Foto: Nadia Guzmán
Alan Sutton exorciza la ansiedad cantando canciones para sí y para los demás: con un fortísimo peso en redes sociales hace años, la banda Alan Sutton y las Criaturitas de la Ansiedad vivirá un hito en su trayectoria independiente desde que se formó en 2017: el 9 de agosto (en medio de su gira local y latinoamericana) presentarán su disco Berrinche en el Teatro Gran Rex, además de los clásicos con su acervo sonoro -de rock, pop y folk- entre la ironía, la parodia, el absurdo, el amor y la nostalgia. ¿Cómo lo vive Alan Sutton? “Fue extremadamente necesario hacer un disco con las características de Berrinche. Es un recreo vigorizante entre las cosas que queremos cambiar y las que queremos seguir haciendo como siempre”.
En Berrinche, Alan Sutton y las Criaturitas de la Ansiedad enternecen y desafían por su búsqueda, a modo de un viaje entre sus obsesiones de siempre y un nuevo decir más reposado, acústico e íntimo, gracias a haber grabado el disco en apenas trece días en una cabaña de El Calafate: Berrinche es un álbum con guitarras de nylon y percusión orgánica para su catarsis artística en medio del ruido y de la furia cotidianas. Aunque no pierden el humor, la ironía y la teatralidad, que llevarán al Teatro Gran Rex con una gran puesta escénica: será una misma noche de introspección y de gozosa expansión.
Así lo adelanta Alan Sutton: “El show del Gran Rex tomó un pequeño giro -dice-. Vamos a presentar Berrinche y además pasaremos por momentos del primer disco, de 2018, del segundo, de 2020, y del tercero, de 2023. Va a ser bastante bonito recordar pedacitos de toda nuestra historia hasta hoy. De alguna manera, Berrinche inaugura una nueva forma de comunicarnos entre nosotros, pero simplemente estamos honrando todo lo que sucedió hasta ahora para continuar, y punto”.
Escribe Alan Sutton en la canción “Berrinche”, que da el tono poético y sensorial a todo el disco: “Nunca está de más un poquito de paciencia; por un lado está la paz, por el otro está la ciencia; de esperar que algo pase en este lugar, laralarara. Es que estoy tan aburrido de charlar solo conmigo; prefiero a mi mamá; yo prefiero a mis amigos y a este sol cuando te ilumina a vos, larararara (…). Te juro, no lo arruino; no vuelvo a hacer berrinche. Te lo pido por favor”.
Cada una de las emociones del álbum gira entre los desencuentros y reencuentros de Alan Sutton consigo y con los demás: en lo lúdico, lo vivencial y lo emocional a flor de piel. ¿A dónde los llevará este viaje de canciones pasado el Gran Rex? ¿Cómo se preparan para el Berrinche Tour, que además de Argentina incluirá presentaciones en Montevideo, Ciudad de México, Santiago de Chile, Bogotá y Madrid? Responde Sutton: “Nosotros somos unos manijas y ya estamos pensando en lo que sigue después de Berrinche. Uno siempre está un poquito atravesado en el tiempo: tiene que estar presentando cosas que escribió dos años atrás. Pero bueno, el recreo que nos implicó Berrinche también nos destrabó muchas cosas, nos reordenó las prioridades y nos puso los pies en la tierra”.
–¿“Recreo” en qué sentido? ¿Por haberlo grabado en forma rápida y acústica en El Calafate?
–Más allá de haberlo grabado así hay algo de levedad, ¿no? De repente todo empezó a tener muchísimo peso. Yo tocaba mis canciones en el subte o en el colectivo, como artista callejero, y luego pasamos a tener veinte personas a nuestro cargo, dándole trabajo a un montón de gente. Ahí dejaron de ser solamente las cancioncitas: empezó a ser un grupo humano con peso propio. Yo cometí un error garrafal hace ocho años, que fue ponerle mi nombre a la banda. Pero bueno, es el que figura en mi DNI y también eso es rarísimo.
En ese tren de canciones, Berrinche fue un recreo porque necesitábamos un ejercicio de levedad. La idea, en realidad, era grabar temas acústicos con la guitarra, y nos fuimos con Jerónimo Romero, el guitarrista y productor de la banda, y con Gonzalo, que es nuestro técnico histórico. Nos prestaron una cabaña en el Calafate, nos encerramos ahí y al disco lo hicimos de manera consecutiva, encerrados, tratando de quitarle las expectativas. Incluso este disco es lo más contra-intuitivo del mundo a nivel industria y de estrategia. Lo hicimos porque teníamos ganas y nos dijimos: ‘Si nos escucha la gente no es para seguir dándole exactamente lo mismo que precisa la industria, o el consumo. Tenemos que hacer lo que se nos cante’. No es al revés: no es que tenés que perseguir todo el tiempo cuál es la demanda, porque sino te volvés loco y te transformás un producto. Entonces, fue bonito permitirnos como equipo hacer algo como Berrinche, para recordar un poco lo importante.
–¿Las canciones habían surgido antes de la grabación? ¿O las terminaron en El Calafate?
–No, yo soy hinchapelotas: necesito mucho tiempo con las canciones. Eso sí que no lo podría plantear de manera leve. ¿Sabés lo que terminó de suceder? El enlace entre cada una de las canciones. Berrinche es un disco que habla todo el tiempo de sí mismo. Por ejemplo, hay una canción que dice “soy agua de lluvia y vos agua de mar”, y, después, la canción “Estar mejor” dice “si te inundo, si te falto, no te vayas a olvidar”. A esas cositas sí las corregí ahí. Pero, después, casi todo estaba escrito. Hay muchos elementos que se repiten a lo largo de Berrinche, como la puerta, y que hay algo del otro lado. También está la casa, como cuando digo, en la estrofa final de “Pintura en la pared”: “Para poder volver a casa, quiero querer volver a casa”.
Aquí, Alan Sutton esboza una nítida definición: “Creo que Berrinche es el álbum más conceptual, al menos líricamente, que hemos hecho. El concepto lo abraza directamente a la cabaña y a El Calafate, pero las canciones están muy conectadas porque hablan de un proceso de angustia y de intentar estar mejor: de lograr sanación frente a la ansiedad, al aislamiento y a la presión externa”. Y entonces profundiza: “Las canciones son un proceso de sanación personal. Después encontré la manera de lucrar con eso y está bueno, pero primero que nada yo las hago para mí: son una forma de sublimar”.
–¿En qué sentido?
–Yo ahora estoy en un momento en el que quiero, por ahí momentáneamente, ponerle una pausa a sublimar mis emociones a través de lo que escribo, a través del arte. Prefiero guardarme eso para mi intimidad, con mi novia, con mis amigos, con mi familia, y empezar a tener una bajada de línea más política, no partidaria, ideológica, sobre todo en este momento en que está todo en un lugar un poco extraño. Quiero guardarme la intimidad para mí.
En esa línea “las canciones de Berrinche fueron una ayuda, primero, para mí, y si me empujo a sacarlo más allá de la intimidad es porque creo que puede acompañar a los demás. A nosotros nos siguen muchas adolescencias, muchas infancias, y para mí eso es bonito. Lo nuestro es como un mate compañero”.
–En una entrevista de febrero planteaste dos ideas contradictorias o complementarias: por un lado dijiste que el artista no tiene un rol determinado en estos tiempos, y, por otro, hablaste del rol político de las canciones en el sentido de despertar sensaciones humanas. ¿Cómo compatibilizás ambas ideas?
–Me encanta lo que estás diciendo. Primero que nada me voy a autocitar y voy a decir “estoy harto de las contradicciones y a la vez no las quiero dejar”. Yo habito un poquito una cosa de no exigencia al mundo, y por un nihilismo insoportable en la cual nada tiene sentido, y, por otro lado, lentamente el modernismo me empieza a comer los pies. También, porque cumplí 30 años, me empiezo a poner un poquito más grande y siento que hay que poner la postura en algún lado. Yo siempre fui bastante nihilista y posmoderno, y a la vez quiero hacer las cosas distintas. A veces hago una crítica a la industria porque es agotador. Y porque no me gusta que los pendejos estén escuchando canciones nada más que de sexo y de drogas. Es un poco insoportable: creo que somos un poco más elevados como especie.
Y se queda pensando: “Esto me lo enseñó mi novia. Yo me siento a ver la película Avengers, de Marvel, y la re disfruto, pero soy un poco más hinchapelotas con la música porque es mi oficio. El rol que quiero tomar, sobre todo por este espejo que se ha dado con adolescencias y juventudes, es tomarme con responsabilidad lo que se me ha dado. Cualquier tipo de exposición no puede ser una finalidad para mí: tiene que ser un medio para un propósito. Yo quiero volver a creer en los propósitos. Nietzsche decía que ‘cualquier persona que tenga una razón para vivir puede soportar cualquier forma de hacerlo’, y para mí empieza a ser muy claro el propósito de lo íntimo, que es muy distinto al de lo público, al de lo musical. Por un lado quiero disfrutar la vida con mis amigos, y, por otro, en la lírica queremos romper las pelotas: no queremos adaptarnos a lo más evidente. Queremos hacerlo un poquito más complicado y que tome el tiempo que tenga que tomar: somos persistentes”.
–Complicado pero a la vez simple, porque las letras de Berrinche llegan a un nivel de simpleza que imagino que es buscado…
–Yo empecé estudiando filosofía y me fui de la carrera porque me asustaba adquirir un lenguaje que no me permitiese comunicarme, después, en otros espacios. Desde siempre tuve una búsqueda de accesibilizar conceptos en canciones. Antes de componerlas yo escribía ideas y pequeños ensayos, y lo que procuro acá es abrir esos conceptos para que cada quien cale a la profundidad que quiera calar. Me encanta la poesía del Flaco Spinetta, pero a mí me gusta algo más literal: que las palabras te sugieran algo para ahondar después. Me pasa mucho que chicos que por ahí me escuchan desde los 11 años y hoy tienen 15, crecen con esta música y, de repente, las palabras vistosas y chispeantes toman otra coloratura y eso también es interesante.

Foto. Diego Homez
Las dos caras de la ansiedad
–¿Qué fue lo más conmovedor que te pasó desde que el 10 de abril salió Berrinche en las plataformas?
–Mirá, recién pude volver a escuchar el disco a principios de junio. El fin de semana que salió Berrinche tuve pesadillas de estar desnudo por la calle. Justamente, hablando de la industria musical, aquí estoy con mi propio nombre haciendo canciones que son de sangre. No tengo duda de que tienen su función, pero al mismo tiempo me sentí completamente en pelotas en un mundo en el cual mañana aparece un ovni y todos seguimos scrolleando. Pero después me encuentro con adolescentes, con jóvenes, que me dicen “Berrinche me está acompañando” y ahí me digo “qué bueno que lo saqué”. Realmente estoy en el mejor momento de mi vida y Berrinche fue necesario como exorcización. Fue indispensable sacarlo para estar acá, a mis 30 años, haciendo la música que me gusta y viviendo de esto. Yo procuro ser genuino con todo lo que quiero hacer. Lo cierto es que vivir es difícil y que cada uno hace lo que carajo puede.
Alan Sutton dice que “uno puede ponerse todo lo nihilista que quiera, pero a la vez tiene que poder poner los límites y las delimitaciones”. ¿Consigo mismo? ¿Con los demás? “Con ser más responsable del mensaje que comunico. Para mí no existe la fama como cosa en sí. La fama tiene que ser siempre un medio. A mí no me gusta esta cosa de muchos artistas de ahora que dicen ‘si yo hacía lo que yo quería, no me consumía nadie’. Con Manu, mi manager, y con Jerónimo Romero, el productor, estamos hace años intentando encontrar la forma de accesibilizar: de empujar lo que hacemos, sin modificarlo, para encontrar el público. Prefiero eso antes que cualquier cosa impostada. Así que estoy muy contento con lo que tengo, y muy agradecido”.
–¿En qué creés que te diferenciás, y a la vez te acercás, con los adolescentes que te siguen?
–Yo creo que la adolescencia es un momento de repensarse y de pensarse quizás por primera vez. Yo hablo bastante de repensarse: de pensar los límites de uno, las fronteras, los propósitos. Yo tengo canciones que critican al sistema de determinada manera, o critican las maneras de consumir. Estamos en un momento de consumir estímulos como agua salada y nada nos termina de satisfacer. Es todo muy agresivo desde los anonimatos de las redes, y ante ello busco dar un mensaje que sea un poquito más de amor, barra, crítica. Y creo que es lo que les gusta a quienes nos escuchan: darles la chance de decir “che, ser raro está bien, no es tan grave. No es tan raro ser distinto y sentirte un poco aislado de este mundo”. Yo creo que siempre fuimos outsiders con Jero, con Manu. Está bueno ser felices y dignos caminando por afuera.
–La ansiedad, ¿es un vehículo para la transformación? ¿O algo que paraliza?
–Las dos cosas. Yo siempre digo la misma boludez: que “el mismo fuego que te quema es el fuego que te alumbra”. Es cuestión de mantener el equilibrio justo. De repente yo veo a mi compañera, que está en su casa, mira la pared y dice: “Ahí me gustaría hacer un cosito que cuelgue” y no sé qué. Eso, obvio que es ansiedad, pero también es creatividad y es motor, ¿no? Entonces, ¿cómo se juzga? Se juzga en tanto y en cuanto vos lo veas como algo que te llene, te guste y te haga feliz. Por ejemplo, a mí me gusta jugar a los videojuegos: a veces juego por ansiedad, pero me gusta y lo disfruto, ¿viste? Hay que tratar de no castigarse tanto. Creo que es un ejercicio nuevo el poder sentarme a escribir canciones no atravesado por la ansiedad, sino por la calma y la contemplación. La ansiedad es también un motor, pero no hay que dejar que a uno lo domine. Es una herramienta más, como el hambre creativo: el hambre de encontrar cosas nuevas de vos mismo.
–¿Qué lugar sentís que ocupa la banda en el contexto de la industria y de los pares?
–Yo creo que estamos exactamente donde tenemos que estar. No pierdo mucho tiempo pensando qué lugar ocupamos para los demás. Sí estoy cada vez más convencido del lugar que la banda las Criaturitas de la Ansiedad ocupa para nosotros: para mí lo más importante es tener un equipo saludable. Lo único que importa, en realidad, es hacer las cosas de una manera en la que estemos orgullosos. Y para nosotros es fundamental cuidar lo humano. Con Jero y Manu, que somos quienes llevamos la banda, hacemos terapia hace un montón de años, y nuestro único objetivo es lograr el ámbito más saludable para seguir existiendo juntos. Después, el tiempo solito nos va a dar cualquier cosa que nos merezcamos. Pero no podemos estar pensando en eso, porque, sino, uno se confunde. Hay que tener mucho cuidado con esas ambiciones.
Además “tenemos un público hermoso, y que se quiere: son una gran comunidad y conversan entre varios países. Hay que dejar que eso fermente, y lo único que tenemos que hacer es ser genuinos con lo que hacemos”, razona Alan Sutton. Y al oír la siguiente pregunta reflexionará para sí y luego para los demás: ¿En qué momento le bajó la información de que la banda había encontrado su estilo? Él responde: “El día que me di cuenta de eso es cuando supe que tenía que cambiar todo. Es una búsqueda constante. Uno, mientras más perfecciona su arte, más se parece a sí mismo, y también es un peligro. Uno tiene las mismas preocupaciones, las mismas inquietudes; va llegando a otros lugares y después va volviendo. A mí me interesa mucho buscar en todos los ámbitos y probar distintos registros. Lo que reconozco como algo constante, y no quiero cambiar nunca, son los equipos que comparto. Sin Jero, sin Manu, sin mi equipo, no me interesa”.
–¿Existe alguna temática poética que te obsesione y a la cual todavía no le hayas podido encontrar el tono?
–Ahora mismo estoy en un momento de hacerme esas preguntas: le estoy dando forma a lo que viene luego de Berrinche y tiene que ver con una idea un tanto política, no partidaria. Si bien yo tengo mi ideología partidaria, no quiero hacer símbolos, porque lo único que hace eso es que la mitad de la gente te diga que “eso es todo lo que está bien” y la otra mitad te diga que “eso es todo lo que está mal”. Esa no es la manera en la que quiero comunicarme. Yo quiero dar algo que sea espejable para ponernos de acuerdo, sobre todo en la Argentina actual. Me gustaría encontrar las palabras justas para no despertar una indignación innecesaria en Twitter: quiero estar orgulloso de haber encontrado la manera correcta de decir las cosas, al menos para mí. Eso es lo que estamos buscando ahora con las Criaturitas de la Ansiedad.