Es normal que, en su labor cotidiana, Giovanni Falcone sienta un cuchillo en la garganta. Lo siente no tanto porque tema que puedan matarlo –esa es otra cuestión y no es un cuchillo sino una roca, una hipoteca inextinguible que pesa sobre su vida y tiene asumida desde hace muchos años-, como porque tiene la sensación de pertenecer a un organismo en el que las células enfermas atacan a las sanas, como en las peores enfermedades. Se acrecienta un cierto fatalismo, una idea fija con la muerte violenta que empieza a ver como destino.
Palermo, sur de Italia, 1982. Tres años antes, cumplidos sus 40 años, ha regresado como juez a su ciudad, de la que se marchó hace 13 años. Ahora, sentado en su despacho, Falcone rodea con lápiz algunos nombres que figuran en los papeles que tiene esparcidos por la mesa. Son nombres de mafiosos, de empleados de banco y de empresarios. Hasta hace poco nadie había pensado que pudieran estar relacionados. Aún hoy les parece imposible a muchos. Y, sin embargo, aunque es una trama enrevesada, hay un hilo que une esos nombres, siempre el mismo. Da muchas vueltas, a veces se vuelve tan fino que casi desaparece, gira sobre sí mismo, se enreda, pero no deja de ser un hilo, un único, maldito hilo, y está hecho de dinero.
El caso Spatola –con el foco puesto en el constructor Rosario Spatola, que acaba de ganar un concurso público para la construcción de 422 apartamentos– le parece un mundo inmenso lleno de territorios sin explorar. Está hurgando en ese avispero hecho de cheques, pistas ocultas, cuentas corrientes, empresas fantasmas, contratos públicos y tráfico de heroína en el que se cruzan varias líneas de investigación. No puede interrumpir la profundidad de su pesquisa el juez Falcone, el hombre que cambió los métodos para perseguir a la Mafia. El que utilizó mafiosos arrepentidos e investigó el circuito del dinero sucio. Ahora da cuenta de que Spatola mueve gran cantidad de dinero, sin mácula aparente. Advierte que el único problema con la justicia procede de sus tiempos, no muy lejanos, de vendedor ambulante de leche.
Falcone intuye que si es verdad que las familias venden heroína en Estados Unidos y que Palermo es el laboratorio más grande de Europa, entonces es lógico pensar que de Sicilia sale tanta droga como dinero tiene que entrar. Dinero que, una vez que los hermanos Spatola lo lavan, queda limpio, pero que viene sucio cuando pasa la frontera italiana. Y así entra en los bancos: sucio. Interceptar estos flujos de dinero es relativamente fácil. Y por eso Falcone les ha pedido a los directores de todas las sucursales bancarias de la zona que le pasen la lista de todas las operaciones de cambio de divisas que se han efectuado desde 1975 hasta el presente. No esperaba que eso fuera a suponerles un problema: o tal vez sí lo esperaba y por eso lo ha pedido.
El miedo es un viejo amigo, algo que el magistrado ya conoce. La primera vez que recibió cartas en las que había dibujadas cruces y ataúdes fue en noviembre del ´67, siendo fiscal en Marsala: es una especie de rito iniciación de todos los novatos, un bautismo al que los magistrados que investigan a la mafia saben que les toca someterse. “Al empezar a trabajar, unos cuentan los kilómetros que hay de casa a la oficina y otros el número de muertos que lo han precedido. Hay sillones en los que solo se sientan quienes tienen la paciencia y el cuidado de quitar antes los cadáveres que se acumula en ellos”, escribe Roberto Saviano en la colosal Los valientes están solos, novela con la que acaba de reconstruir el largo y laberíntico periplo de la vida del juez Giovani Falcone, asesinado a sus 53 años, con toda una trayectoria en ascuas, el 23 de mayo de 1992 en un atentado con 500 kilos de explosivos en el que también fallecieron su segunda esposa, la también magistrada Francesca Morvillo, y los escoltas Rocco Di Cillo, Antonio Montinaro y Vito Schifani.

Roberto Saviano. Foto: Maki Galimberti
Un santo laico. Sobre la figura de Falcone, especie de justiciero que se convirtió en el enemigo público número uno de la Mafia tras llevar a prisión a capos sicilianos, se han escrito y filmado infinidad de libros y películas. Nunca con la exhaustividad y la elegancia de la prosa de un Saviano que pone el cuerpo, esquiva la solemnidad y el punto de vista neutro o enciclopédico, y jamás, aunque ciertamente lejano en el tiempo, subestima al lector y a la vez le propone el develamiento de un relato complejo, con ramificaciones y secretos como los de la propia Mafia. Allí está Falcone en acción y en pensamiento, el que demostró que la mafia era la vanguardia del capitalismo. Falcone no sólo como un ícono de Italia, sino del resto del mundo. “Lo que más ha cambiado es que hoy se habla de Mafia. Antes se negaba su existencia”, apunta el fiscal Carmelo Carrara, que lo conoció en vida.
“Cualquiera que quiera entender el crimen organizado, de Taiwán a Montpellier, debe seguir el método de investigación de Giovanni Falcone”, ha dicho Roberto Saviano. “El método Falcone” trató, esencialmente, de colocar el foco en el lavado de dinero como objeto de investigación, en el que el juez vio la base del poder del crimen organizado y el secreto de sus vínculos y conexiones con la economía legal y con la política. “No creo que el Estado italiano tenga verdadera intención de combatir a la Mafia. Le advierto, doctor Falcone, que después de este interrogatorio usted se convertirá en una celebridad. Pero buscarán destruirlo física y profesionalmente. No lo olvide: la cuenta que ha abierto con la Cosa Nostra no se cerrará nunca”, le dijo Tommaso Buscetta, “el capo de los dos mundos”, el hombre clave de Cosa Nostra en el tráfico de drogas entre Sicilia y Estados Unidos, cuando Falcone lo interrogó en el verano de 1984, cara a cara y solos los dos en un calabozo de Roma.
“Vivir enclaustrado es una pesadilla. Existo por lo que represento, no por lo que soy. Lo peor que le puede suceder a un escritor es volverse un símbolo. Te vuelves de piedra. Me siento oprimido por un sentimiento de soledad y tengo los cañones de los políticos apuntándome”
Conocido por libros como Gomorra, Los niños de la camorra, Beso feroz, CeroCeroCero y Vente conmigo, varios de ellos llevados al cine, el periodista y escritor italiano Roberto Saviano, de 45 años, permanece aislado y recluido desde hace casi dos décadas, escoltado por carabineros tras las amenazas de muerte de la Mafia. “Vivir enclaustrado es una pesadilla. Existo por lo que represento, no por lo que soy. Lo peor que le puede suceder a un escritor es volverse un símbolo. Te vuelves de piedra. Me siento oprimido por un sentimiento de soledad y tengo los cañones de los políticos apuntándome”, dijo recientemente en una entrevista. Como escritor, ha sido uno de los referentes de los últimos tiempos en cruzar la ficción con la no ficción, el documento real con la poética y la investigación con los elementos de la literatura, al estilo de los libros recientes como Gordon, de Marcelo Larraquy, sobre la atrapante historia del delincuente argentino Aníbal Gordon en los turbulentos ´70.
“La mafia no mata a magistrados. Los jueces hacen su trabajo y los mafiosos el suyo, como siempre”, le dice en Los valientes están solos el juez Cesare Terranova a su mujer en Palermo, fines de los ´70, sabiendo que es mentira, porque desde hace unos años la mafia se dedica también a matar a jueces y a policías. Precursor de la estrategia en investigar las finanzas de la Mafia, algo que luego retomaría Falcone, el juez Terranova fue asesinado en 1979. “A la sangre derramada que nunca se seca”, es la frase que encabeza el libro, que arranca con una explosión que sacude la tierra en Corleone, 1943, de la cual no quedan más que escombros y cuerpos destrozados. Es un milagro que alguien haya sobrevivido. “Solo Totò sigue de pie, sin un rasguño, en medio de aquel infierno de fuego y destrucción. Él es ahora el cabeza de la familia: el único hombre de la familia Riina que ha salido ileso”, escribe Saviano, en una escena fundacional sobre Salvatore Totò Riina, mafioso italiano apodado “La bestia” y uno de los más famosos miembros de la Cosa Nostra siciliana.
Los valientes están solos se lee como un rompecabezas de intrigante suspenso en el cruce de perseguidores y perseguidos, con flashbacks exigentes que evocan años y lugares, con idas y venidas en el tiempo, con múltiples versiones sobre los personajes y los hechos. Tramas tan intrincadas y con varias secuencias narrativas, intertextos políticos, sociales y judiciales, como las propias investigaciones que encaraba Falcone para dar en el blanco de las pruebas. Roberto Saviano narra con pulso, recrea diálogos fascinantes y diseña escenas ficticias para ampliar la espesura de datos y conexiones –la bibliografía de Los valientes se quedan solos, en rigor, ocupa sesenta páginas–. En una nota preliminar, aclara que la novela cuenta una historia real y que debió conectar hechos aislados entre sí, colmando lagunas y dando cuerpo a emociones y sentimientos, pero nunca de manera arbitraria sino “siempre basado en testimonios historiográficos y en indicios concretos”. Capas y más de capas de una gran cebolla, con los aliados y enemigos de Falcone en la justicia mientras investiga a los mayores empresarios de Sicilia, en el contexto del terrorismo político de organizaciones guerrilleras como los Grupos Proletarios Organizados y el devenir opaco del Partico Comunista, se suceden las mega causas contra los capo mafia, el asesinato y amedrentamiento de policías, jueces y prefectos, La Omertà y sus traiciones, y un Giovanni Falcone que sufre la hostilidad de vecinos, la negligencia de las custodios, la prepotencia mediática y el dolor por la pérdida de seres queridos en el camino, con la intuición de que su compañero Paolo Borsellino correrá con su misma suerte en la lucha antimafia.
Todos los personajes existieron, todos los hechos ocurrieron, todo es real, sólo que con las herramientas que la novela ofrece, “todas y cada una de las escenas se enmarcan en el drama de un país en el que la verdad se retuerce tanto que supera la más atrevida de las fantasías”. Con ecos de Guy Talese y su memorable reporteo sobre la familia Bonanno, la historia real que inspiró la popular serie americana Los Soprano, de clásicos como El Padrino y El caso Moro, de Leonardo Sciascia, Saviano expone un registro minucioso de archivos y testimonios, a la par que su personaje principal, el infalible Falcone, se muestra como un hombre alegre, alguien a quien le gustaba comer, pasear por el mar, sin la madera del mártir y querido por su gente, alguien que tenía miedo pero no se dejaba intimidar. No había vuelta atrás, cuando se dio cuenta que si callaba era de algún modo deshonrar a los colegas que habían matado antes que él: Pietro Scaglione, Rocco Chinnici, Cesare Terranova. Por ellos, decide ir a fondo. “Hay que razonar como un mafioso para entender el proceder de los mafiosos, no como un juez ni como un forastero”, dice Saviano, maravillado por su épica. Con su postura de estudioso y espalda de deportista, pese a los madrugones que se pega y a las noches que se pasa trabajando, Falcone concurre a fiestas con su esposa, tiene tragos amargos cuando se entera de confabulaciones, y da muchos pasos hacia delante y a veces tiene que dar uno hacia atrás, como los cangrejos, para seguir avanzando.
“Es un calvario pero es mi responsabilidad, he conseguido echar algo de luz, pero la verdad es que estoy desbordado. ¿Por qué sigo? Porque soy como esos veteranos que vuelven del frente y sólo saben pegar tiros. Yo vuelvo del frente y hago lo único que sé hacer: escribir”.
Despreciado por propios y extraños, a Falcone se lo santificó después de muerto. Pero pocos comprendieron su estudio de la Mafia como una estructura que persigue beneficios bajo la ausencia de reglas, con su necesidad de legitimar todas las formas de ganancia, sea cual sea su origen, sin poner límites al capital y escondiendo el dinero en territorios como los paraísos fiscales. “Que pretende ayudar a los que piden ayuda para luego chantajearlos”, explica Saviano. La Mafia no quiere un Estado de bienestar: la Camorra y la ´Ndrangheta crean su propios Estado de bienestar para apoyar a su gente, la que está dispuesta a servir. “Es el mundo que hoy quiere Elon Musk: Falcone ya lo había entendido en los ´80. Las mafias del mundo han copiado a las estructuras de la mafia italiana, desde siempre. Y es algo trágicamente vigente, con el alto consumo de drogas ante una vida cada vez más difícil y hostil”, apunta el escritor. Casi como Falcone y su relación con el mito de Sísifo, Roberto Saviano sabe que su vida es, ciertamente, un calvario y lo será hasta el fin de los tiempos. Solo y marginado es el protagonista de su propia novela, en una especie de sacrificio ante Estados cómplices y a la vez débiles frente al poderío de los mafiosos, ante la indiferencia de gran parte de la sociedad cuando se consolida la impunidad –“El verdadero drama es que hay gente tan necia que no cree en nada”, declaró–, siempre rememora su propia vida en Nápoles, la ciudad donde nació en 1975 y donde a los 13 años, de camino a la escuela, vio morir por primera vez a una persona, un camorrista acribillado en un auto. “Es un calvario pero es mi responsabilidad, he conseguido echar algo de luz, pero la verdad es que estoy desbordado. ¿Por qué sigo? Porque soy como esos veteranos que vuelven del frente y sólo saben pegar tiros. Yo vuelvo del frente y hago lo único que sé hacer: escribir”.