Junios. Peronismo y antiperonismo en la encrucijada

Extracto del libro “Junios”, del periodista y escritor Cristian Vitale, que examina el origen de la grieta peronismo/antiperonismo vigente hasta nuestros días. Transcribimos el primer capítulo.
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El cielo se cierra. Se torna oscuro. Denso. Más de lo que estaba por orden natural del clima. Es el mediodía de ese jueves frío y gris del 16 de junio de 1955, horas después de que el popular cantante de tangos Charlo grabara una formidable versión de “Tu pálida voz”, el vals de Homero Manzi, cuando tripulantes de una treintena de aviones de la Armada provenientes de la Base Aérea de Punta Indio (1) empiezan a descargar su odio encarnado en bombas sobre Plaza de Mayo. Buscan matar a Juan Perón, pero él se refugia en el Ministerio de Guerra. No importa nada la vida.

Las primeras bombas de fragmentación reparten sus blancos entre autos estacionados sobre Hipólito Yrigoyen y Paseo Colón, la boca del subte A y el centro de la Casa de Gobierno, al tiempo que otra -110 kilos pesa- se hace un hueco entre la bruma y su onda expansiva alcanza el techo de un trolebús de la línea 305, con trabajadores, trabajadoras, niños y niñas en trance escolar.

Es el comienzo de un reguero infernal. Masivo. Destructor. Entre los tripulantes de los cazabombarderos que hacen punta, al comando del capitán de fragata Osvaldo Guaita, se encuentran su homólogo, el jefe de la Base Aeronaval de Punta Indio, Néstor Noriega; el capitán de corbeta Jorge Imaz Iglesias, y el teniente de corbeta Alex Richmond, entre otros (2). “Cuando saco la primera foto, veo dos tipos tirados adelante, con la cabeza colgando. (Luego) subí al trolebús que era un encharque de sangre. Los zapatos se me habían llenado de sangre. (El trolebús) no se incendió; los había matado la expansión de la onda explosiva; murieron reventados. Creo que habría, a grosso modo, unos 65 cadáveres. No se salvó nadie”, dirá Luis Elías Sánchez (3), fotógrafo del diario Noticias Gráficas, y testigo directo del desastre dirigido por el vicealmirante Samuel Toranzo Calderón; el contralmirante Benjamín Gargiulo y el ministro de Marina, Aníbal Olivieri, que se sumó al levantamiento horas después.

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El ataque por aire, que había tenido que demorarse a causa del clima (4), tiene dos oleadas. Durante la primera, el foco es la Casa de Gobierno y sus alrededores, donde los pájaros metálicos homicidas reciben el apoyo terrestre de la Infantería de Marina, cuyo propósito era justamente atacar desde ese ministerio. En segundos, lo que era una manifestación pacífica en desagravio a la bandera argentina y al general José de San Martín (5) muta repentinamente en gritos de dolor que se mezclan con el ruido seco de hierros rotos, de paredes derrumbadas, de techos que caen, de autos que explotan… Iban a caer flores, pero caen bombas.

Autos destruidos, a causa de las bombas. AGN. 

Mil imágenes en sepia, sempiternas, persistentes, dan cuenta del inédito estrago humano. La de esa mujer que se toma la falda mientras observa su pierna derecha totalmente destrozada. La del trolebús de chicos con su techo lacerado. La de gente aterrada que observa cadáveres desparramados en las calles. La de cuerpos mutilados, carbonizados, en medio de la lluvia. La de víctimas cubiertas con diarios. La de personas buscando refugio en la Casa Rosada. Y vehículos arruinados. Y sirenas de ambulancias. Y aviones vomitando metralla. Y más y más cadáveres en la Recova. En las esquinas. En todas partes. Polaroids dantescas. Retazos de lo que quedaría retenido en parte de la memoria colectiva, pese a los sistemáticos intentos de tapar la muerte con una mano. Imposible, ni con una, ni con veinte ni con mil manos ocultar los aviones que dejaron caer sobre edificios, personas y vehículos 14 toneladas de bombas, muchas de ellas de fabricación británica (6).

Buenos Aires se convertía así en la primera ciudad abierta del mundo en ser bombardeada por su propia aviación

El ataque aéreo, terrorista, protagonizado por la Aviación Naval y la Fuerza Aérea contra la población indefensa (7) tiene su correlato terrestre, casi simultáneo, cuando unos 300 integrantes del Batallón de Infantería de Marina 4 con asiento en Puerto Nuevo, sublevados desde temprano al mando del capitán Juan Carlos Argerich (8) y munidos de rifles automáticos que habían entrado al país de contrabando (9), abren fuego desde el Ministerio de Marina hacia la Casa de Gobierno, mientras uno de los tres líderes de la asonada, el ministro Olivieri, rodeado por sus secretarios Emilio Massera y Horacio Mayorga, sufría –o no- desde el día anterior una afección cardíaca en el Hospital Naval.

El ataque terrestre provoca la inmediata reacción de los 70 granaderos que custodian la Casa Rosada, viejos mausers en mano. Los sediciosos también avanzan desde la playa de estacionamiento del Automóvil Club Argentino, y se enfrentan con el fuego leal que se abre desde los balcones del Salón Blanco de la Casa de Gobierno, mientras el jefe de la represión, el general Franklin Lucero, organiza la defensa. Llegan así las tropas del Regimiento 3 de La Tablada, y del Tercer Regimiento de Palermo.

Durante esas horas aciagas, confusas, aparecen entonces acciones arrojadas por parte de militares que defienden al gobierno constitucional. Una de ellas es la que lleva a cabo otro de los principales protagonistas de esta historia. El esgrimista platense Adolfo César Philippeaux, entonces jefe de la escolta presidencial, logra tomar varios prisioneros entre las agresivas filas de la Infantería de Marina, y hace replegar al resto de las fuerzas sediciosas, acción que le valdrá un ascenso al grado de teniente coronel. “Vi los cadáveres. Las cabezas de la gente aplastadas por la onda explosiva. He visto automóviles en los que quedaban sobre los asientos restos de pantalones pegados. Fue terrorífico. A los minutos de ver aquel panorama, tuve que entrar en combate”, contará Philippeaux (10).

Otra acción valiente, pero en el combate aéreo, es la que lleva a cabo el teniente Ernesto “Muñeco” Adradas, uno de los pilotos de los cuatro reactores Gloster Meteor de la Fuerza Aérea que resiste los ataques (11).  Tal como cuenta el documental Piloto de Caza, Adradas derriba uno de los Texan, piloteado por el teniente Arnaldo Román, quien cae en paracaídas en las aguas turbias del Río de la Plata (12) .

La embestida feroz por aire y tierra inaugura así el ciclo de violencia política en la Argentina, que desembocará en la dictadura cívico-militar de 1976, con similares agresores contando cadáveres y cantando victoria (13). Entre el mediodía y las primeras horas de la tarde de ese jueves 16 de junio, mientras devienen los enfrentamientos entre militares leales y sediciosos, Plaza de Mayo y sus alrededores también se van poblando de obreros alentados por Héctor Di Pietro (14) quien, doce minutos después de las 13, los convoca por cadena nacional bajo la consigna de defender a Perón, que pujaría en reversa. “Ni un solo obrero debe ir a la Plaza de Mayo. Estos asesinos no vacilarán en tirar contra ellos. Esta es una cosa entre soldados. Yo no quiero sobrevivir sobre una montaña de cadáveres de trabajadores”, manda decir a Di Pietro el presidente de la Nación, temeroso de que siga muriendo gente.

Sin embargo, muchos obreros, sindicalistas y militantes de la bravía Alianza Libertadora Nacionalista se concentran igual. Portan palos, herramientas de trabajo y armas cortas y muchos avanzan subidos a los lomos de los tanques Sherman del Ejército, que se suman a la defensa del gobierno. La esquina de Paseo Colón y Belgrano es una de las más pobladas por ellos. “No podía entender cómo, sin una declaración de guerra, se atacaba cobardemente; cómo nos bombardeaban a nosotros, el pueblo. En ningún momento intentaron otra cosa. Se ensañaron; sabían que estábamos allí defendiendo nuestros derechos, los que nos había dado ese gobierno que ellos querían voltear”, contará Raymundo Heredia, uno de los trabajadores que estuvo durante los bombardeos.

Del otro lado, parte de los casi 300 opositores armados que integraban los comandos civiles arriados por radical unionista Miguel Ángel Zavala Ortiz -uno de los líderes civiles de la conspiración- se apuestan como francotiradores en los techos del Banco Nación y del Ministerio de Asuntos Técnicos. Pertrechados con armas que se les había facilitado durante la mañana en la Facultad de Derecho y en ciertos bares de la Avenida Santa Fe, donde se reunía a menudo la militancia antiperonista, atacan con furia a las fuerzas leales. Con una cinta anudada en sus brazos, los comandos opositores también ocupan Radio Mitre, desde donde Zavala Ortiz propala la proclama golpista, mientras transcurren los enfrentamientos. “Argentinos, argentinos, escuchad este anuncio del cielo por fin volcado sobre la tierra argentina: el tirano ha muerto. Nuestra patria desde hoy es libre. Dios sea loado”, vocifera el dirigente radical.

La segunda oleada aeroterrorista de la jornada tiene como objetivo la residencia presidencial, ubicada entonces en la esquina de Agüero y Libertador. Allí, un explosivo “equivoca” el rumbo, e impacta en un trolebús en la esquina de Las Heras y Pueyrredón, en cuyos derredores mueren una sirvienta, un barrendero -que cae fulminado en plena vereda ante la mirada estupefacta de los transeúntes- y un adolescente de 15 años (15).

Pese a ello, y fruto de los triunfos que van teniendo las tropas leales en diferentes sitios y episodios (16), las fuerzas sediciosas comienzan a recular, hasta desembocar en una exótica rendición. La misma se produce en el Ministerio de Marina, donde poco después de las 15, el general y ex director general de Ingenieros y de la Escuela de Zapadores, Juan José Valle, otro protagonista central de esta historia (17), y el general Carlos Wirth, llegan en un jeep con el fin de detener a los marines y recuperar el control de la cartera rebelde.

Al menos así lo habían pactado al teléfono minutos antes el leal Lucero y el “converso” Olivieri (18), quien efectivamente agita la bandera blanca, tras observar desde los ventanales del Ministerio (19) a los trabajadores enardecidos pidiendo venganza. No obstante, la semi-rendición tiene sus bemoles trágicos. Mientras flamea la bandera desde una de las ventanas del ministerio, Valle y Wirth son recibidos por una ráfaga de ametralladora, que milagrosamente no impacta en sus cuerpos, aunque sí alcanza el de muchos obreros, a quienes Olivieri tildaría luego de “turba, chusma y guerrilleros”.

Trino Carretero, viejo militante peronista que luego formaría parte de la resistencia (20), fue uno de los testigos directos de aquella llamativa y paradojal rendición de la Marina. “Vimos que levantaban la bandera blanca desde el Ministerio, y avanzamos. Estábamos todos cuerpo a tierra y cuando nos fuimos levantando empezaron los tiros otra vez. Ahí murió muchísima gente, porque además de tirarnos desde el ministerio, aparecieron dos o tres aviones ametrallando todo; las balas rebotaban el piso (…)”.

El testimonio de Trino da cuenta también del terrible momento en que otros atacantes inician nuevamente las hostilidades (21).  Los objetivos del segundo ataque masivo son las sedes de los ministerios de Obras Públicas y de Hacienda, el Banco Hipotecario, y el Departamento Central de Policía. “Puede ser objeto de debate que durante la primera oleada supieran o no que Perón se había ido de la Casa Rosada (22), pero los que participaron en los ataques posteriores sabían perfecto que él ya se había marchado de allí. Por lo que fueron conscientes de que las bombas harían blanco sobre la población civil, en un inequívoco acto de terrorismo de Estado” (23).

  Otro objetivo tardío de la facción subversiva es el edificio de la Confederación General del Trabajo, donde se concentraba otra parte de los trabajadores que defendían el gobierno constitucional. Los que atacan a la CGT son algunos Gloster conversos, quienes se habían pasado de bando en la VII Brigada Aérea de Morón, que se había sublevado en medio de la contienda, a instancias del comandante Agustín De la Vega.

 Finalmente, bien entrada la tarde, el general Valle, entonces secundado por el general leal José Humberto Sosa Molina y los almirantes Insussarry y Brunet, retoma el control de la situación en el Ministerio de Marina (24), al tiempo que Juan Perón aprovecha para dar un mensaje pacificador a la población. Poco después de las 17, el presidente dice en cadena nacional: “La situación está totalmente dominada. El Ministerio de Marina, donde estaba el comando revolucionario, se ha entregado y está ocupado, y los culpables, detenidos”.

Pero son tal vez sus palabras las que inyectan el plus de odio desesperado, caótico, que determinan los últimos ataques abiertos de los insurrectos sobre la población. Casi a la par del discurso del presidente, las fuerzas antiperonistas vuelven a agredir, mientras emprenden la huida hacia el receptivo Uruguay (25).  Allí, los espera Carlos Guillermo Suárez Mason, prófugo de la justicia argentina por haber sido parte del intento de golpe contra Perón en septiembre de 1951 (26).  

La última imagen no puede ser peor. Durante los ataques previos a la huída final, varios trabajadores que se habían vuelto a congregar en defensa de Perón perecen incinerados. Carlos Enrique Carus es el principal ejecutor de la estocada final. El G.46 de la Fuerza Aérea que pilotea vuela rasante y arroja sus tanques suplementarios con casi 800 litros de kerosene sobre las casi 30.000 personas que estaban concentradas en defensa de su líder. La idea es directamente incinerarlos (27).

Finalmente, quince minutos antes de las 18, el siniestro plan urdido por la tríada Toranzo Calderón-Gargiulo-Olivieri llega a su fin (28). El mayor Pablo Vicente, ayudante de Perón, informa a los tres que serán fusilados, y les da una pistola a cada uno. Pero el único que la usa es el vicealmirante Gargiulo, que se termina disparando en su oficina, antes de las luces primeras del viernes 17 (29).

Tras los bombardeos, Perón ratifica la concreción de uno de los propósitos permanentes de su vida política hasta entonces: lograr que el pueblo sea querido por el Ejército, y, viceversa, el Ejército por el pueblo. Así lo emite por cadena nacional, ni bien cesan los enfrentamientos. “Quiero que en esta ocasión, en que sellamos la unión indestructible sobre el pueblo y el Ejército, cada uno de ustedes, hermanos argentinos, levante en su corazón un altar a este Ejército, que no solamente ha sabido cumplir con su deber, sino que lo ha hecho heroicamente” (30). Asimismo, vierte en sus palabras nuevamente la intención de serenar los caldeados ánimos de sus seguidores. “Lo más indignante es que hayan tirado a mansalva contra el pueblo. (…) Es indudable que pasarán los tiempos, pero la historia no perdonará jamás semejante sacrilegio. (…) Nosotros, como pueblo civilizado, no podemos tomar medidas que sean aconsejadas por la pasión, sino por la reflexión. (…) Para no ser criminales como ellos, les pido que estén tranquilos; que cada uno vaya a su casa (…). Les pido que refrenen su propia ira; que se muerdan como me muerdo yo, en estos momentos, que no cometan ningún desmán. No nos perdonaríamos nosotros que a la infamia de nuestros enemigos le agregáramos nuestra propia infamia (…). Los que tiraron contra el pueblo no son ni han sido jamás soldados argentinos, porque los soldados argentinos no son traidores ni cobardes, y los que tiraron contra el pueblo son traidores y cobardes. La ley caerá inflexiblemente sobre ellos. Yo no he de dar un paso para atemperar su culpa ni para atemperar la pena que les ha de corresponder. (…) El pueblo no es el encargado de hacer justicia: debe confiar en mi palabra de soldado (…) Sepamos cumplir como pueblo civilizado y dejar que la ley castigue…” (31).

Mientras el Uruguay gobernado por Luis Batlle Berres, del Partido Colorado -histórico aliado de los liberales argentinos- recibe con júbilo a los agresores, las víctimas provocadas por estos se cuentan por centenas. Entre ellas, yace inerte el cuerpo de un empleado de la aduana de 42 años. Su nombre: Juan Carlos Marino. Una bala le había dado en el pecho al salir de la estación Plaza de Mayo del subte, durante los primeros ataques. Marino murió solo por salir de su trabajo y pasar por ahí. La suerte del enfermero Cándido Bertol no fue mejor. Sucumbió politraumatizado, mientras socorría heridos en la Plaza. Al suboficial ayudante Manuel Gutiérrez, de 30 años, las balas se le incrustaron en la sien y en la espalda. Murió, igual que un empleado del Ministerio de Transporte que había caído gravemente herido al estallar una bomba al lado del Ministerio de Hacienda. Su vida terminó en el Hospital Argerich, sin que los médicos pudieran hacer mucho por él. Tampoco es mucho lo que se pudo hacer en Asistencia Pública por Bartolomé Batista. El hombre había recibido una bala mortal en la frente, mientras viajaba en uno de los trolebuses alcanzado por los proyectiles.

En la equina de Yrigoyen y Balcarce, otro epicentro de la primera oleada de bombardeos, el general Tomás Ricardo Ramón Vergara Russo y su chofer de 33 años, Antonio Misischia, perdieron la vida mientras uno llevaba al otro hacia el Ministerio de Ejército. A un italiano de 50 años, Francisco Bonomini, una esquirla lo aniquiló en medio de la avenida Pueyrredón, durante el ataque a la residencia presidencial. Casi en simultáneo, cerca de él, una metralla mató a Miguel Sarmiento, de 15 años, mientras cruzaba la calle. Al agente chofer de la policía José Mariano Bacaljá, al oficial subinspector Rodolfo Nieto y al oficial principal Alfredo Aulicino les cupo la misma suerte.

Juan Carlos Bacciadonne fue uno de los que murió dentro de la Casa de Gobierno, donde trabajaba. Tenía 41 años y las metrallas le destrozaron el tórax. El ataque sedicioso también acabó con la vida de José Bacigalupo. Una granada lo desangró por dentro. Elsa Fábregas y Carlos Rodríguez murieron durante la asonada en Plaza de Mayo a causa de fractura de cráneo, igual que María Irene González, de 17 años, y María Esther Volpe.

León Shiff, un alemán nacionalizado argentino, pudo escapar del Holocausto pero no podría hacerlo de la violencia antiperonista: perdió su vida carbonizado frente al Ministerio de Hacienda. Su auto se incendió, producto de la caída de cables de la red eléctrica sobre él. Héctor Pessano, obrero que se había tomando en serio eso de dar la vida por Perón, fue fulminado mientras intentaba derribar un avión ¡con un revolver!, desde los techos de la CGT, uno de los focos de la segunda oleada. Igual suerte, pero en la plaza, corrió el secretario general del gremio de tintoreros, Juan Carlos Cressini.

Indescriptiblemente peor hubiese sido el desenlace de no haber mediado la represión leal, encarnada en principio por los Granaderos que ofrendaron sus vidas en defensa del gobierno constitucional. Entre ellas, las de Enrique Cocce, Rafael Inschausti, Pedro Paz, Laudino Córdoba, Víctor Navarro, Ramón Cárdenas, Mario Díaz y Oscar Drasich, atravesados todos por las balas fulminantes de las ametralladoras Oerlikon calibre 20, que lanzaron los primeros aviones. Entre los uniformados leales a Perón, también perdieron la vida -en distintos momentos y lugares- Roberto Miguel y Arturo Shangan, del Regimiento Motorizado Buenos Aires; Rubén Crispuolo, del Regimiento 3 de Infantería de La Tablada; y el suboficial ayudante de la Séptima Brigada Aérea de Morón José Fernández.

Según las actas de defunción plasmadas en el Registro Civil de la Ciudad de Buenos Aires, Rubén Alberto Bevilacqua también había sufrido “traumatismos múltiples de cráneo”. Tenía 3 años. (32)

Nunca quedó claro cuál fue el número real de víctimas fatales. La investigación más completa que da el estado de la cuestión a la fecha (2024) es la realizada en 2010 por el Archivo Nacional de la Memoria, dependiente de la Secretaría de Derechos Humanos, durante el gobierno de Cristina Fernández. Según la estadística, los bombardeos provocaron 308 muertes, más un número incierto de víctimas, cuyos cadáveres no fueron identificados, a causa de las mutilaciones y carbonizaciones causadas por las deflagraciones. (33)

Uno de los más de 300 cuerpos sin vida hallados tras el ataque aéreo

Otra víctima destrozada a causa de los bombardeos contra la población inerme en Plaza de Mayo

Cadáveres apilados tras la tragedia del 16 de junio

Ni Valle, ni Phillipeaux ni el teniente coronel Lorenzo Cogorno, otro protagonista de esta historia, que engrosaba la lista de heridos (34), pasarían por alto los crímenes (35). No olvidarían los centenares de muertos y muertas a causa de bombardeos perpetrados –para colmo- en nombre de Dios. Todo, a cambio de imponer como gobierno –al menos en principio— un triunvirato civil que integrarían el socialista Américo Ghioldi (36); el radical Zavala Ortiz y el conservador Adolfo Vicchi, propulsores clave del asesinato en masa, además de Toranzo Calderón, Olivieri y Gargiulo.

Entre los civiles golpistas (ninguno de ellos recibió condena) también alistaban los nacionalistas católicos Mario Amadeo, Carlos Burundarena, Santiago de Estrada, Rosedo Fraga, Felipe Yofré, Marcelo Sánchez Sorondo y Luis María de Pablo Pardo; el empresario Raúl Lamuraglia (37); el socialista, Francisco Leirós; y el radical Manuel Searras, entre otros (38). Algunos de ellos, incluso, no descartaban poner al mando del país a la Corte Suprema, custodia a veces del poder real (39)

No era previsible pero sí posible que algo así pudiera pasar en medio de la lacerante grieta que dominaba la política argentina de entonces. Dados los antecedentes, sobre todo. Los concretados y los que no llegaron a consumarse. Entre estos últimos, varios intentos de magnicidio contra Perón. Uno de ellos tuvo lugar en 1953, el mismo año en que el capitán de fragata Jorge Bassi, aseguró que “sería lindo” imaginar la Casa Rosada como Pearl Harbor, mientras uno de los pilotos de la Fuerza Aérea que luego participaría en los bombardeos de junio había propuesto a Francisco Manrique atentar un avión que transportaría a Perón, iniciativa que por supuesto no prosperó, entre otros motivos, por la negativa del general Eduardo Lonardi a plegarse.  

Año después de aquel frustrado plan, se sumó otro fuerte antecedente de las jornadas de junio del 55, cuando oficiales de la Armada intentaron fusilar al presidente más votado en la historia argentina durante una visita de éste a la VII Brigada Aérea de Morón. La intentona no pasó al hecho solo porque Perón desistió de concurrir. En agosto de 1954, en tanto, hubo otro plan de asesinar al líder, esta vez impulsado por el millonario empresario Lamuraglia, en concomitancia con Alberto Gainza Paz, -otra vez- la dupla Manrique-Bassi, el uruguayo Batlle Berres y varios de los civiles luego implicados en los bombardeos de junio del año siguiente. Tampoco prosperó.

Entre los ataques violentos contra el gobierno de Juan Perón que sí se concretaron, aunque no con el resultado esperado por los rebeldes, figura aquel del 28 de setiembre de 1951, cuando el general retirado Luciano Benjamín Menéndez lideró una sublevación junto a Alejandro Agustín Lanusse. El intento tenía como fin matar al presidente y dar un golpe de Estado con el fin de impedir que Perón asumiera su segundo mandato. El descubrimiento del plan provocó su fracaso, la declaración del estado de guerra interno y un paro general de 24 horas, convocado por la CGT, además de una multitudinaria movilización. (40). Otro hecho luctuoso que se concretó fue el del 15 de abril de 1953, cuando un comando conformado por jóvenes unionistas (41) colocó bombas en la boca del subte A, en medio de una movilización sindical en Plaza de Mayo y provocó seis muertes (42) y casi un centenar de heridos y heridas (43).

Entre los hechos inmediata y directamente anteriores a los bombardeos de junio del 55 prima también el complicado clímax político que derivó en la marcha opositora del 11 de junio de 1955, que se montó sobre la procesión del Corpus Christi. Las cosas no estaban para nada bien entonces entre el peronismo y la Iglesia, por varios motivos. Una de las causas del desencuentro fue la aparición en la arena política nacional del Partido Demócrata Cristiano, cuya pretensión era competirle al partido gobernante aquella porción –mayoritaria, por cierto— de la clase obrera que era católica. Otra, consistió en la proliferación de círculos de obreros de tal credo, sobre todo por la intensa actividad de Acción Católica, que provocó que el mismo Perón enfrentara el desafío, y acusara a ciertos curas de “actividades antiperonistas”.

A todo eso se sumaba el hábito del presidente de recibir por igual a jefes de todos los cultos, además del católico. En rigor, solían entrevistarse con él líderes apostólicos, judíos, ortodoxos de oriente, ortodoxos griegos, mormones, adventistas y evangelistas (44).

Más cerca de los bombardeos, la supresión de cinco feriados religiosos decretada por el Poder Ejecutivo en marzo del 55 (45), más la derogación de la Ley de Enseñanza Religiosa en las escuelas públicas sancionada el 13 mayo de ese año y la avanzada tendiente a separar la iglesia del Estado (46), convivían en un combo explosivo con la aprobación de la Ley del Divorcio, la supresión de la Ley de Exención de Impuestos a organizaciones religiosas, la convocatoria a un Congreso Constituyente con la idea de declarar un Estado laico, y la equiparación de los derechos de hijos legítimos e ilegítimos, todos proyectos impulsados y/o concretados por el gobierno peronista, que venían manteniendo enfrentada a la opinión pública (47).

La postura del oficialismo ante todos estas cuestiones -a excepción de a ciertos religiosos, como los moneñores Ferreyra Reinafé y Antonio Caggiano- por supuesto irritó más de la cuenta a muchos obispos, que empezaron a activar insurrecciones callejeras. Y se exacerbó aún más cuando, negándose a realizar la procesión del Corpus Christi el día que correspondía por calendario (jueves 9 de junio), la reacción católica la atrasó para el sábado 11. Y la realizó igual, pese a la prohibición gubernamental.

Ese día, un grupo de manifestantes, entre los 200.000 que participaron de la procesión, apedreó el Congreso nacional al grito de “Muera Perón y Viva Cristo Rey”; pintó paredes con el “Cristo Vence”, que luego aparecería abreviado como C.V. en los fuselajes de los aviones bombarderos, arrancó las placas que honraban la memoria de Evita; rompió vidrios y vehículos; e izó la bandera del Vaticano en el mástil del Parlamento, además de quemar presuntamente una argentina, como se contó páginas atrás.

El gran lío que protagonizaron los a priori pacifistas feligreses católicos, junto a grupos que no lo eran tanto, como los estudiantes nucleados en la Federación Universitaria Argentina, derivó en que el gobierno considerara lo ocurrido como un “crimen de lesa patria”, y actuara en consecuencia, al exonerar al provisor y vicario general, monseñor Manuel Tato, a quien se le comunicó que debía irse del país, y al canónigo diácono monseñor Ramón Pablo Novoa. Ambos fueron acusados de provocar los desmanes.

Tal decisión, más el fuerte discurso que dio Perón dos días después, el 13 de junio, apuntando contra la “oligarquía clerical”, no hizo más que deteriorar las de por sí complejas relaciones entre el gobierno, la Iglesia, y un sector de las Fuerzas Armadas, y potenciar posibles conspiraciones que pronto mostrarían los dientes (48).

Al antiperonismo cerril que se venía arrastrando desde el mismísimo 17 de octubre de 1945 –e incluso antes- se le sumaban entonces estas causas, en cierta forma coyunturales, que harían eclosión fuerte en el período trágico que aborda este libro. Con todo, los “números” no les cerraban a los agresores, dado que esa parte del pueblo que decían representar socialistas, radicales, nacionalistas conservadores, radicales y demoprogresistas, era minoritaria.

La rimbobante oposición, por caso, había caído derrotada claramente en las elecciones nacionales que, año antes, se habían realizado para elegir nuevo vicepresidente de la Nación, tras la muerte del radical Hortensio Quijano. El 62,54 por ciento, o sea, la mitad más varios y varias del país, había votado al candidato peronista, el exsenador nacional Alberto Teisaire. Pequeño detalle que los agresores tampoco tuvieron muy en cuenta cuando empezaron a dejar caer sus bombas sobre la Plaza y las personas que allí estaban.

Tampoco era cierto que el recrudecimiento de la violencia política se debía a factores económicos, como intentaron instalar sus legitimadores. El país estaba atravesando un momento tranquilo en esos términos. Tras el sí inflacionario 1952, cuando la tasa anual había llegado al 35 por ciento, la inflación en los años inmediatamente posteriores no había superado un dígito, debido en gran parte a las políticas de control de precios que había impulsado el gobierno nacional. Por otra parte, la balanza comercial daba en positivo, la participación de los trabajadores en el Producto Bruto Interno era del 53 por ciento, y la actividad económica estaba en alza (49), a causa de la aplicación del Segundo Plan Quinquenal, que sería eliminado tras el golpe cívico-militar-liberal de septiembre de 1955.

Si hay pues que buscar una causa económica para explicar ese período harto complejo de la historia argentina del siglo XX, habría que hacerlo más bien por el lado que planteó Perón: el verdadero deseo de los golpistas era retrotraer el país a los momentos previos a junio de 1943. Que los trabajadores y trabajadoras participaran del 53 por ciento del Producto Bruto Interno o que el Estado nacional manejara el comercio exterior para garantizar la felicidad del pueblo y la grandeza de la patria era algo que el poder real del momento no estaba dispuesto a seguir soportando.

Notas al pie

1 – Roberto Potash, páginas 237-238

2- 22 North American AT-6, 5 Beechcraft AT-11, y 3 hidroaviones de patrulla y rescate Catalina. La Base Aérea de Punta Indio, al igual que Ezeiza, había sido tomada por la Infantería de Marina. El ataque iba a producirse a fin de mes pero, alertados los líderes por una filtración, decidieron adelantarla para el 16.

3 – Entre ellos, el cabo principal Roberto Nava; el guardiamarina Miguel Grondona; el teniente de fragata Carlos Fraguío; el teniente de corbeta Roberto Benito Moya; y el suboficial primero José Radrizzi (en “La revolución del 55”, Isidoro Ruiz Moreno).

4 – Testimonio de Sánchez. Página 12. 16 de junio de 2005. Al respecto, el autor del libro “La masacre de Plaza de Mayo”, Gonzalo Chaves, en entrevista dada al autor de este libro para la edición de Página 12, publicada el 20 de junio de 2004, sostiene que los pasajeros del trolebús eran 42 y que todos murieron.

5 -Los aviones sobrevolaron sus blancos bastante tiempo antes de proceder.

6 – El gobierno había acusado a manifestantes opositores de quemar una bandera argentina e injuriar al Libertador durante la marcha del Corpus Christi ocurrida cinco días antes. Sin embargo, esta versión sería puesta en duda por el testimonio del subinspector de la Policía Federal Héctor Giliberti, quien el 30 de junio, con los hechos aún en caliente, le confesó a su hermano José María (capitán de corbeta) que la bandera había sido quemada por sus compañeros de la policía, y ratificó luego sus dichos al declarar en el Consejo Superior de las Fuerzas Armadas. Como haya sido, la controvertida quema de la bandera durante la paradojal procesión católico/liberal agitó las aguas aún más, al punto que llevó a Perón a convocar a la mencionada marcha como desagravio, tras exhibir la bandera chamuscada, junto al ministro del Interior, Angel Borlenghi, en las escalinatas del Congreso. “Desagraviar nuestra bandera en nuestros días tiene para mí el más profundo significado. Las banderas tienen, según las patrias y las comunidades que representan, el reflejo del espíritu de un tiempo y de una época. Nuestra bandera […] no debió ser agraviada por los hombres”, expresó entonces el general, habilitando así el acto cívico-militar el día que se desataría la furia de las fuerzas del cielo. Luego, ya en el exilio, Perón daría su versión sobre la quema de la bandera “Se pretendió echar la culpa de este hecho a la Policía Federal y se inventó una fábula para inculpar de ello al ministro del Interior y aún al gobierno y a los peronistas, como si fuera posible que en una manifestación clerical pudieran actuar impunemente los demás (…). Borlenghi en esos momentos se encontraba a 100 kilómetros de Buenos Aires” (Perón, “La fuerza es el derecho de las bestias”, páginas 55 y 84).

7 – Según afirma Raúl Scalabrini Ortiz en el número 137 de la Revista “Qué”.

8 – Configura un hecho inédito en la historia no solo argentina, sino también mundial, dado que el bombardeo aéreo sobre Guernica, el 26 de abril de 1937, que se le parece y bastante, fue realizado por los alemanes de la Legión Cóndor y los italianos de la Aviación Legionaria, y no por españoles.

9 – Alertado de la toma del Ministerio de Marina, justamente Juan Perón se había trasladado temprano desde su despacho en la Casa de Gobierno (ver Nota al pie 22).

10 – Gonzalo Chaves al autor en entrevista ya citada.

11 – En https://www.youtube.com/watch?v=9_rP6mT6zxc.

12 – El resto de la escuadrilla la conformaban los Tenientes Primeros Juan García, Mario Olezza y Osvaldo Rosito.

13 – Otros pilotos de los aviones sediciosos que operaron en esa instancia fueron los tenientes de corbeta Máximo Rivero Kelly, José M. Huergo, Julio Cano, José de Demartini y Eduardo Invierno; el capitán de corbeta, Santiago Sabarots; los tenientes de navío Héctor Florido, Eduardo Velarde y Tomás Orsi; los tenientes de fragata Alfredo Mac Dougall, Raúl Robito, Heriberto Frind y Carlos García Boll; y los guardiamarinas Arnaldo Román, César Dennehy, Eduardo Bisso, Héctor Cordero, Sergio Rodríguez, Horacio Estrada y Juan Romanella.   (https://es.wikipedia.org/wiki/Bombardeo_de_la_Plaza_de_Mayo#)

14 – De hecho, entre los pilotos y tripulantes de los aviones estaban el mencionado Kelly, quien luego sería acusado por delitos de lesa humanidad como jefe de la Base Almirante Zar de Trelew y de la Fuerza de Tareas 7 de la zona norte de Chubut; Horacio Estrada, jefe del grupo de tareas de la ESMA; Eduardo Invierno, jefe del servicio de Inteligencia Naval durante la dictadura 1976-1983; Carlos Fraguio, jefe de la Dirección General Naval durante el mismo período, con responsabilidad en los centros de detención como la ESMA y la Escuela de Suboficiales de la Marina; Carlos Carpintero, secretario de Prensa de la Armada en 1976; Carlos Corti, su sucesor; y Alex Richmond, agregado naval en Asunción. De la Fuerza Aérea, en tanto, se encontraban Jorge Mones Ruiz, delegado de la dictadura en la SIDE de La Rioja, y Osvaldo Cacciatore, futuro intendente de la ciudad de Buenos Aires, además de los tres ayudantes de Olivieri: los capitanes de fragata Emilio Massera, Horacio Mayorga y Oscar Montes. Massera integró la primera de las juntas militares, a partir de 1976, Mayorga estuvo involucrado en la masacre de Trelew y Montes fue canciller de la dictadura. Lo que mostraron en esos años lo fueron aplicando a lo largo de varias dictaduras con el beneplácito de una parte importante de empresarios y políticos. En Luis Bruschtein “El mayor atentado terrorista” (Página 12, 16 de junio de 2023).

15 – Provisoriamente a cargo de la CGT.

16 -Ver paraderos párrafos abajo.

17 -Entre ellos, los aviones agresores que fueron repelidos por las baterías antiaéreas del Regimiento de Palermo; y la recuperación del aeropuerto de Ezeiza, que había sido tomado desde temprano por la Infantería de Marina, para  utilizarlo como pista de abastecimiento.

18 – Aunque no de forma directa, otro de los protagonistas centrales de esta historia es Juan Carlos Livraga, un ex albañil y colectivero que en el momento de los bombardeos trabajaba en una empresa fotográfica. Sus jefes le pidieron que fuera a la Capital Federal a hacer unos trámites. “Cuando llegué allí, empezaron los bombardeos. Todo se transformó en una locura, y yo justo había estacionado el auto a cuatro cuadras… Salí corriendo, y tardé horas y horas hasta que se hizo de noche. Recuerdo que no pude cruzar la General Paz, porque estaba cerrada, pero enseguida supe que había más de 300 personas muertas. A los días fui, y vi las marcas de las balas de los aviones en los mármoles de varios edificios. Esa gente era asesina. ¿Qué sentido tenía que, por asustar a Perón, se mataran personas?”, contará Livraga al autor, en una entrevista publicada en Página 12 el 15 de mayo de 2023, bajo el título de “El fusilado que vive”. Vicente Rodríguez, amigo de Livraga y también protagonista de esta historia, se salvó de milagro ese día. Las bombas caían, mientras él salía de trabajar del puerto, donde oficiaba de pagador.

19 – “Tantas veces me repitió que era mi amigo -escribirá Perón sobre Olivieri- que yo no esperé de él una traición semejante. Sin embargo, al ver después de la revolución su designación como embajador en la ONU, me he explicado muchas cosas que antes ni imaginaba. Pero los hombres son así, y ahí que tomarlos como son” (Perón, “La fuerza es…”, página 56).

 20 – A donde Olivieri se había dirigido raudamente luego de abandonar su fraguada internación en el hospital Naval y vio el arrojo de trabajadores y militares leales al gobierno.

21 – En “Bombardeos del 16 de junio de 1955”, página 90.

22 -Entre ellas, bombardean el “gasómetro” de General Paz y Avenida de los Constituyentes, donde los trabajadores hacían barricadas para impedir la huida de los atacantes. Por suerte, las bombas no estallaron.

23 – Rutina de Perón ese día: se levantó a las 5.30. Como casi todos los días laborables, había llegado por sus propios medios a su despacho de la Casa Rosada cuando el reloj marcaba las 6.20. Entre las 7 y las 8 recibió al embajador de Estados Unidos, Albert Nuffer. Hablaron del complicado y controvertido contrato con la Standard Oil y Nuffer le regaló un revolver Colt. Tras el encuentro, que no arribó a ningún puerto, recibió al secretario de Defensa, Humberto Sosa Molina; al jefe de la SIDE, Carlos Jáuregui; al jefe de la Fuerza Aérea, brigadier San Martín, y al titular del Ejército, Franklin Lucero, quien le pidió que se trasladara al Ministerio del Ejército “para estar más seguro”, lo que Perón hizo recién a las 9.30, hora en que los aviones levantiscos tendrían que haber partido desde la base de Punta Indio de no haber sido por la intensa niebla matinal (terminarían saliendo a las 10.45). Las fuerzas leales estaban alertas, pero no imaginaron lo que estaba por ocurrir. Las bombas sorprendieron al líder en el subsuelo del Ministerio, que exigía a San Martín que no se le ocurriera atacar el aeropuerto de Ezeiza, en manos de los sediciosos. “Actúen contra los aviones de la marina, aviones contra aviones, y no con bombas a la bartola, sobre nuestra propia obra, o sobre el pueblo, como hacen esos canallas” (Perón dixit).

24 – Ídem 20

25 – Al igual que John William Cooke, a quien se vio resistiendo el tiroteo marino, revólver 45 en mano y cerca de Valle.

26 – Entre los 122 golpistas viajaba Zavala Ortiz. “El gobierno del Uruguay al mando de Luis Battle, quebrantando todas las normas del derecho internacional en abierta violación a las Carta de Organización de los Estados Americanos, no solo amparó, ayudó y cubrió la acción revolucionaria en la persona de los conspiradores, sino que puso a disposición dinero, medios y aún el Estado para el logro de sus designios”. (Perón, “La fuerza es…”, página 62).

27 – Ver nómina de fugados en (https://es.wikipedia.org/wiki/Bombardeo_de_la_Plaza_de_Mayo#cite_note-118).

28 – En “Colección  Bombardeo de la Plaza de Mayo, 16 de junio de 1955” pag 102-103.

29 – El general Justo León Bengoa, jefe de la III Brigada con asiento en Paraná, Entre Ríos, figuraba como la cara visible de los sublevados del Ejército. Si bien no llegó a intervenir, le había prometido su apoyo a Toranzo Calderón, a punto tal que parte de los preparativos ocurrieron en sus dominios.

30 – Toranzo Calderón fue degradado en ceremonia pública y condenado a prisión por tiempo indeterminado. Olivieri, con Isaac Rojas como defensor, fue destituido y condenado a un año y medio de prisión. Por supuesto, la suerte cambiaría para ambos tras el golpe de setiembre. Por su parte, se disolvió el Batallón de Infantería de Marina 4 y se desarmó a la Marina de Guerra. “Como regía el Estado de Guerra interior, cuya ley en su artículo segundo autorizaba el fusilamiento inmediato de los cabecillas, muchos vinieron a pedirme que los fusilara y aún algunos de ellos habrán pensado que fui débil al no hacerlo. Yo creo lo contrario; en esos casos es más fácil fusilar que someterse a la justicia establecida. No me ha gustado nunca mancharme con sangre, ni aún de mis más enconados enemigos (…). Yo puedo decir, a pesar de toda la infamia de mis enemigos, que ellos son unos asesinos y la historia no puede cargar sobre mi conciencia, la muerte de un solo argentino por defender mi situación personal. El peronismo se ha llenado de mártires y entre ellos no hay un solo hombre que, como nuestros enemigos, pueda ser tildado de asesino con fundamento, como podemos llamarlos a ellos con razón. La sangre generosa de estos compañeros caídos por la infamia `libertadora` será siempre el pedestal de nuestra grandeza futura”. (Perón en “La fuerza es…”, página 58).

31 – Incluso, en uno de sus primeros discursos tras la trágica jornada, Perón sostuvo ante secretarios gremiales que el Ejército argentino no era querido porque antes de su gestión había sido empleado por la oligarquía para oprimir al pueblo o apalear obreros, pero que ahora había cambiado en pos de la unión entre gobierno, pueblo y Ejército.

32 – www.elhistoriador.com.ar

33 – Además de apelar a los diarios de la época, la lista de víctimas se confeccionó cruzando la lista que aparece entre las páginas 135 y 142 del libro “Bombardeos del 16 de junio de 1955” y las actas de defunción halladas en el Registro Civil de la Ciudad de Buenos Aires, en las que figuran nombres, apellidos, nacionalidad y edad, además de las causas de muerte, y entre las páginas 83 y 118, del citado libro de Gonzalo Chávez. Del cruce, sale también que los obreros muertos fueron 111 (23 mujeres). Y que, además de Bevilacqua, murieron cinco niños. A propósito, en  2008 la Cámara Federal de la Ciudad de Buenos Aires calificó el hecho como delito de lesa humanidad y ordenó al juez Rodolfo Canicoba Corral proceder a la investigación del mismo. Pero el magistrado resolvió que no fue un delito de lesa humanidad, sino un magnicidio que buscó matar Perón y archivó la causa. También en 2008, bajo la presidencia de Cristina Fernández, se inauguró un monumento en homenaje a las víctimas en Plaza de Mayo. Un año después, durante la misma gestión, se sancionó la ley  que otorga a las víctimas de los bombardeos y sus familiares las mismas condiciones de resarcimiento económico que a las víctimas del terrorismo de Estado. Por su parte, en 2015, al cumplirse los 60 años del bombardeo, el Ministerio de Defensa a cargo de Agustín Rossi, inauguró en el Museo del Bicentenario de la Casa Rosada una muestra denominada “1955,  golpean la Casa”.  El 16 de junio de 2021, en tanto, la Secretaría de Derechos Humanos inauguró en el predio de la ex-ESMA un mural en conmemoración de los hechos. 

34 – Alberto Carbone afirma, en “El día que bombardearon Plaza de Mayo”, que la cifra oficial de muertos es 355, mientras que la revista Primera Plana del 7 de enero de 1969 habla de 373. 

35 – Cogorno, otro protagonista de esta historia, había sido herido en una pierna, mientras observaba la primera oleada desde uno de los balcones del Ministerio.

36 – A propósito, en junio de 2023, la Secretaría de Derechos Humanos se presentó ante la Justicia y, además de solicitar que los bombardeos fueran investigados como delitos de lesa humanidad, presentó un proyecto para que el 16 de junio sea feriado y declarado Día Nacional contra la Violencia Política. “A pesar del tiempo transcurrido, estos hechos nunca fueron investigados. Aunque es claro que los responsables materiales e intelectuales en su mayoría ya han fallecido, el Estado tiene la obligación de investigar, juzgar, sancionar y reparar los crímenes de lesa humanidad”, consideró la Secretaría.

37 – A quien Arturo Jauretche llamaba “Norteamérico”

38 – En la quinta de Lamuraglia ubicada en Bella Vista, se realizaban reuniones conspirativas de las que solían participar miembros del Partido Colorado de Uruguay, incluido el presidente Batlle Berres, además de Francisco Manrique, y Néstor Noriega. El empresario también estuvo implicado también en otro de los intentos de magnicidio contra Perón, en 1954. 

39- https://es.wikipedia.org/wiki/Bombardeo_de_la_Plaza_de_Mayo#cite_note-64

40 – La proclama rebelde se encuentra en Gonzalo Chávez, “La proclama de…”, página 153.

41 – Producto de aquella intentona, terminaron renunciando los ministros de Aeronáutica, César Ojeda, y de Marina, Enrique García. En tanto, Menéndez recibió una pena de 15 años de prisión, mientras que otros conspiradores fueron castigados con penas de entre 3 y 6 años. A Julio Alsogaray, también involucrado en la intentona, le dieron 5. Eva Perón había pedido la pena de muerte para los responsables, pero la iniciativa de “la abanderada de los humildes” no prosperó.

42 – Entre los que se encontraba un joven Roque Carranza, ministro de Defensa durante el gobierno de Raúl Alfonsín, cuyo nombre se transformó en el de una de las estaciones del subte D.

43 – Santa Festigiata D’Amico, Mario Pérez, León David Roumeaux, Osvaldo Mouché, Salvador Manes y José Ignacio Couta 

44 – Como reacción al atentado, manifestantes peronistas incendiaron el Jockey Club y sedes de los partidos socialista, conservador y radical.

45 – “Creí de mi deber no hacer diferencias entre los pastores de los diversos sectores del pueblo argentino. Jamás tuve inconveniente con ninguno de ellos”, recordará Perón, tiempo después (“La fuerza es… ” página 38).

46 -Corpus Christi, Asunción de la Virgen, Día de todos los santos, Epifanía, Inmaculada Concepción.

47 – El proyecto entró al Congreso el 5 de mayo y el Senado lo convirtió en ley 15 días después. El mismo día que la Cámara de Diputados votó la derogación de la exención de impuestos a entidades religiosas. 

48 – “Lo que más desazonó a los curas fueron dos leyes aprobadas por el parlamento, que daban los derechos a los hijos naturales y adulterinos, y la que acordaba el divorcio. La primera era la reparación indispensable de una tremenda injusticia que por largo tiempo ha gravitado sobre los hijos adulterinos y naturales que, según la Ley argentina, no tenían padres ni derechos. (…) La Ley de Divorcio no fue menos combatida y resistida por los curas, por razón de dogma. Sin embargo, la existencia de más de 300.000 matrimonios irregulares en el país llevaron al legislador a la consideración del caso. La ley argentina consideraba nulos los matrimonios entre divorciados en otros países, de modo que ese matrimonio legal en el mundo entero era un concubinato en nuestro país, perdiendo en consecuencia las esposas y los hijos todo derecho legal. (…) Se trataba de resolver un problema existente y no de hacer doctrina”, repasará Perón, ya en el exilio, sobre el conflicto (“La fuerza es…”, páginas 54 y 55). El 23 de marzo se dictaría además el primer divorcio, pero la ley sería abolida tras el golpe del 55.

49 – “El conflicto con la iglesia fue una situación creada artificialmente, explotada por elementos que se habían infiltrado en ambas partes, quienes azuzaron las pasiones y promovieron odios que dentro de la sociedad argentina constituyen casos patológicos. Matar a gente indefensa desde la impunidad que aseguran los aviones es como quemar iglesias: una expresión bestial de desenfreno. Una y otra son igualmente repudiables. Pero nadie defiende a los incendiarios. No los defendemos, ni aún en el supuesto caso de que fueran peronistas. En cambio, los asesinos del aire y los fusiladores de junio, encuentran apoyo en sectores vinculados a la oligarquía”, concluirá J.W.Cooke, en una larga entrevista concedida a la revista “Mayoría” en junio de 1958. 

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About Post Author

Cristian Vitale

Periodista. Es profesor de enseñanza media y superior en Historia, egresado en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. También periodista, recibido en el Instituto Grafotécnico. En 2019 publicó el libro San Martín, Rosas, Perón (Orígenes, mutaciones y persistencias de una trilogía nacional), por Editorial Octubre. En 2021 publicó Encarnación Ezcurra, la Caudilla, como parte de la colección “Caudillos” de la Editorial Marea, dirigida por el periodista e historiador, Hernán Brienza. Trabaja en Página/12 desde 1998, y ha colaborado en varias revistas de arte, cultura general y política (La Mano, La Maga, TXT, Caras y Caretas, y XXIII, entre ellas), además de los diarios Popular, La Unión de Lomas de Zamora y La Voz de Avellaneda. Condujo el programa radial Resonancias, que se emitió entre 2014 y 2023 por Radio Nacional Folklórica, luego de haber pasado durante tres décadas por varias emisoras del país. Además, ejerce como docente en las áreas de Ciencias Sociales y Ciencias de la Comunicación en el circuito de educación media y superior de la provincia de Buenos Aires.
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