesor de esta lenta cadencia que insinúa una zamba, se abre un fragmento de otra, “La viajerita”, que Atahualpa Yupanqui compuso hacia 1935, y en la que relata la soledad de los habitantes de los cerros: “Desde los cerros traigo esta zambita. Por eso la llamo yo la viajerita, palomitay. Sendas de arena, tarco florido. Y un corazón que pena por un olvido, palomitay”.
“Cariño”: “Está relacionado con un momento de la peña La Olimpeña, del octeto Don Olimpio, que yo integraba, también con Andrés Pilar en piano y arreglos. Fue cuando empezamos a hacer takiraris. Estábamos en un camarín con la pianista Noelia Sinkunas y la bandoneonista Milagros Caliva y ahí mismo la cantautora Yoli Campos nos enseñó a rasguear takiraris en la guitarra. Lo primero que yo toqué fue ‘Luna de Tartagal’, y después empezamos a tocar los takiraris que hacíamos en la Olimpeña: quedé prendada a ese ritmo. Yo ya tenía takiraris en mi cabeza porque los escuchábamos con mis viejos en el Norte, pero no sabía muy bien cómo era el rasguido, porque los tocábamos más como huaynos. Y cuando aprendí el rasguido de los takiraris me fui a visitar a mis viejos: estaba en el patio, en una nochecita de verano, siempre extrañando a mi amor, y con una sensación en el pecho. Me acuerdo que escribí ‘Cariño’ en un pedacito de cuaderno, sobre una mesa. Puse ‘¡Ay! Cariño de mi corazón, son tus ojos, luz de estrella, que ilumina mi anhelo de amor, un reposo, dulce huella’. Luego tiene una referencia a la puna: ‘Son tus pasos, azahar de luna, que perfuman mi anhelo de amor, en las noches de mi puna’. Yo estaba en el valle de Catamarca, pero evoqué la puna porque, donde estamos, es la puerta de entrada a la puna catamarqueña. Y la evoqué con amor porque yo en ese momento estaba en mi propia puna. El tema tiene la anécdota preciosa de que Juan Quintero se sumó con su voz y quedó a dúo. Eso completó el sentido, porque si yo cantaba sola ‘no me digas nunca que no volverás; no me digas nunca que te vas, te vas’, iba a ser unidireccional. Pero al cantarlo a dos voces se convirtió en un diálogo: algo mucho más hermoso que una imposición o una línea unidireccional sin respuesta”.
“Caminantes”: “Este tema está inspirado en iniciativas que tuvieron dos grupos de mujeres en dos territorios absolutamente distintos del país, por causas socio ambientales. Estos dos grupos de mujeres, sin conocerse, tuvieron la misma motivación, que fue salir a caminar para denunciar daños y desastres ambientales que estaban aconteciendo. El primero fue la gran caminata que hizo el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir: las mujeres mapuches que en 2021 salieron a caminar para denunciar la quema de bosques en el Sur. Caminaron durante un mes y llegaron al Congreso con un petitorio, para pedir a los representantes de la Nación que hicieran algo para detener la quema de los bosques. El relato que yo hago en el medio de la canción son las palabras de la cosmovisión de las mujeres mapuches, para que esas palabras lleguen a las personas y transmitan esos conocimientos tan fuertes que trae aquel pueblo. Y el segundo grupo son las mujeres caminantes de Catamarca, que decidieron hacer un abrazo simbólico al Cerro Aconquija, en defensa del agua y contra el extractivismo de la megaminería. Ellas caminaron desde Belén, Santa María y Andalgalá, en Catamarca, hasta Santiago del Estero. Por eso el tema dice: ‘Vienen caminando las mujeres, rosa de los vientos, puño en alto. Vienen caminando las hermanas, abrazo de tierra encomendada. Gritan desde el valle y la montaña. Pulsa el vientre, viento de esperanza. Gritan desde el valle por mañana. Abrazo del agua encomendada’. La canción tiene una participación poderosa de Luna Monti, que expresa con su voz toda la fuerza que yo quería transmitir: es un alarido, un llamado a tomar conciencia por todo esto que dicen las mujeres. Luna canalizó toda esa fuerza con su voz. Mi intención, con esta canción, es ser puente para que la gente vaya a abrazar a las mujeres que están caminando para defender a la tierra”.

Foto: Martina Perosa
“Música hermana”: “Esta canción surgió para hablar de esta presión de híper productividad que vivimos todos, no sólo los músicos. La presión de tener que estar todo el tiempo generando cosas: el peso de que para que otros puedan apreciar lo que hacemos tenemos que hacer de más. Yo estaba en la casa de la fotógrafa Rocío Coelho y de Juan Pablo Di Leone y ellos escuchaban que yo estaba enredada en estos sentimientos. Yo me quería poner a tocar una canción y no me salía, y entonces sentí la bocanada de aire que me estaba dando la música: la humildad, la necesidad de bajar. Y a la letra de ‘Música hermana’ la escribí de un tirón en el cuaderno de notas del celular. Fue una catarsis: ‘Ayer me perdí en la duda, en la sombra, la que obtura. En lo negro de la noche, en palabras, en reproches, son palabras, son reproches. Y se fue el discernimiento, y llegaron los tormentos. Me impulsaron los vacíos, a pelear solo conmigo. A pelear sola y conmigo (…) Pero tengo mi guitarra y un montón de amigos buenos que reciben en su casa mi corazón sin tregua. Y la música, mi hermana, abre todas las ventanas, y arma pura correntada para que vuelva la calma, para que vuelva la calma’. Poder decir todo esto fue un acto de salvación: la música, mi hermana, me enseña que no hay llama que resista si no vivo en la humildad del alma, porque yo me dije que hay ambiciones que son desmedidas: que hay presiones que no tienen sentido, y a eso hay que reconocerlo. A esta canción voy a volver siempre que esté confundida. Es una especie de mojón, como decimos en el Norte -por esas apachetas de ofrenda a la Pachamama-, para acordarme de que tengo que volver a eso que la música me regaló: la comprensión de que a las cosas hay que vivirlas con humildad”.
“Pájaros”: “A ese tema ya lo habíamos registrado con las chicas de Triángula en el disco Mutántica, pero quise volverlo a grabar porque necesitaba completar su sentido con dos versos que quedaron afuera de la primera versión: ‘Pájaros, que se van volando al mar. Pájaros, que ya nunca volverán’. Es una referencia directa a ‘Las golondrinas’, la canción de Eduardo Falú y Jaime Dávalos, que a mí me acompañó mucho. Cuando yo escucho ‘Las golondrinas’ veo a mi viejo cantando y veo en sus ojos que él entendía que las golondrinas eran seres poderosos, capaces de hacer viajes sobre la faz de la tierra, que enseñan mucho y que guardan en sí mismo una sabiduría. Cuando visité la Puna catamarqueña, para mi cumpleaños, el 14 de julio, llegué a Antofagasta de la Sierra y vi a cuatro flamencos solos. Y le pregunté a mi amiga Sabrina: ‘¿Qué hacen estos flamencos acá?’. Y ella me respondió: ‘Son los que no pudieron volar. Los que no pueden cumplir el ciclo natural de tener que migrar’. Ahí se me abrió la cabeza y empecé a investigar sobre los pájaros que hacen viajes migratorios. Ellos no pueden evitar volar. No importa si tienen miedo, si tienen pereza o si no nacieron lo suficientemente aptos para el viaje: tienen que hacerlo por supervivencia. Y en nuestra naturaleza nos pasa algo similar: hay momentos en que necesitamos hacer el vuelo, cueste lo que cueste, y a veces no volvemos. Hay una metáfora existencialista sobre la Humanidad en la enseñanza de los pájaros. En la última estrofa, el bajo fretless de Fernando Silva hace una referencia a ‘Las golondrinas’ para agradecer por esa bellísima canción”.
“Vos”: “Esta especie de candombe está inspirado en las charlas que tuve con una amiga acerca de las aplicaciones del amor, de las apps de citas, y de cómo el mercado tomó el amor para convertirlo en eso. Hablábamos de cómo ese estado de realidad se había convertido en una fantasía que no nos deja estar con el otro desde la apertura: desde el aceptar el pudor y el temor que tenemos de abrirnos. Hay una parte del tema que dice: ‘Es fantasía creer que somos soles. Ya verás que lo encontrarás. El amor es tan libre, sin atar, sin forzar. Es causa y no final’. Es la idea de que somos mucho más que dos entidades -hombres, mujeres-: que somos muchos más los que estamos acá. Hay un juego de palabras sobre lo que es cada uno y cada una en relación con las normas de afuera, pero también con las normas de adentro que nos ponemos para decir quiénes somos y cómo nos queremos vincular con los demás. Por eso dice: ‘Vos discutiendo tus normas. Vos decidiendo tus formas. Vos que encendiste la condición de ser tan libre’. El tema no celebra la libertad como algo superficial, sino la condición de ser ‘tan libre’. Nombra una dificultad: algo que hay que trabajar. La canción está, además, inspirada en todas las personas que nos enseñan a pensar formas diferentes de vincularnos, más allá de las lógicas heterosexuales: que abren la posibilidad de pensar los vínculos más allá de los mandatos y las conductas absolutamente establecidas.
“Almar” y “Por el agua de tu río”: “Estos dos temas tienen referencias distintas al agua y hablan de dos estados de amor, de enamoramiento. ‘Almar’ está dedicado al Océano Pacífico, el cual me generó una emoción muy fuerte al verlo de noche en Oregon, en Portland, en Norteamérica. Me impresionó mucho. El tema dice: ‘Augurar la sonrisa que viene de tu bella almar. Brisa que es canción, cuando cantas largas plegarias de amor. Una vez yo vi al mar brillar por amor. Música de la luz, luna baña tu piel, te hace sentir, que estás viva, ¡tan viva! Tu almar’. Y el tema ‘Por el agua de tu río’ está dedicado a Agustín Priotto, que es un cantor de hermosas canciones, y está dedicado también al río Paraná, al cual conocí de manera más íntima a través de él. Por extensión, la canción está dedicada a todos los compositores que dejan fluir su río: que calman nuestra sed de amor con sus canciones. ‘Por el agua de tu río’ dice: ‘Abres cauces, lágrimas de tu mar. Hay arenas que reverenciarán tus aguas mansas. Abres cielo azul en tu río; camalotes cantarán. En el río de tu nombre pido navegar; los torrentes en tus costas lecho de luna serán. No hay más que dar. No hay soledad. No hay más que amar’”.
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