Marcos Herrera: la música de la oralidad

Alguna vez distinguido por el ojo lector de Ricardo Piglia, el escritor porteño Marcos Herrera construyó una voz original que, sin contradicción, a la vez se inscribe en la tradición forjada por Roberto Arlt. “Todos los camioneros del mundo saben lo que llevan” es su nuevo libro. Entrevista a un narrador que nunca se detiene.
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Marcos Herrera, visto de lejos, no es un escritor prolífico. Eso es cierto solo si se revisa lo que ha publicado. Si se lo ve de cerca, en cambio, siempre está escribiendo. En bares del centro porteño, en plazas suburbanas, a la noche en su refugio de los metros cuadrados necesarios para habitar la ciudad, de día en un rincón de oficina por donde nunca pasa nadie. Marcos escribe. Cuando al fin publica eso es una buena noticia. En cada uno de sus libros descubrimos que el autor disfruta más el viaje que la llegada, la trama que el desenlace. Puede llevar de la mano al lector hasta oscuridades heladas y luego ayudarlo a seguir para confirmar que por las grietas entra luz.

Marcos Herrera (Buenos Aires, 1966) publicó poesía y narrativa. Su libro de poesía Músicos de frontera obtuvo el primer premio en el concurso organizado por las bibliotecas municipales de la ciudad de Buenos Aires, con un jurado compuesto por Joaquín Giannuzzi, Diana Bellesi y Daniel Freidenberg. Del libro de relatos Cacerías (1997), Ricardo Piglia seleccionó el cuento que le da título al volumen para incluirlo en la antología Las fieras, antología del género policial en la Argentina. La novela Ropa de fuego (2001) recibió el premio Fondo Nacional de las Artes. También escribió La mitad mejor (2009), Polígono Buenos Aires (2013), La escuela de Satán (2017). En 2022 publicó el libro de poesía El núcleo de la soledad.

“Por momentos la literatura argentina es toda muy parecida, hay una especie de registro retórico más o menos establecido de lo que se considera literatura, mientras que Marcos Herrera es alguien que ya tiene un campo y una voz que deslumbran por su originalidad” (Ricardo Piglia)

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La buena nueva es que acaba de salir Todos los camioneros del mundo saben lo que llevan. (Ediciones Del Camino). El libro de Herrera tiene tres partes. Una primera con relatos cortos y más cortos unidos por hilos invisibles. Una segunda con dos relatos más largos. Una tercera que es una nouvelle.

“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído” empezaba Jorge Luis Borges su poema Un lector. En la obra de Herrera conviven cientos de lecturas entrelazadas en su literatura. Son influencias de extrema diversidad y al mismo tiempo de una coherencia sutil que va desde la serie negra Raymond Chandler, Jim Thompson, Dashiell Hammet hasta poetas como Juan L. Ortiz, Francisco Madariaga, Joaquín Giannuzzi, Artaud, Dylan Thomas y César Vallejo. Puede que aparezcan por ahí Hemingway, Carver y Bukowski pero sin dudas la literatura de Herrera se inscribe en la tradición de Roberto Arlt.

Con la excusa del libro en la calle aprovechamos para conversar con Marcos Herrera sobre su flamante publicación, su historia con la escritura y los cruces con la radio.

Ernesto Lamas: ¿Tenés un recuerdo del momento en que decidiste que ibas a escribir? ¿Qué pulsión te llevó a sentarte frente a una hoja en blanco y empezar?

Marcos Herrera: Tengo un recuerdo preciso. Yo tenía 16 años. Había estado leyendo a Raymond Chandler. Entonces, dije: voy a escribir una novela policial. Me acuerdo de estar en el comedor de la casa de mis viejos. Me acuerdo que empecé a escribir en hojas blancas, sin reglones, con lápiz. Habré escrito unas diez o doce páginas. En el medio, porque pasaron unos días y la cosa se me complicaba. Empecé a leer un librito finito del Centro Editor de América Latina, Antología de la poesía del siglo XX. Ahí descubrí a Dylan Thomas, a García Lorca (uno de los poemas de Poeta en Nueva York), Huidobro, etc. Y pensé que si se podía escribir poesía sin rima, yo podía. Esos poemas me dieron permiso. Y empecé. Mis viejos vieron que para mí la cosa iba en serio y me mandaron a un taller literario. Al de Nicolás Bratosevich. Ahí tuve una excelente profesora: Susana Rodríguez. Enseguida entendí lo que era un lugar común y como un lugar común se podía transformar en un lugar no común si uno lo rodeaba de un contexto de palabras vamos a decir “extrañas”. Así, seguí leyendo y escribiendo poesía y la narrativa que la seguía leyendo con pasión tendría que esperar.

-Quien haya leído tus libros puede sentir que estás contando una misma historia: nacional, telúrica, con personajes que conviven en un mismo territorio, que tienen muchas cosas en común, sobre todo una desesperada búsqueda por encontrar su lugar en el mundo y llevar ahí consigo amores y amistades para sentarse alrededor de un fuego y contarse historias. ¿Hay algo de eso? ¿Alguno de tus libros queda fuera de esta descripción?

-En cierto punto, no. Todo lo que escribí y lo que escribo tiene cierta música de la oralidad, que es la música de las historias que se cuentan mirando el baile de las llamas, con las estrellas haciendo un contrapunto silencioso bien alto, en la negrura del cielo nocturno.

En este sentido, me gusta pensar que la poesía y la narrativa se contaminan mutuamente, para bien. Y que, muchas veces, cuando estoy escribiendo prosa, escribo poesía, intercalo, es una alerta para mantener la temperatura y la presión del lenguaje. La poesía es una lupa para examinar el lenguaje. Es la manera de mantener el extrañamiento, que no es otra cosa que ver con distancia el funcionamiento de las palabras. Cuando uno repite una misma palabra una y otra vez, esa palabra se vuelve extraña, perdemos de vista su significado, nos quedamos con el sonido. Podemos transformar una oración, incluso una oración cotidiana, en un mantra.

-Tu último libro Todos los camioneros del mundo saben lo que llevan tiene mucha poesía en su literatura. ¿Cada cuento podría ser una poesía? Cada cuento fue antes una poesía? ¿O lo será luego? ¿Una poesía que cuenta una historia luego puede ser un cuento?

-Muchos de los cuentos breves de la primera parte, “La música”, fueron antes poemas, algunos más viejos que otros. Y, por supuesto, una poesía cuenta una historia, siempre. Hay que descubrirla. Y para eso hay que saber escuchar. Para mí la música es muy importante en mi vida. Las canciones son fuente de inspiración. Para mí y para muchos escritores. De hecho, hice letras para canciones. Son rocanroles que mezclan mi background literario con mis gustos por caminar por rutas alternativas. Creo que hay que buscar siempre. Que un artista no se puede quedar tranquilito, encasillado. En ese sentido los festejos que a uno le hacen son estimulantes, pero eso no te tiene que detener tus ganas de conocer otras tierras. Un artista es un explorador. Y para los exploradores un territorio nuevo, una terra incógnita, siempre es estimulante, siempre lo hacen moverse y soñar.

-Un personaje del último cuento dice en un momento que “todos caminamos sobre una capa fina de hielo que en cualquier momento se puede romper, en cualquier momento podemos terminar en el agua helada y oscura y hundirnos”. Esa sensación de fragilidad está presente de modo transversal en tus narraciones, como si te lo recordaras primero que a nadie a vos mismo. ¿Es un aviso dramático de lo inexorable o un modo de esquivar el tema, de anularlo, controlarlo?

-Es algo que digo porque creo que en menor o mayor medida todos somos mecanismos frágiles. Todos en algún momento de nuestras vidas caminamos sobre una capa de hielo que no sabemos si va a aguantar nuestro peso. Todos estamos caminando con la muerte a un brazo de distancia nuestro. El que quiera mirar para otro lado, puede. Pero va a vivir con menos intensidad. La ceguera no hace que las cosas dejen de existir. Nuestras primeras aventuras las tenemos cuando recién asomamos nuestra cabeza al mundo, cuando somos renacuajos que buscan con el hocico el calor y la leche materna. Ahí empiezan las exploraciones, las preguntas. No sé por qué (o sí sé) pienso en poetas como Juan L. Ortiz. Un poeta, tal vez el más grande de todos los argentinos, que en su obra habla del río, pero ese río no solo es paisaje bucólico, Juan Ele lo vuelve paisaje existencial, mítico. Ahí aparecen las preguntas. Todo se vuelve tembladeral (una palabra muy de Juan Ele) y con toda esa carga y esos instrumentos humanísimos podemos desafiar a los truenos de la historia y a la ceguera de los poderes bestiales, las avaricias de la crueldad humana.

-Muchas de las imágenes que aparecen en tus cuentos parecen textos escritos para radio, para ser contados en radio, donde un locutor puede narrar y esperar que la audiencia complete, cada quien a su manera, esas imágenes. ¿Estás de acuerdo con esta afirmación? ¿Alguna vez lo pensaste de ese modo? ¿Tu paso por la radio puede haber dejado alguna influencia para la construcción de escenarios y personajes?

-Estoy de acuerdo. Totalmente de acuerdo. La radio, lo que se dice en la radio tiene mucho que ver con la idea de un grupo de seres humanos alrededor de una fogata, contando historias. Muchas veces también hay una guitarra y, algunas veces, aparecen grandes cantores y alguno que cuenta un cuento que hipnotiza. La radio es especial porque crea una intimidad entre el o los que hablan con un micrófono, en un estudio, y el o los que escuchan en sus respectivas intimidades. Tiene mucho que ver, hacer un programa de radio, con lanzar una botella al mar. Uno cuando hace radio no sabe quién está escuchando. A eso se lo llamó muchas veces “magia”. Es tan simple y tan verdadero que no hace falta explicarlo. Cuando uno escribe no sabe quién va a leer eso. También es lanzar una botella al mar. Y ahora pienso en la figura del náufrago. En este mundo cada vez más chico, en donde es difícil encontrar misterios, no está mal pensar o pensarse como un náufrago. Alguien que vuelve a estar hundido en la naturaleza y cuenta con su mente y su corazón para vivir. Se puede naufragar en el océano, en una selva, en un desierto o en el espacio. Un buen explorador, para volver a ese ejemplo, en algún momento se vuelve un náufrago.

Luego de la conversación en Los Galgos nos despedimos. Marcos se vuelve a sentar frente al pocillo del cortado ya vacío. Avisa que se queda en el bar porque quiere ver a la gente pasar un rato más. Probablemente escriba algo. Como casi siempre.

Martín Kohan escribió en la Revista Los Inrockuptibles que Marcos “lleva la escritura a ese punto preciso en el que la atmósfera se vuelve densa, agobiante, pero acierta al evitar tanto el exceso de piedad como de impiedad. Es notable como Herrera logra el raro efecto de producir, a un mismo tiempo, extrañamiento y familiaridad. Y Juan Martini señaló que “pocos autores contemporáneos han recortado a sus protagonistas con un bisturí tan certero como para extraer los perfiles más habituales y ponerlos en puntos máximos de tensión sin sacudirles demasiado el marco en que naturalmente podrían moverse”.

Todos los camioneros del mundo saben lo que llevan se consigue en librerías

Hernandez, Av. Corrientes 1436.
Eterna cadencia, Honduras 5582.
De la mancha,  Av. Corrientes 1888.
Aquilea, Av. Corrientes 2008.
Yenny, Florida 340.
Yenny, Florida 632.
Grand Splendid, Av. Sta. Fe 1860.
Yenny, Juramento 2093.
Otras Orillas: Gral. Lucio Norberto Mansilla 2974

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About Post Author

Ernesto Lamas

Comunicador, docente y activista comunitario. Es uno de los fundadores de FM La Tribu y su primer director. Trabajó en radios comunitarias, públicas y comerciales. Cofundador de la revista Causas y Azares y guionista del grupo de cine documental Cine Ojo. Fue coordinador regional de la Asociación Mundial de Radios Comunitarias y director de Capacitación de la Defensoría del Público. Da clases en la Universidad de Buenos Aires, en la Universidad de José C. Paz y en la Universidad Nacional de Córdoba. Es investigador asociado del Observatorio Latinoamericano de Regulación de Medios y Convergencia (Observacom) y capacitador de la Deutsche Welle Akademie. Le gusta mucho la radio y es muy hincha de San Lorenzo y la selección argentina.
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