Una voz espectral nace en Estados Unidos, surca México, se eleva en Canadá y llega hasta la Argentina: la de Lhasa de Sela. En 1997, la cantante eternizó el clásico “De cara a la pared”, de su disco La llorona, con esas enigmáticas respiraciones traídas del fondo del dolor y la existencia: “Llorando de cara a la pared se apaga la ciudad. Llorando. Y no hay más, muero quizás”. Tenía 37 años cuando Lhasa falleció por un cáncer de mama, el 1 de enero de 2010, y su voz se volvió leyenda. ¿Qué legado trazó, en ella, la eternidad? ¿Qué nuevas canciones dejó Lhasa por revelar?
La respuesta contiene un lazo revelador hacia la Argentina. En septiembre de 2024 se presentó en Montreal -donde residía y falleció Lhasa- el disco Primeras grabaciones (First recordings), con temas que ella y el guitarrista Yves Desrosiers habían grabado hacía tres décadas: en 1994, tres años antes de sacar juntos La llorona. ¿Cuál es la historia de aquellas primeras grabaciones de Lhasa, entre las que editó “El cosechero”, de Ramón Ayala, y “Milonga sentimental”, de Sebastián Piana y Homero Manzi? ¿Cómo llegó a aquellas canciones argentinas?
La escucha será reveladora. Los doce temas de Primeras grabaciones anticipan el profundo estilo que lograría Lhasa de Sela junto a Yves Desrosiers, quien produjo aquel disco, también La llorona, y colaboró en la composición de muchas de las obras de la cantante mexicano-estadounidense. El disco Primeras grabaciones había sido hecho en 1994 en un estudio de la región de Basses-Laurentides, en la provincia de Quebec, y su historia vuelve aquí en las palabras exclusivas de Yves Desrosiers, desde Montreal.

Lhasa de Sela e Ybes Desrosiers. Gentileza Gina Brault –www.impresaria.ca/
¿Cómo surgió la chance de recuperar y editar el disco Primeras grabaciones? ¿Qué había pasado con este material almacenado a lo largo del tiempo?
– Yves Desrosiers: Estas grabaciones eran básicamente un demo. Al comienzo de nuestra aventura musical, Lhasa y yo grabamos algunas canciones en una máquina de cuatro pistas en nuestros departamentos, pero nunca nada de calidad. En 1994 tenía un poco de dinero ahorrado y decidí ir a grabar parte de nuestro repertorio con amigos ingenieros de sonido que regentaban un pequeño estudio de calidad profesional. Este documento debía servir como tarjeta de presentación para los conciertos en vivo y para nuestro proyecto en general. Yo guardé estas grabaciones en mis cajas de archivo, sin pensar en hacer nada con ellas más tarde.
Pero el tiempo tuvo sus giros. En 2017, Yves Desrosiers dirigió y formó parte del grupo que acompañó a una serie de artistas en un homenaje a Lhasa, por el 20º aniversario del disco La llorona. También participó en la elección de los invitados Mischa Karam, el hermano de Lhasa. “Él sacó su teléfono para reproducirme extractos de estas primeras grabaciones de 1994. Me preguntó qué eran y de dónde venían. Lo encontró muy hermoso y me dijo que le gustaría, algún día, hacer públicas esas grabaciones. Por deseo y entusiasmo de su familia, acepté. Pasó el tiempo y este año saqué de mis archivos el master de esas grabaciones y lo remasterizamos para lanzarlo como álbum”, cuenta Desrosiers.
Gentileza Gina Brault –www.impresaria.ca/
Para Primeras grabaciones, él y Lhasa tramaron un primer repertorio que alternaba entre standards de jazz y canciones sudamericanas: “Creo que elegimos las que funcionaban mejor en nuestros conciertos”, evalúa el guitarrista. Allí, en una casa prestada, “con la paz y la tranquilidad de un pequeño pueblo y tiempo suficiente para hacer varias versiones de cada título, grabamos guitarra y voz en vivo durante dos días y luego terminamos de mezclar el disco los dos días siguientes”.
Desrosiers lo recuerda bien ahora: “Creo que ambos teníamos una urgencia por expresarnos artísticamente. Yo quería que la guitarra y la voz se fusionaran en una gran complicidad: que tanto los pasajes frágiles como los momentos más intensos se construyeran en un intercambio de emociones inspirado en uno y el otro”, dice. Y, ya entonces, en 1994, tres años antes del lanzamiento de La llorona, lo sorprendió la forma en que Lhasa abordaba cualquier canción: “Para ella era necesario concentrarse en la interpretación y… ¡darlo todo!”.
Lhasa y las canciones argentinas
La conexión latinoamericana es vívida en el disco Primeras grabaciones: la guitarra de Desrosiers y la voz de Lhasa -en conexión sideral y terrenal- abren con el rasguido doble “El cosechero”, de Ramón Ayala; luego hacen temas propios; recorren los clásicos rancheros mexicanos “Tú y la mentira”, de José Alfredo Jiménez, “Se me hizo fácil”, de Agustín Lara, y “Arrieros somos”, de Cuco Sánchez; y el tema número once (antes del final con el cover de “Fever”) es “Milonga sentimental” de Sebastián Piana y Homero Manzi.
Yves Desrosiers hace memoria para regresar a aquel repertorio: “Nos gustaron mucho las canciones sudamericanas -evoca-. Al principio no conocía este repertorio, excepto algunos clásicos mexicanos: Lhasa me introdujo a la canción ranchera y a otros géneros como la milonga o los valses chilenos. Personalmente encontré este repertorio más interesante que el del jazz de los años ‘30 y ‘40 que estábamos acostumbrados a escuchar y re-escuchar de mil maneras”.
–¿Cómo llegó Lhasa a “El cosechero” y a “Milonga sentimental”?
–Chavela Vargas, Mercedes Sosa, Violeta Parra y Ramón Ayala, entre otros, entraron a mi vocabulario musical gracias a Lhasa. Eran artistas que pudo escuchar en su casa: eran parte de la música de su infancia. Al principio, en nuestros encuentros Lhasa me habló mucho de su familia, de las estancias en México y también de la música que escuchaban en esa época: me hacía escuchar los temas y cantaba de fondo. Fue algo que inmediatamente me llamó la atención y dije: “¿Por qué no tocamos este repertorio?”. Ella pareció sorprendida y, al mismo tiempo, feliz de que se lo propusiera.
De hecho, dice Desrosiers, “Milonga Sentimental” fue “la primera canción sudamericana incluida en nuestro repertorio, que hasta entonces se componía de standards de jazz. No sabíamos el título exacto de la canción y simplemente la llamamos ‘Varón’”, dice sonriendo. Las interpretaciones de Lhasa demuestran un pleno conocimiento del lenguaje de “El cosechero”, de Ayala, con sus acentos rítmicos y sus vaivenes litoraleños: el tema gana una hondura inusitada, entre la oscura luminosidad del Río Paraná, la melancolía social de Ayala y la dulce voz sombría -susurrada y elevada al cosmos- de Lhasa de Sela.
Luego, en “Milonga sentimental”, la cantante y creadora nacida el 27 de septiembre de 1972 en Big Indian (al este de la ciudad de Shandaken, en Nueva York) entona la letra tanguera de una manera afín al de las rancheras mexicanas, acompañada por una marcación de las bordonas y los suaves acordes de Desrosiers. Y, así, logra religar un universo común de canciones de desamor, pena e ilusiones románticas interrumpidas. Pero Lhasa suma algo más: cierta inocencia, en su fraseo, para hacer tolerable tanta rabia contenida, tanto enigma de amor canyengue, en su inolvidable versión de “Milonga sentimental”.
Los viajes multicolor de Lhasa de Sela
Entre el 25 y el 29 de septiembre de 2024, el disco Primeras grabaciones se presentó en Montreal, Quebec, en el marco del Iº Festival Internacional de Proyección de Videos MAPP_MTL. El viernes 27 de septiembre, el público fue invitado a una escucha pública de Primeras grabaciones, acompañada de videos producidos por Yann-Manuel Hernandez, y que fueron proyectados en las paredes de los ex silos Van Horne, un edificio emblemático en el barrio de Mile End, donde residió Lhasa de Sela.
¿Cómo vivió Desrosiers aquella primera experiencia, y aquel homenaje a la cantante en su barrio de Monteal, para presentar Primeras grabaciones? Dice el guitarrista: “Su público acudió para la ocasión y, por los aplausos después de cada canción, pudimos entender que estaban felices de volver a escuchar a Lhasa, como cuando vinieron a escucharnos tocar en un pequeño bar del barrio, treinta años atrás”.
Luego llegaría el disco La Llorona, en 1997, y Lhasa de Sela se volvería una moderna voz ancestral con repercusión popular: de La Llorona se vendieron más de 400.000 copias sólo en Francia y Canadá. Pero no tenía apuro por editar: cada disco representaba para Lhasa un momento de calma entre sus conciertos, sus búsquedas, sus viajes y sus cambios de sensorialidad. Así, recién editó los siguientes discos años después: The Living Road, en 2003, y Lhasa, en 2009. Ya en 2017 se lanzaría Lhasa Live In Reykjavik, el disco que proyectó, aún más -entre el castellano y el inglés- su repercusión internacional.
Pero todo confluye, para entender su origen y su sonoridad, al volver a escuchar el disco La llorona, de 1997; el que le brindó el galardón artístico más prestigioso de Québec: el Premio Félix. Un año después, en 1998, Lhasa consiguió el premio Juno al Mejor Artista Mundial y, ya en 2005, sería reconocida como mejor artista de las Américas en los Awards for World Music de la BBC. Para concebir aquel sonido oscuro, y, a la vez, con plena luminosidad, habrá que volver a algunos trazos esenciales de la vida multicultural de Lhasa de Sela y de su propia familia.
Su padre, el mexicano Alex Sela, fue escritor y profesor de español. Su madre estadounidense, Alexandra Karames, se desempeñó como actriz y fotógrafa. Entre ambas raíces, Lhasa viajó de chica por distintos destinos de Norteamérica y, a los 13 años, ya cantaba en cafés de San Francisco. Fue a sus 19 años cuando se trasladó a Montreal, donde conoció a Yves Desrosiers, y juntos hicieron plena la historia de Primeras grabaciones y de La llorona, mientras cantaba en bares como Le Quai des Brumes o Les Bobards.
Años más tarde, tras participar en Europa del circo contemporáneo Pocheros (en el que trabajó con sus hermanas) se radicó en Marsella, Francia. Allí compuso la mayor parte del material de The Living Road. En 2002, de regreso a Montreal, trabajó con el percusionista François Lalonde y con el pianista Jean Massicotte, quienes arreglaron y coprodujeron aquel segundo álbum. Y en diciembre de 2007 grabó su tercer disco, Lhasa -en inglés-, y que terminaría editándose en abril de 2009.
Lhasa había crecido entre carreteras. Fue educada en su casa (y en el ómnibus escolar de sus padres) y la música primigenia fue una influencia multicolor: se fascinó con Leonard Cohen, Violeta Parra, Chavela Vargas, Billie Holiday, Tom Waits, Bob Dylan y Björk, pero también con Amália Rodrigues, Maria Callas y Atahualpa Yupanqui. Y, como se sabe ahora gracias al disco Primeras grabaciones, además tuvo en sus oídos las influencias del tango y del universo litoraleño argentino. Es más: La llorona cierra con “Canción del árbol del olvido”, de Alberto Ginastera y Fernán Silva Valdés. Todo fluía con naturalidad y verdad musical en la voz esperanzada, tierna y áspera, dulce y poética, de Lhasa de Sela.
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