Es difícil definir cuándo comienza a construirse una obra, pero podemos aceptar la convención que marca la llegada del primer libro de un autor a las librerías. En el caso del sociólogo, docente y escritor Gustavo Ferreyra ese inicio se produjo con la novela “El amparo”, editada por Sudamericana en 1994 a partir de la lectura y la decisión del editor, crítico y escritor Luis Chitarroni. Pasados 30 años, más de diez novelas y un libro de cuentos, Ediciones Godot vuelve a publicarla como parte del proyecto de reeditar toda la obra de este escritor argentino.
En un contexto de crisis y agobio para trabajadoras y trabajadores argentinos, la novela de Ferreyra, protagonizada por un receptor de carozos que pasa sus días en una mansión en la que se respira encierro y silencio, se reedita con prólogo del editor, crítico y autor Elvio Gandolfo y demuestra la potencia de la ficción para dar cuenta de las condiciones de vida.
La reedición de “El amparo” llega con la publicación de “Piquito en los vientos”, la novela que cierra una serie protagonizada por Piquito, un sociólogo que pasó por la militancia de izquierda, la docencia, una internación en un psiquiátrico y un tiempo en la cárcel de Marcos Paz y ahora se instala en la Patagonia, en Mallín Ahogado con su mesianismo y su desborde.
Egresado de una escuela secundaria industrial, Ferreyra (Buenos Aires, 1963) estudió y se recibió de sociólogo, carrera que lo llevó a la docencia, oficio que hoy ejerce en el Ciclo Básico Común (CBC) y hasta hace unos años también en un bachillerato nocturno para adultos. “No es que yo tuviera como objetivo ser profesor. Primero estuve en el plan de alfabetización de (Raúl) Alfonsín en el Gran Buenos Aires, después entré en la UBA, en el CBC, después en un secundario de adultos. Nunca quise ser docente, tampoco lo sufrí. En un aula nunca la pasé mal, lo que no me gusta es lo que lo rodea, pertenecer a una jerarquía, clasificar, pertenecer a una institución. Hubiera querido que la literatura me sacara de las instituciones, no del lugar del aula porque ahí nunca la pasé mal pero es salir del aula y hay una burocracia que te espera”, grafica sobre su experiencia docente.
En su casa de Villa Ortúzar, el autor de novelas como “El director”, “Dóberman”, “El sol”, “La familia” y “Piquito de oro”, recibió a Negras&Blancas para hablar de una obra recomendada enfáticamente por autores como Martín Kohan o Fabián Casas, que fue construyendo con un método sostenido: escribir primero a mano sobre hojas cuadriculadas para después pasar todo a una computadora.
-Emilia Racciatti: Al reeditarse las dos novelas juntas es inevitable comparar a los protagonistas, por ejemplo, desde el decir, Piquito está atravesado por su verborragia, en cambio a Adolfo le cuesta mucho hablar, hay mucho rodeo y especulación en qué decir. ¿Cómo los leés juntos?
-Gustavo Ferreyra: Sí, hay una contraposición. En cierta instancia, uno podría ser continuidad del otro, la trabazón de Adolfo y el estallido de Piquito, una verborragia que viene después de haber callado. Piquito tiene una verborragia infantil pero en los libros intermedios habría una cuestión casi de discurso interno. No estamos tan seguros de que sea una verborragia oral pero hay una suerte de verborragia, un desarrollo de esa voz desaforada que sale y explota que me atrajo siempre escribir. Es lindo escribir algo que no es uno mismo. Fue sumarme a ese personaje y que me arrastrara a seguir ahí.
-En “Piquito en los vientos” hay un personaje que es un excombatiente de Malvinas y es una voz totalmente disruptiva pensando en las representaciones de la guerra, ¿cómo fue esa decisión de incluirlo?
-Imaginé a una persona de mi generación, soy del ‘63 y este personaje es de ese año. Piquito es más grande, nació en el ‘71, ‘72. Hay ciertos recuerdos de infancia, de época. Yo no fui a Malvinas pero era un tema que estaba presente, he tenido algún amigo de infancia que fue a Malvinas. Era un tema que estaba en mi generación. Es un personaje que hace contraste con el milenarismo de Piquito.
-Además ese personaje trae las marcas temporales a la ficción con referencias a la coyuntura política: desde el peronismo hasta la muerte de Santiago Maldonado, ¿te importaba establecer una temporalidad?
-A pesar del milenarismo de Piquito no quise que perdiera la marca temporal, sobre todo en el último libro. La serie de Piquito nace con la crisis del 2002 y quería que cerrara con una marca temporal. El 2017 es un cierre piquitense con algo que me marcó cómo el caso de Santiago Maldonado. Los muertos jóvenes son marcas históricas. En 2005, le dediqué “El director” a Darío Santillán, que es un muerto de 2002. Retomar esta muerte me parece que, en cierta forma, cuadraba.
-En la serie de novelas de Piquito también está el conflicto con las patronales agropecuarias como otro de los hechos históricos que se retoman.
-Sí, está en “Lo que sea continúe”, no a través de Piquito, que está detenido en esa época, sino de su amigo Daniel que se acerca a Carta Abierta a escuchar a Horacio González. Eso me valió alguna crítica, me ha tomado cierta inquina un periodista de La Prensa que, a partir de ahí, se ensañó identificándome con Daniel como personaje.
-Yendo a “El Amparo”, publicada originalmente en 1994, en el primer posfacio hablabas de un momento en el que las élites, los millonarios parecían no tener nada que temer y no solo esa afirmación, también la historia de ese trabajador aislado y humillado tiene mucha vigencia…
-En parte se aunó la fantasía más de estilo kafkiano con la pregunta política que empezó un poco en los ‘80: cuál es el límite para la degradación. Desde el ’76, con la dictadura, los trabajadores empezaron a perder y siempre está esto de si hay un límite, si se va a soportar o va a estallar y “El Amparo” plantea “ojo que puede que no haya límites”.
La apuesta era que se trataba de un ser humano con sus expectativas, es un sujeto que aprecia algo de ese lugar y ese trabajo, que en cierta instancia tiene una vida, aun en esa pieza que tiene un ventanuco, ahí hay vida humana, hay sujeto.
En su momento, Martín Kohan hizo una nota en Página/12 planteando que se trataba de una novela política que reflexiona sobre el poder. Me gustó esa lectura porque me retrotrajo a las ideas iniciales de Adolfo. Después, en el desarrollo, el relato me tragó y me quedó más kafkiana. Algunas críticas la leían como una novela paródica, pero a mí no me gustaba esa idea, me parecía raro que se rieran con Adolfo. Pero claro los 90 fueron la época de la parodia, del cinismo. Evidentemente él está en una situación dónde el cuerpo doméstico es una agregación de individuos entonces no hay poder. Son sujetos agregados y no forman masa, que suele ser algo despectivo pero es un pueblo empoderado, son trabajadores que tienen poder, la masa es importante y al revés, la derrota se convierte en una agregación de individuos. Eso es el cuerpo de servidumbre en la casa y eso es Adolfo, meramente un individuo, está lejos de convertirse en una fuerza pujante.
-El poder tiene su potencia en su omnipresencia, sin tomar voz y nombre, el dueño de esa casa está ejerciendo un poder total sobre ese grupo de trabajadores.
-Sí, remite un poco a la idea del castillo donde se afantasma tanto el poder que no necesita siquiera estar. Creo que en parte también hay conversión en masa cuando hay un líder y quizás es la debilidad de la clase trabajadora, nadie se puede perfilar como un líder si permanece como agregación de individuos. En la historia, las masas aparecen como tales en relación a un líder. Hay epifenómeno de las masas en tanto hay un líder. Acá no hay ningún personaje que tenga esas características, que represente una ambición o una causa.
-Cuando lo corren del rol de receptor de carozos parece que un conflicto puede estallar y no, hay un equilibrio que se rompe pero genera un alivio cuando eso vuelve a establecerse. En esta coyuntura parece que hay conflictos que van a generar un quiebre de la situación actual pero eso no sucede tampoco…
-El conflicto no aparece nunca ni como posibilidad, está fuera del horizonte. Hay muchas situaciones en las que la gente está inmersa en una época, en un contexto donde ciertos asuntos van detrás de un horizonte de época y es imposible siquiera que esto esté en el tapete. Directamente nadie se lo plantea. Justamente, en las derrotas, la misma pirámide social con su jerarquía crea su propio discurso donde los triunfadores triunfan y los derrotados pierden como algo lógico, natural. Sólo lamerse la herida también te puede convertir en un cínico. Cuando las clases trabajadoras pujan, si quieren ir para arriba hay que hacer un esfuerzo, crispar, el kirchnerismo crispó porque, en cierta forma, elevaba a los de abajo y eso era lo que crispaba.

Foto: Alejandro López.
-¿En qué estás trabajando ahora?
-Estoy escribiendo sobre los palotinos fallecidos durante la dictadura. Hay un viejo palotino que recuerda al padre (Alfredo) Kelly -uno de los tres sacerdotes asesinados en lo que se conoce como la masacre de San Patricio-, pero hay un viejo palotino que lo recuerda, es más bien la reflexión desde una mediatización, no está él hablando sino alguien que lo recuerda. Yo no soy creyente y cuando fallecieron tenía 13 años pero estos tres palotinos muertos: uno fue el que me bautizó, el otro fue con el que tomé la comunión y el otro entronizó el cristo en mi casa. Y quería retomar ese hecho y escribir. Es una novela.
-La novela es un género central en tu obra, ¿también lo es al momento de elegir lecturas?
– La novela es un género central en mi obra y en la lectura. Al momento de leer, cada diez novelas hay un libro de cuentos. Con el cuento, me ocurre ese olvido, esa dificultad de recordar después, me queda la sensación de haber disfrutado pero me queda esa sensación de fácil olvido. En cambio, las novelas calan más hondo y dejan como un recuerdo, un remanente que sigue trabajando. También me gusta esa capacidad de la novela de disgregar el relato en caminos muy diversos que hacen que sea menos artificial que el cuento. Si tomás la vida en general, con esa disgregación de lo que aparece, desaparece y vuelve a aparecer, se asemeja más a la novela con esa posibilidad de perderse, volver a encontrarse, con cabos sueltos. La novela siempre tiene esa semejanza con la vida real, en cambio, el cuento es un autor que extrajo algo potente y lo construye con cierta artificialidad.
-¿Cómo te llevás con la definición de escritor de culto?
-Siempre digo será así para algunos, siempre he sufrido la contundencia de las liquidaciones de venta. Eso te disuade de cualquier otra cosa.
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