Si alguien intentara una aproximación al folklore en un solo intento, despojado de racionalizaciones, en un libre zambullido hacia una definición ostensible, directa, bien bastaría con alguna de aquellas músicas que el riojano Ramón Navarro incorporó al cancionero del país.
Como aquel estribillo que formó cantores y guitarreros:
Vengo desde Aimogasta
Pa Las Pirquita’
Traigo una flor del aire
De la lomita
Pa mi tinogasteña, niña churita
Son los versos de “Coplas del valle”, una zamba catamarqueña escrita por un riojano. Esa marca territorial, con un fuerte cuño regional, pero a la vez un poco ambigua, determinó para siempre el sonido de Ramón Navarro, que falleció hoy a los 91 años. Era el cultor de un riojanismo con un oído posado en la música de cuyo y que tomaba distancia del influjo dominante del folklore salteño.
La “Chaya del Vidalero” (1965) fue acaso la primera de esas canciones que transitó de boca en boca. “Mira que había escrito y largado cosas antes. Ninguna se conocía, ninguna caminó. Por eso en el 62 me fui a Venezuela y me quedé tres años”, confesaba Navarro a la revista Folklore en 1967.
En el mismo reportaje, sin embargo, él mismo se daba una respuesta a la circulación de su música, ya que no hacía concesiones a las formas industriales de difusión. “Cuando me hablan de poner mi foto en la portada de una edición no lo acepto (…) ¿Qué dice mi foto? Es una manera de promoverme, pero nada más, no es un aporte”.
“Eramos orejeros -recordó muchos años después-. Yo, por ejemplo, estudié música de grande y lo hice porque sentí la necesidad de ampliar mi panorama como compositor, pero en aquella época no era así”, decía en relación a sus canciones de los ’60 y ´70 antes de aventurarse en obras más ambiciosas como fue, ya en los ´80, la “Cantata riojana”, que compuso junto a Héctor David Gatica.
Su pueblo, Chuquis, cuyas calles hoy llevan los nombres de sus canciones, es una pequeña población en el norte de La Rioja. Navarro la describió en su canción “Mi pueblo azul”. Del mismo terruño era el indio “Ño Manuel”, a quien Atahualpa Yupanqui despidió en 1939 con estos versos: “Viejo Silplituca de las viejas chayas, te canto mis coplas de tono menor y pienso guardarme la mejor vidala para que algún día cantemos los dos”.
Pero mejor vidala la escribió Navarro.
Cursaba el segundo año de abogacía en la Universidad de La Plata cuando compuso “Chayita del Vidalero”. Sobre aquella inspiración, dijo: “Me cayó un día del año ’53 porque me moría de nostalgia por mi pueblo. Recuerdo que la tuve que repetir varias veces porque no sabía escribir música”.
Navarro fue también cantor de la obra “Los Caudillos”, con música de Ariel Ramírez y textos de Félix Luna, e integró en conjunto Los Cantores de Quilla Huasi entre 1970 y 1981.
Nuestro imaginario de la música riojana está impregnado por las composiciones de Navarro, que pensaba a su provincia como un paso indispensable para construir una patria. “Yo soy un animal político, además de musical. Soy un tipo que piensa en La Rioja a través de Felipe Varela, Facundo Quiroga, “Chacho” Peñaloza. Tengo desde chango esa impresión del federalismo, esas ganas de que el país sea federal siempre. No solamente desde lo que dice la Constitución, sino de verdad”, decía en una de sus últimas entrevistas.
La coyuntura social y política se empeñaba en contradecirlo.
Nació el 14 de marzo de 1934. Hermano mayor de siete hijos -cuatro mujeres, tres varones-. Todos cantores, todos guitarreros.