“Yo soy hitero. Me gusta que el folklore sea hitero. Si busco algo de raíz escucho Atahualpa Yupanqui”. Jorge Nasser abraza la guitarra. Cae una lluvia torrencial sobre Montevideo. Su perra busca un poco de calor al lado de la estufa a gas. El living, un cuadrado de techos altos, tiene algunos equipos todavía. Hasta hace unas horas estuvo ensayando con las tres guitarras que lo acompañarán en su regreso a la Argentina. Con un formato milonguero y un repertorio de clásicos de sus discos solistas y un puñado de himnos de su banda Níquel, llevadas al tempo folklórico, actuará este jueves 12 en el Torquato Tasso con Sandra Mihanovich como artista invitada. “Vamos bien pelados, sin eléctrica, ni bajo, ni batería. Vamos a flotar sobre ese cuarteto de guitarras”, dice.
A diferencia de muchos de sus colegas de generación, Jorge Nasser no desarrolló su labor solista del lado argentino, como lo hizo su amigo Jaime Roos, con el que grabó y produjo discos. Pero sí vivió muchos años en Buenos Aires. Llegó en 1976, en plena dictadura militar. Era militante del PC, conoció la bohemia y trabajó como lechero. Con el tiempo fue periodista en la legendaria revista el Expreso Imaginario y se desempeñó como ilustrador -en una galería aprendió con Juan Sasturain de historieta- y participó con sus caricaturas en la revista El periscopio, dirigida por Jorge Dorio. “Yo iba por ahí, lo mío era el cómic, la caricatura y empecé a trabajar en El Periscopio donde hice caricaturas de Piazzolla y la de Charly con la frase ¿Idolo o qué?. Sabía que esa nota de Charly iba a traer polémica”, dice y se ríe.
Después un dibujo suyo ilustró la icónica tapa del álbum Mercedes Sosa en vivo en el Teatro Opera en 1982. “Era un laburo pero en vez de poner una foto pensé en hacer algo copado y dibujé esa ilustración para el programa de los shows. Ella se enamoró del dibujo y lo quiso para la tapa del disco, que fue como un highlight de esa etapa de dibujante. Después colgué los botines. Viví como un año con lo que me pagaron. Por esa época la música ya era un barco, que golpeaba contra el costado del muelle, como la embarcación que tenía mi padre”, dice.
Un encuentro con Alejandro del Prado lo definió. Había estudiado con Claudio Gabis de Manal los piques del blues. Quería armar una banda de rocanrol. Entre 1987 y 2000 lideró Niquel, uno de los grupos de rock más populares del Uruguay. Nasser se convirtió en un sobreviviente del rock y un hombre que encontró en la milonga de Zitarrosa y en la figura de Gastón Dino Ciarlo, una nueva religión.
En 2003, editó Milongas del querer, que inauguró su etapa solista, fundiendo sus intereses musicales, la milonga y el sonido rockero de su generación. Tenía antecedentes que marcaron ese camino. “Milonga de pelo largo” de Dino, fue una canción seminal de ese estilo entre la milonga y el rock. Nasser tuvo oportunidad de compartir grabación y toques con esa leyenda. En 2008 lo invitó al estudio para registrar el tema “Prueba viviente”, para su disco Dúos (2008). Dos años después incluyó una nueva versión de “Milonga de pelo largo”, en el álbum Abrazo criollo.
El tema que ahora forma parte habitual de su repertorio parece haber sido escrita para ese vibrato emocional de Nasser, que llega directo como una flecha: “Consuelo de los que viven siempre arrastrados/Por la rutina, que es cosa seria/Recuerdo de los que huyen de nuestra tierra/De la violencia, de la miseria”, frasea el cantor, como si estuviera contando su propia vida.
A ese dato, hay que sumarle otras influencias: el candombe beat de Eduardo Mateo, la murga y el rocanrol de Jaime Roos y el candombe piscodélico de Opa. Muchas de esas influencias lo sitúan en un andarivel propio, creado a base de un repertorio de hechura popular. “Hay muchas cosas en la música. Lo mío es el candombe, la milonga, el rock y el blues. Es una cosa mestiza que se convertirá en parte del paisaje musical en algún momento”, se define el creador del espectáculo Mundo Milonga, que reúne todas esas aristas mestizas del género.
El músico uruguayo del barrio la Aduana, pegado al puerto, creció en ese cordón orillero y popular de Montevideo, curtido por el aire del río y las noches de rocanrol. Su música camina entre el semblante de la canción costumbrista, las postales ásperas y urbanas, el ambiente rural, junto a versos que tienen guiños a la marginalidad. “La lengua popular es lo que me gusta”, dice.
Nasser, habla como un historiador de Zitarrosa y su espíritu cancionero, Atahualpa Yupanqui y ese sonido propio creado con la sexta en Re, desmenuza el mito Artigas, cuenta las derivas del cancionero popular de los sesenta con Los Olimareños a la cabeza, la influencia del movimiento afro y el desarrollo de la milonga en Uruguay, en una tarde sin tiempo.
“En Uruguay la milonga es más afro, más negra. Soy como aficionado a la historia de la milonga, por el periodista que hay en mí que un poco registra todo como un cronista, pero me gusta que se me borren los contornos y tener el rastro hasta ahí. Nunca quise ser un portavoz de la milonga. No me busquen a mí para eso”, dice.
¿Por qué te pegó la milonga viniendo de una banda de rock como Niquel?
-Porque mi abuela tocaba milonga en la casa. Era una repentista natural. Si había un problema y quería reírse de alguien ella hacía unos versos picarescos por milonga. Tanto Zitarrosa como Los Olimareños eran una música muy presente en mi casa, pero el encuentro con Toto Méndez y el Cuarteto Zitarrosa me marcó. Eso fue en el ’95 cuando los grabé.
-¿Cómo lo conociste a Toto Méndez, guitarrista de Zitarrosa?
-Se inauguraba la plaza Zitarrosa en el Cementerio Central, en frente de donde vivía. Fui con mi novia a ver que pasaba. Era algo loco para mí. Estaba Juceca que era gran amigo de Alfredo, un intelectual que era humorista. Después actuó este cuarteto de guitarras instrumental y quedé flasheado. Me pareció increíble. El escenario era una chata de un camión. Cuando terminó me arrimé y le dije: ¿Maestro, usted no tiene un disco?. Ahí fue que lo invité a grabar en Sondor y compuse una canción llamada “Milonga igual”, que no me animé a cantarla. Como no estaba Alfredo dijimos: ¿quién puede cantar esta canción?, y pensamos en Canario Luna. Y esta esa canción y cuando la grabó lloramos. Esa sesión fue una noche larga de mucha bohemia y alcohol. Ya teníamos la mente abierta porque veníamos de la experiencia de Jaime Roos.
-¿El encuentro con Jaime, también te definió en tu camino musical?
-En realidad primero lo escuché a Jaime en los ochenta cuando teníamos la revista El Periscopio en Buenos Aires. Fue como ver la luz cuando escuché Para espantar el sueño. En ese disco estaba “Candombe del 31” y era como escuchar a un extraterrestre. En ese momento hice una nota para El Expreso Imaginario, donde era especialista en músicas raras. Me llevó Pipo Lernoud. Pedí para hacer una nota con Jaime y vine a Montevideo. Fue fundacional. Conocí a la madre, nos hicimos amigos, lo llevé a tocar a Buenos Aires. Después participé en el disco 7 y 3. Por esa, época también le produje unos shows de Eduardo Mateo, donde toqué como bajista y después se sumó el maestro Urbano Moraes (El Kinto). Recuerdo que estaba Carlos Piriz (productor del álbum Mateo sólo bien se lame) y vinieron todos los de El Expreso. Era como ver a los apóstoles frente a un músico que estaba dorado, iluminado.
-Estuviste metido en muchas cosas, en ese sentido sos como un músico, que exploró muchas vertientes artísticas.
-Soy un artista renacentista y viví muchas experiencias increíbles. Eso da una idea de donde salgo. Agarré un montón de cosas que se conectan a través de mi existencia.
-¿Qué esperas de este regreso a Buenos Aires?
-Buenos Aires es la reina loco. Todo lo que salga por el túnel del vestuario de Buenos Aires siempre va a tener más importancia, porque es un centro de emisión quizás como el DF. La realidad es que hice mi vida sin ese pasaporte. Con Níquel cruzamos muy poco y cuando firmamos con BMG, a mediados de los noventa podríamos haber entrado. En Montevideo nos iba muy bien. Con mi carrera local, para alguien con mis ambiciones de vida, me dio para criar a mis hijos, vivir. Ahora cuando voy tengo que remar como en los comienzos, pero no importa, es la que me tocó. También, me tocaron otras cosas.