“Quisiera una canción para un amigo, que no puede salir de la melancolía”… En el inicio de su flamante álbum Todos los fuegos, Roxana Amed habilita la tentación de pensar que ese amigo del que habla tal vez sea ella misma. Al fin y al cabo, la distancia que se interpone desde 2012 entre su hogar en Miami y su Ramos Mejía de origen justificaría de sobra el deseo de traducir a su lenguaje jazzero una selección exquisita de canciones de cuatro grandes artistas del rock argentino con el fin de saldar algún tipo de nostalgia.
Sin embargo, la semilla de su nuevo trabajo, que además tiende a través de su título un puente directo a la formación literaria que cultivó durante los ’80, estuvo siempre ahí. Sus primeros brotes pueden encontrarse en varios de sus once trabajos anteriores. En su debutante Limbo (2004) suena Durazno sangrando, en Cinemateca finlandesa (2010) incluyó Rasguña las piedras y Viernes 3AM, y Cactus es parte de Instantáneas (2019).
“La semilla estaba. Con Adrián (Iaies), en vivo también hacíamos Laura va… Estaba ahí”, insiste Roxana como tratando de certificar su vínculo con el género que aprendió a escuchar en sus días de adolescencia en Ramos Mejía, donde hoy no casualmente son varios los bares en los que suenan tributos a bandas del pasado. Sólo que en su caso el paso de la escucha a la interpretación bajo sus propias condiciones de parte de aquel repertorio requirió de un tiempo de maceración.
El resultado de ese proceso es Todos los fuegos, un espacio sonoro en el que merced a la audacia y al amparo del cuidado de la cantante la obra de Charly García, Luis Alberto Spinetta, Fito Páez y Gustavo Cerati adquiere nuevas formas de singular belleza, talladas y moldeadas sin dañar lo que encierra el alma de canciones que equiparan la consistencia del diamante.
Rock, sí, pero con sello argento
Cinema verité, Asilo en tu corazón, Vida siempre, Corazón delator, La sed verdadera, Dejaste ver tu corazón y Verbo carne le dan forma a una lista que se completa con Diamonds, una composición de autoría compartida por Amed y Leo Genovese, uno de sus socios en la aventura de llevar a los códigos del jazz piezas del rock de acá que, dicho sea de paso, no es cualquier rock. Y si hay alguna duda al respecto, que lo cuente ella misma.
“Los músicos que tocaron y los ingenieros que trabajaron con nosotros estaban tipo: ‘¡Pará, pará, pará, pará! ¡¿Qué?! ¿Qué es esto? Esto no es…’ Era rock, sí, pero no sonaba como lo que ellos tienen por rock latino. No era Maná, pero tampoco era rock norteamericano”. Recuerda Amed que esa fue la reacción que le transmitieron tanto su viejo compañero de ruta Mark Small como sus acompañantes de ocasión Kenny Wollesen y Tim Lefebvre.
Un repaso de los CV de estos nombres muestra marcado con flúo que Small aportó su saxo a tres giras mundiales de Michael Bublé y al DVD Michael Buble meets Madison Square Garden, premiado con un Premio Grammy; que la batería de Wollesen sonó en álbumes y tours de Tom Waits, Sean Lennon, Bill Frisell, Norah Jones y John Zorn, entre otros (¿hace falta más?); y que el bajo de Lefebvre fue elegido por David Bowie para la grabación de su última obra maestra, Blackstar. O sea.
Fueron ellos quienes respaldaron musicalmente a Amed, que antes de abrir el juego a músicos con raíces en el país del Norte convocó a su compatriota Leo Genovese, quien pese a estar radicado en Nueva York desde hace unos 20 años, siempre mantuvo activa su conexión argenta a través de distintos proyectos; entre ellos, el Trío Sin Tiempo que comparte con Sergio Verdinelli y Mariano Otero.
“Yo quería que esto sucediera y que viniera de un jardín de gente extraña. Quería ver qué le pasaba a los gringos. Después me encariñé con lo de Leo y pensé que tendría que estar. Venía tocando con él en España y a principios de octubre del año pasado le propuse venir a tocar alguna cosa. Imaginaba hacer algo con él”, revela Amed.
¿Coincidencias estilísticas? ¿Sintonía? ¿Virtudes técnicas? ¿Piel? ¿Sintonía? La cantante se ahorra argumentos para su casting. “Hay gente con la que digo: ‘Me gustaría tocar con esa persona porque pasamos por la vida en el mismo momento.’ ¿Cuántas veces no te pasa eso? Me hubiera encantado tocar con gente con la que no está viva. Pero no se puede. En cambio él está ahí. Y me dice: ‘Me ocupo de todo.’ Entonces, en octubre empecé a transcribir las canciones.”

Intuición e inspiración en vez de investigación
A la luz de lo que Amed contó en aquella pre-escucha moderada por el colega Humphrey Inzillo, la selección del repertorio fue mucho más producto de una decantación natural que el resultado de un meticuloso análisis técnico. “Venía escuchando discos mezclados de distintas cosas. Estaba buscando música que me hubiera inspirado a mí en este viaje hacia atrás que, como siempre digo, es hacia adelante”, decía entonces.
En ese plan, la elección se inclinó por una mayoría de canciones registradas originalmente durante los ’80, con La sed verdadera y Verbo carne como excepciones que expanden el alcance del repertorio a los ’70 y los ’90. Se lo comento, y la respuesta sale disparada sin que siquiera pudiera haber concluido la pregunta.
-En algún momento empecé a hacer todas las coordenadas, ¿viste? (Pone voz nasal como de científico de dibujito animado) “Bueno, 1970 dividido 4, a la tarde dividido la mañana, dividido Spinetta, con un compás de…”. (Vuelve a su voz habitual) Pero enseguida paré y me dije: “Yo no estoy haciendo una investigación musicológica.” Me decía a mí misma ‘olvidate; no tenés por qué poner tanto o todo, o sumar a gente por que…’ No estoy haciendo un ensayo sobre el rock argentino.
-En ese caso tendrías que haber dividido en etapas…
-Ponele. O ir a buscar los tópicos en la poesía que hablan del ser o que hablan de la nada o que hablan del amor o que hablan de… No. Entonces, terminó con ‘poné este tema’, o ‘cómo me gustaría, pero no, porque es muy parecido al otro, es el mismo tempo…’ Quedó esto. Pero fue después de que escuché cosas raras y me fui y volví varias veces. Y, por supuesto, me enfrenté a la realidad de que era imposible, como diría Capusotto, hacer un disco de rock argentino.
-¿Por inabarcable?
-Y porque, en el fondo, siempre está lo que yo me digo como productora: lo tengo que poder cantar. Acá, de lo que estamos hablando es de que yo lo pueda cantar, de que lo pueda mostrar.
-Imagino que además son canciones que de alguna manera impactaron en tu propia vida, teniendo en cuenta la edad que tenías en esa década.
-Yo creo que sí.
En busca de la propia voz
En medio de ese resumen acotado de época, esas dos maravillas extemporáneas que son La sed verdadera y Verbo carne quedan realzadas por la doble inclusión de la primera -en una versión acompañada por el terceto Genovese-Lefebvre-Small y en la otra solo por los dos primeros- y por la belleza que exuda la segunda, esa preciosura de Cerati a la que dedica un párrafo especial.
Dice: “Me encanta, y casi nadie me habla tanto de esa versión, que yo amé. Porque Mark no sabía quién era Cerati, y yo le dije: ‘Quiero mística. Quiero que hagas algo super abstracto’. Quería que no hubiera un desarrollo cancioneril como, por ejemplo, en Dejaste ver tu corazón, que es un vals, más allá del arreglo del final.”
-Y que además respeta mucho la versión original.
-Sí. En este caso, más allá de que la versión original fue sinfónica, yo quería que el arreglo fuera más por sustracción que por rearmonizar o tocar… No, quería que fuera algo con menos.
-Y del otro lado del recorrido cronológico, “La sed verdadera”, que es parte de “Artaud”, un disco inevitable como referencia del género.
-Es que esa canción además es como metalingüística. Es una canción que habla del poeta, del artista. Es esta conversación que tiene… Hay un ser en este living, pero ese no soy yo. Esa es la música que nunca hiciste. “¡Boludo!” ¡Yo misma me decía esto! Escuchaba mientras manejaba y me decía eso. Es esa esa pureza de que no haya necesidad de quedar bien con nada, de hacer música porque… nada.
O sea, al tipo le salía lo que le salía, y salía eso. Por eso digo que siempre hay algún tema que guarda en una capsulita el metamensaje. Esa es la palabra, el mensaje sobre el mensaje. Y ese es el tema que dice “Estoy hablando en este living con alguien, tratando de encontrar la voz”. ¿No?
Como pasar del rock al jazz sin que se rompa la canción
El scat con que Roxana abre Todos los fuegos, en la intro de Salir de la melancolía; el inesperado cambio de tempo y las armonizaciones en Cinema verité; la coda de Asilo en tu corazón habitada por un atrapante juego vocal; los vientos elevados al infinito en Vida siempre; el laboratorio en que la cantante y sus músicos convierten a Corazón delator, que se extiende a Ciudad de pobres corazones; la densa espesura que envuelve el tránsito por La sed verdadera.
“Las canciones se llevaban muy bien con el abordaje jazzístico. Eran canciones que permitieran ser manipuladas, que se flexibilizaran, pero sin romperse”, explica.
-¿Qué tan difícil es y cómo se logra que no se rompa la canción?
-Yo asumo una responsabilidad como cantante, como como el ingrediente que une todo y que tiene que contar la historia al final. Entonces, viene alguien y me dice “mirá que yo quiero tocar esto”. “Okay”, respondo. Empiezan a tocar y yo me encargo de que nadie se dé cuenta de que esto es una locura. Yo te voy a cantar esto como si estuviera cantando algo normal.
-¿Llevó mucho trabajo redondear ese combo? Imagino que debe haber todo un proceso hasta llegar a la versión definitiva.
-No tanto. Literalmente, en octubre yo transcribí las músicas, saqué todas las armonías, todas las melodías y las partituras para que Leo empezara a trabajar sin tener que hacerlo él. Entonces, comenzó a hacer los arreglos, me mandaba eso, yo le metía voces, hacía coros, grababa cosas… En noviembre le mandamos eso a los músicos, y el 2 y 3 de diciembre llegamos ahí y lo tocamos. Finalmente, el 29 de enero grabamos Diamonds y Verbo carne, los dos temas arreglados por Martín.
-¿Diamonds fue compuesto durante el proceso de grabación? Si no lo aclarás, uno podría pensar que es algún inédito de alguno de los cuatro.
-No. Un día Martín me mandó una de esas carpetas de archivos con todas las porquerías que uno junta, bocetos… Como 80. Yo tenía otras porquerías, pero escuché Diamonds y me pareció perfecto. Además, me gustó el título porque es también mi metamensaje que habla del proceso creativo.
Después, le escribí la letra y él me contó que hablaba con Wayne Shorter de eso. Que Shorter hablaba de que la música era como trabajar un diamante, que es lo que dice la canción. Cuando le mandé la letra me dijo: ‘Uy, mira qué loco, es lo que decía Wayne.’ Es lógico. Wayne Shorter es uno de los músicos más impresionantes, para mí.
La voz como unificadora de un viaje musical que en cada uno de sus tripulantes encontró intérpretes de altísimo vuelo que aún con un destino común se las arreglaron para desplegar sus propias hojas de ruta para recorrerlo, estableciendo un diálogo entre el género originario del repertorio y su nuevo abordaje sin renunciar a los recursos propios de cada universo.
“Algunas veces, como por ejemplo en Ciudad de pobres corazones, tenía que tener mucho cuidado con eso. Porque me podía ir de mi propia esencia si quería rockearla de más y no me iba a gustar. No sé si me iba a salir, pero no me iba a gustar lo que me iba a salir. No soy ni quiero ser cantante de rock. Ni estoy en esto para hacer una caricatura del rock.
Al gran pueblo del mundo, rock (argentino)
-¿Para qué estás haciendo esto?
-Quería cantarlo. En lo más profundo de mí, quería cantarlo y que se vaya todo a la mierda. En lo menos profundo estaba también esto de cómo puede ser que toda esta gente, de alumnos a colegas, con quienes estoy últimamente en estos últimos años en distintos países, no conozca este repertorio.
-¿Cómo entrás con este repertorio en el circuito estadounidense?
-¡Que se jodan! Estoy dispuesta a metérselo por donde sea. Desde tocarlo hasta hablar de eso. Mi agente de prensa de allá, que es un fundamentalista del jazz, está tirándose de los pelos diciendo que no puede hacerlo. Me dijo: “Sí, sí, me parece muy interesante, pero no sé cómo hacer”.
-¿Y qué le respondiste?
-¡Qué se joda! O sea, “ahora te jodés”.
-¿Por dónde le seducís al tipo que no tiene idea de qué se trata esta música, que va al Blue Note o al Iridium, para que escuche?
-Convengamos en que el tipo que escucha standards, que saben que una canción no va a sonar como la vez anterior que la escucharon.
-Ok, pero les ponés Cinema verité…
-Es el favorito de Tim Lefebvre. Me pidió que se lo pasara para postearlo. Lo mismo para mi prensa de allá, que suele hacer trabajar con artistas de free jazz. Pero creo que gran parte de eso tiene que ver con que hay algo en mi forma de cantarlo, que hizo que sintieran que está bien. Y eso no está muy pensado. Salió así. No sé si me pasaría con todos los géneros. Me pasó con esto, con el folclore…
-¿El tango?
-No tengo ganas, todavía. No me da. Me produce demasiadas cosas raras, me da un poco de bajón.
Volveré y seré versiones
Signo de los tiempos, la nostalgia que puede provocar en Roxana la distancia que mantiene con su lugar de origen desde hace poco más que una docena de años encuentra más sosiego en el rock o el folclore que en las melodías de un arrabal que poco tiene que ver con los paisajes de la ciudad donde vive, crea y enseña, entre otras cosas.
Algún desencuentro en el ámbito de la industria discográfica, un contrato sin mayores consecuencias, la necesidad de airear el universo familiar y la sensación de haber llegado en la Argentina a un punto en el cual, por la situación cultural, la política o lo que fuera, no había mucho más que pudiera pasar aunque lo quisiera, provocó lo que define como una “fatiga de los materiales”.
“¿Viste cuando sentís que estás en una casa y decís, ‘che, me tengo que mudar de acá, ya’?. Bueno, pasó eso”, sintetiza. Ahora, con unas pocas horas más por delante en Buenos Aires, adelanta que espera hacer algunos conciertos para presentar Todos los fuegos,que según anticipa sin dar mayores pistas tendrá una segunda parte: El fuego.
Pero antes de que todo eso suceda, la artista tendría que estar aquí el 18 de junio para la entrega de los Premios Gardel, a los que está nominada por su álbum Becoming Human; y más tarde, el 9 de septiembre, para la entrega de los Premios Konex a la Música Popular, en los que recibió ya el diploma al mérito como solista de jazz, aunque no asegura que pueda viajar.
A cambio, antes de despedirse insiste con la posibilidad de presentar su nuevo álbum en Buenos Aires. “Traerlo a Leo o traerlo a Martín sería buenísimo. Si yo pudiera producir más ambiciosamente, me encantaría traer esa banda entera”, se entusiasma, y completa esperanzada: “Pero, a la vez, también acá hay músicos que podrían tocar esto tal como está grabado”.