Fotos: Bárbara Ruffo
Una mujer sola contra el mundo. Un hombre violento que huele a alcohol. Un amor tóxico imposible de olvidar. Mon Laferte ya echó a rodar una de esas historias trágicas que lleva tatuadas en el cuerpo. Canta con desesperación y atormentada: “Yo presiento que tú volverás”. No será la única historia para morir de amor, vendrán más, a lo largo de una hora de concierto en su presentación en el Lollapalooza. Sin embargo, casi nunca se le borrará esa sonrisa en el rostro: es una sobreviviente.
La cantante chilena con ocho discos grabados y más de mil canciones compuestas, la que sufrió abuso y violencia, la que fue explotada por su manager, la que cayó en el alcohol, la que se levantó sola para ayudar a su familia, la que cantó en bares por monedas, la que se enamoró de las personas equivocadas, la que se enamoró de las personas correctas, la que fue afectada por un cáncer de tiroides, la que se recuperó y volvió a cantar, la que ganó premios, la que fue criticada, la que es madre, la mujer que es y se hizo artista, está en sus canciones.
Sus experiencias están allí, en esas letras que se desangran de amor. Ella es la mujer que ama sin condiciones y la que puede causar el mal de amores. La que no puede olvidar y a la que no pueden olvidar. La que hace catarsis en baladas que tienen sabor a ranchera y tequila, a boleros nocturnos atravesados por el soul, el blues, la salsa y el jazz. Es la protagonista de esta obra de teatro con una puesta escénica con atmósfera de cabaret, que monta sobre el escenario del festival, donde cerró la primera jornada compitiendo en horario con Justin Timberlake: “Yo pensé que no iba a venir nadie. Pensé que todos se iban a ver a ese Justin. Por ti Britney”, dice la cantante chilena en un guiño a la conflictiva relación entre los dos astros del pop americano.

Lo de Mon Laferte es un amor de novela. Una catarsis emocional con todos los condimentos de romance, pasión y odio, que su público agradece y canta junto a ella con los brazos levantados o llevando las manos al centro del corazón. En “Amor completo”, ya no es solo ella la que canta: “¿Cómo se puede sentir, tantas cosas en tan poco tiempo, y no morir?”, sino las miles de personas que se concentran alrededor del escenario Alternative del Lollapalooza, que gritan esa misma frase, como si fueran protagonistas de la historia.
Vestida con un tocado de plumas verdes, un corset con portaligas y un atuendo de una casa de citas de los años treinta, Mon Laferte invierte los roles de poder en el patriarcado con otros juegos de seducción. A su alrededor un grupo de bailarines, vestidos hasta la cintura con smoking y con las piernas descubiertas y medias de red, se ponen a sus pies, mientras canta los versos de “Pornocracia”: “Y yo sé/que tratas de olvidarme/pero besaste al mismísimo demonio”. Su voz con sabor a revancha se arrastra con una peligrosa y dulce sensualidad sobre la melodía de un bolero retro con atmósfera de humo al son de un coro que repite: “quién a va calmar este deseo carnal”.
En canciones como “Mi buen amor”, evoca la inocencia de los primeros besos, donde su voz parece más chiquita, intimista, menos tormentosa, sin los desbordes emocionales de otros momentos del show. El contraste llega con esa cumbia caliente de aires andinos llamada “Amarráme”, que grabó con su compatriota Gepe, y le da a otro impulso al concierto, y que termina de despegar con otros ritmos como el ska en “No te fumes mi marihuana”.
Si hasta aquí la voz de Mon Laferte parece contenida, en la balada “Antes de ti” su voz se libera. Es un torrente emocional que drena a través de una letra que habla sobre la mala suerte en el amor, sobre el dolor, sobre estar entre la vida y la muerte: “Antes de ti/Yo no conocía el amor/Estaba sola y triste como esta canción”. Los arreglos épicos de los vientos con la melancolía del sonido de los teclados se amalgaman con la voz adolorida de Laferte que se estira en esa falsete, ascendiendo en la escala de notas, y que suena como una vieja herida de amor.
Con esas canciones Mon Laferte, no cuenta solamente su historia sino la de todos esos rostros anónimos que están abajo del escenario y que eligen su propia canción, su propio calvario amoroso, o su propio triunfo de redención amorosa. Ella, es la médium, que captura esas emociones, las más profundas, para ponerlas en canciones como “Otra noche de llorar”, un estreno adelanto que viene presentando en esta gira, y que saldrá en las plataformas el 27 de marzo. Es una canción de despecho. Una letra de amor clandestino. Una canción de despedida. “Ya te tengo que colgar/de seguro ella está a tu lado”, frasea en el final con angustia y acentuado el drama de la situación.

La banda que la acompaña, que se sostiene en los muy buenos arreglos de la sesión de vientos, que pueden emular el sonido de un big band de jazz, salsa, soul y blues, enriquecen los climas y las atmósferas de las canciones de Mon Laferte, para completar el ambiente de esas pequeñas películas de cuatro minutos sobre el amor en estos tiempos de cólera. Son esas baladas desgarradoras, donde convive la influencia de Juan Gabrial, el tango y el sonido retro psicodélico de aquellas piezas románticas de Los Angeles Negros de Chile, las mejores portadoras de su mensaje.
En esas canciones de ruptura, adioses y primeros romances, Mon Laferte rastrea en su propia experiencia, el desbocado sentimiento latinoamericano a la hora de amar que se traduce en géneros como el bolero, donde el sufrimiento es rey, donde una historia de amor rota deja una marca para toda la vida.
A diferencia de los romances de las telenovelas, las canciones de Mon Laferte no tienen final feliz. Son reales. Por una u otra razón, siempre terminan. Elige para el final del concierto su himno “Tu falta de querer”. Así se despide del escenario. El tema lo cantan todos, como si en su mente se la dedicaran a una persona en particular, aunque ahora estén con sus novios, novias, parejas con hijos, pero aquí están convocados por ese testamento al desamor, ese manifiesto de la ruptura que dice: “Ven y cuéntame la verdad/ten piedad/Y dime por qué/¿Cómo fue que me dejaste de amar?”. Y entonces, otra vez, la herida, vuelve a sangrar.
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