Piraña: un alegato sobre la canción criolla en el siglo XXI

La formación presentó su quinto álbum, “Chafalonía”, en La Tierra Invisible, en el barrio de Parque Chacabuco. Un alegato sobre la canción porteña, entendida como un sistema de relaciones musicales, poéticas y literarias.
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Si existiera un índice de la porteñidad -entendida no como una colección de prejuicios y chicanas sino como el devenir de las hendiduras de la historia social de la ciudad- seguramente Piraña estaría al tope de ese escalafón. Sus músicas conversan con una Buenos Aires atravesada por una narrativa -literaria y musical- de un modo que ya nadie hace. No es una evocación nostalgiosa; al contrario: el quinto álbum del grupo, “Chafalonía”, no tiene casi otra cosa que letras nuevas, pero invoca un sonido que una vez fue rasgo de la porteñidad y que hoy -al menos- está en disputa.

Hay, en esa búsqueda, una persistencia. Porque Piraña no es un grupo pasajero: el escenario de La Tierra Invisible, en Parque Chacabuco, albergó anoche el quinto disco de una formación que insiste en el mismo lenguaje desde 2014 cuando tomó su nombre en homenaje a un club de Parque de los Patricios.

Y todavía más atrás si se reparase en los antecedentes de la cantante, Romina Grosso, que ya a mediados de los 2000, con irreverente juventud, cantaba con conciencia. Con conciencia de que a Buenos Aires muchas y muchos ya le habían cantado antes y que no era sensato desconocer aquella tradición. A esa construcción de identidad se sumó el Daniel Frascoli, un aliado estratégico del Tata Cedrón en su camino artístico, central para la definición del color criollo de la formación.

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Sobre esa clave, en la textura de Piraña, aparecen las letras del periodista y escritor Pedro Fernández, que ha buceado en la literatura de las primeras décadas del siglo XX para encontrar una voz que replica -en el discurso- la musicalidad de Piraña. O de artistas que se concilian con el enfoque del grupo, como el propio Cedrón.

La idea de porteñidad, claro, tiene su dimensión despectiva. Se la aborda con la idea de señalamiento a quien, desde su baldosa, hace de ella una totalidad y la traslada al mundo. Nada de eso hay en Piraña cuando hablamos de porteñidad.

Piraña sigue otro procedimiento: José González Castillo y su hijo Cátulo, de algún modo, aparecen como el centro inspirador del nuevo disco. Piraña selecciona la Buenos Aires que canta y elige una historia con territorio. Pero que no es estática, porque la prosapia de letras de Cátulo y su padre atraviesan un siglo. Piraña invoca un sistema de relaciones. Musicales, poéticas, literarias. No una postal del pasado.

A modo de síntesis de aquel origen, en “Chafalonía, Piraña canta “Cosa Linda, Barata”, obra de los Castillo. De los siete temas del disco es el que inauguró la serie en el estreno de La Tierra Invisible.

“La palabra chafalonía nos llamó la atención escuchando el tango ´Cosa linda barata´. El término remite a las baratijas, a las joyas de imitación para ser fundidas. En esta canción González Castillo metaforiza mediante un vendedor turco típico de la década del ´´30 sobre temáticas filosóficas propias del género como las ilusiones perdidas”, afirma Frascoli. “Nosotros aspiramos a su realización”, completa Grosso.

El recorrido del álbum requiere la presencia de invitados en el escenario: Federico Siciliano (piano), Anabella Porta (voz), Nacho” Benítez (guitarra), Luis Minari (percusión) y Julio Coviello, bandoneonista y anfitrión de la sala.

El sendero musical de Piraña, aun porteño, no se delimita por las decisiones de la Dirección de Catastro de la Ciudad. Vale recordar por caso su álbum, “Larvas” -muy presente en la noche-, macerado a partir del libro de cuentos en el que el escritor Elías Castelnuovo recreó la infancia violentada de un grupo de chicos del Reformatorio de Niños Abandonados y Delincuentes de Olivera. Y que se convirtió en parte de la usina de textos del llamado Grupo de Boedo.

Aquel fue el primer disco de la formación integrada también por Mauro Vignetta (clarinete y guitarra), Pablo Odriozola (contrabajo) y Lucas Bergallo (bandoneón y guitarra). Después la serie siguió con “El chiflido” (2017), “El suspirante y otros ensueños” (2019) y “Las doce y no hay novedad” (2020).

“Nos sentimos deudores de una tradición musical como el tango y la canción criolla, una historia de ya cien años. No somos fundacionales de nada.  Existe sí, una línea que nos apasiona. El tango-canción aparece como un norte. Tratamos de crear basándonos en la tradición. Porque aun con todo lo que ha pasado en este país, no se nunca han cortado del todo los eslabones”, explicó Daniel Frascoli.

En un tiempo donde se promueve la expresión efímera, también en el arte, Piraña elige una narrativa de tiempos largos, a veces inevitables, otras veces inasibles y elusivos. Según se oyó anoche en La Tierra Invisible, se trata de una buena decisión. 

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Mariano Suarez

Licenciado en Ciencias de la Comunicación, magister y doctor en Derecho del Trabajo; Doctor en Derechos Humanos y Previsión Social. Escribió una decena de libros de derecho, comunicación y música.
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