Ese día no era un día cualquiera. El día tenía otro sabor, otro aroma, otra tesitura. Esas causalidades inexplicables como presenciar el cielo preñado de lluvia a punto de parir una urdimbre sonora y poética que con los años se acrecentaría.
Corría un solapado septiembre de 1953 luego de un tormentoso abril donde el gobierno de Juan Domingo Perón alimentaba enemigos a su sombra, con bombas en la Plaza de Mayo e incendios en las sedes de los partidos políticos opositores.
La primavera aún no había dado sus pasos esa tarde del 14 de septiembre. Era el cumpleaños de Silvia, la segunda hija de Hamlet Lima Quintana, y el padre aprovechó el aventón con tortas y bebidas para festejar su cumple también, que era el 15. Cumplía justo 30 años y había invitado a su casa en Haedo a varios amigos y amigas para la ocasión. Entre ellos a Mario Arnedo Gallo, bombisto, cantor y pianista con el que había integrado Los Musiqueros junto a Antonio “Tonito” Rodríguez Villar y el Chango Farías Gómez, integrante de una familia musical que sostiene una segunda versión de esta historia.
Luego de una cena donde se mezclaba el bullicio de la familia con los amigos del camino, Mario Arnedo miraba tímidamente el piano. De pronto se acercó y tocó una melodía que desde lejos su amigo Hamlet, mientras hablaba con Esther, escuchaba con abreviada atención.
Los ruidos de los coches sobre la avenida avisaron que ya amanecía, antes que los primeros rayos de sol bañaran el gomero del fondo de la casa. Mario se fue a su hogar de Hurlingham, donde había llegado desde la madre de ciudades no hacía mucho. Allí lo visitó al día siguiente su amigo Hamlet y le anunció que ya tenía la letra de “su zamba”. Arnedo no recordaba en absoluto la melodía pero se quedó satisfecho con la letra de Hamlet, quien escribiría su primer libro recién en 1954 (“El mundo en el rostro”).
Pasaron nueve años para que registraran la obra “La Amanecida” en Sadaic, el 13 de diciembre de 1962, y un año más para que tuviera su primera versión de la mano del conjunto Los Huanca Hua, barricada sonora inaugural del Chango Farías Gómez que aquel año incluía a su jovencísima hermana Marián de tan solo 19 años.
Cuando a Vitillo Ábalos le preguntaban por qué había versiones distintas del nacimiento y la dedicatoria de “Agitando pañuelos”, él decía: “Cinco hermanos, cinco historias”. En este caso, los “padres” de la zamba eran dos y es interesante encontrarnos con otra versión de lo sucedido aquel 14 de septiembre de 1953, no ya en Haedo sino en San Isidro, donde residían los Farías Gómez.
Marián Farías Gómez cuenta que “la casa era enorme, tenía dos pisos, y patio con muchas flores y plantas (potus, jazmín del Paraguay, ruda macho y ruda hembra, plantas de las monedas, rosas, algunos helechos) que mi madre amaba profundamente”. Dentro de la casa el protagonista principal era un piano vertical al cual el santiagueño Enrique Napoleón “el Tata” Farías Gómez le había creado un sistema, junto a Adolfo Ábalos, que con la mano derecha hacían la guitarra y con la mano izquierda hacían el bombo.
“El Tata”, de Loreto, era músico pianista, compositor, investigador y autor y estaba casado con María Antonia “Pocha” Barros, de Buenos Aires, hija de cordobeses y uruguayos. Ambos crearon obras como “El gato de mi mama” y “El huajchito” y procrearon cinco músicos: Juan Enrique “Chango” Farías Gómez, Pedro Farías Gómez, Carlos “Bongo” Farías Gómez, Mariano Farías Gómez y Marián Farías Gómez.
Aquella casa familiar era, sin dudas, un lugar de encuentro, bohemia y amanecidas para provincianos con su añoranza a cuestas.
Esta es una versión que me gusta narrar ya que distribuye matices, conocimiento y contradicciones, la tradición oral más una escenografía totalmente telúrica, que la formalidad opaca inmediatamente; y encima contada por la misma Marián Farías Gómez a sus 80 años:
“Lo recuerdo bien porque ese día, el 14 de septiembre, yo también – al igual que Silvia – cumplo años. Estaban los que iban habitualmente como Hamlet, Mario Arnedo, Adolfo y Machingo Ábalos, Hugo Díaz y Atahualpa (que ese día justo no estaba). Mario Arnedo Gallo tocaba el piano como los dioses y tocó un tema bellísimo y Hamlet le preguntó:
– ¿Qué es eso?
Y Arnedo le contestó:
– Me suena a zamba”.
Al otro día, o a los dos días, más de eso no pasó, Hamlet le trajo la letra a Arnedo. Mario vio el papel doblado con la mano extendida de Hamlet y le preguntó:
– ¿Qué es eso?
Y él le respondió:
– Para tu zamba”.
En una entrevista que le realicé a Hamlet Lima Quintana el 28 de octubre de 1995 respecto de este clásico del folclore, me respondió: “Después de que él se fue (por Mario Arnedo), yo empecé a recordar lo que había tocado y le puse letra. Al día siguiente se la canté. El ya no se acordaba de lo que había tocado.
– ¿Qué es eso? -me dijo.
– Es tuya -le contesté”.
Ambas versiones coinciden, salvo el lugar en donde fue gestada su melodía.