El círculo cierra cuando llega el final del concierto y Micaela Vita, arriba del escenario, levanta el puño y canta ese verso que dice: “Y hay que poner la cara al sol y sonreír/Y armarse alguna choza en un lugar feliz/Y resistir, y resistir”, mientras que abajo unas quinientas personas cantan junto a ella y, también, levantan su puño.
En esa casa adentro de un teatro, en ese teatro adentro de una casa, (en esa choza), llena de canciones, todos encuentran refugio. Afuera del Teatro Xirgu la vida, la crisis, el gobierno de Milei. Adentro la música, el momento de resistir los tiempos oscuros, la luz que entra por el ventanal.
Dividido en tres actos, el concierto presentación de su último disco A los amores. El folklórico. Vol 1, se armó alrededor de un imaginario criollo, una instrumentación acústica y una puesta escénica, a cargo de Giselle Hauscarriaga, que recreó la atmósfera intimista de la habitación de una casa: un territorio simbólico, entre el monte y la ciudad, que reflejó la mudanza de aquel pasado eléctrico del grupo a este presente de sonoridad folclórica, y que en la noche del sábado, se derramó al nuevo repertorio y a los clásicos.
En el primer acto pasaron todas las canciones del nuevo álbum que profundizan en la raíz más folclórica de la banda con un audio y un mensaje poético que funciona como puente con la historia de la música popular: Atahualpa Yupanqui, Los Hermanos Abalos, Félix Dardo Palorma, Mercedes Sosa con el nuevo cancionero, y hasta la contemporaneidad de artistas como Raúl Carnota. Todas esas influencias parecen guiar las nuevas composiciones de Juan Saraco, que se ubica como parte de esa continuidad del cancionero popular. Quizás por eso, sus temas más criollos tienen esa profundidad y simpleza de la música popular.
La búsqueda de los sonidos folclóricos de antaño tiñen la sonoridad de esta nueva etapa de la banda con Micaela Vita (voz), Juan Saraco (guitarra y coros), Nicolás Arroyo (percusión, coro y voz), Tomás Pagano (contrabajo), Valen Bonetto (guitarra, ronroco, coros y voz), Silvia Aramayo (piano, acordeón y coros) y Martín Beckerman (percusión). En el corazón de esta nueva propuesta aparece el latido de huaynos, zambas, gatos, chacareras y milongas, la radio AM, el patio de la infancia, la casa de los mejores recuerdos.
“El árbol” (la única con letra de Tomás Pagano y música de Matías Zapata), que abre el primer acto, es una introducción perfecta a ese universo criollo, a partir del sonido del acordeón que dibuja una melodía cadenciosa, andina y ascendente, y una letra que viaja a través de la voz de Micaela Vita, como metáfora de toda esa emoción contenida en el fraseo y en el mensaje luminoso del grupo. Mientras que el gato “A los amores”, es la excusa para el baile, el patio de tierra en medio del Xirgu, y la posibilidad de exorcizar los miedos: “verás el mal caer, con tu sonrisa pura”, canta Mica Vita, sobre la media vuelta acelerada del ritmo de gato, que salta sobre el repiqueteo del bombo y las notas del piano.
Durratierra, busca en el mensaje y el sentimiento de la música folclórica, la trinchera, el espacio para la intimidad, el refugio. Ahí está su declaración de principios frente a las puestas del mainstream, el ruido para las redes, la música sólo como bien de consumo. El grupo invoca otro espíritu: el abrazo y la mirada con una música cercana, que acompaña en tiempos de derrotas y apela a los sentimientos, zambas que encierran la historia personal del grupo en “Mudanza”, el rayo que cae como revelación del amor cotidiano en “Te miré por vez primera”, con un punteo de guitarras que trae el imaginario de Yupanqui; o la chacarera “Las flores del jardín”, que permite jugar con la escena familiar de Nicolás Arroyo cantando junto a su hija.
Un buen concierto, además, es aquel que perdura con el paso de los días, que deja postales memorables, porque cuando la poesía sucede en el escenario, se transforma en acontecimiento.
Fotos: Rocío Cohelo
El show del sábado tuvo muchas de esas escenas.
Juan Saraco volviéndose uno con la milonga, la voz de Micaela Vita volviéndose una con la canción y el público captando las señales de esos versos que dicen: “que el miedo es el mandadero/de todos los carceleros”, en “Verano del 19”.
El festín musical de la guitarreada con los artistas invitados -Eduardo Taconi, Nayla Beltrán, Manu Estrada, Inés Cuello y Astor, (hijo de Juan Saraco y Micaela Vita)- ubicados en una mesa larga con mantel y copas de vino, cruzando generaciones y estilos. Allí sucedió lo que pasa en realidad en cualquier casa del interior del país, con ese mismo espíritu espontáneo, desprolijo, sentido y real, con todos juntos cantando la zamba “Como flor de campo” de Carnota.
La banda construyendo su propia trinchera en “Amigxs”, al ritmo de esa chamarrita esperanzada, mientras Mica Vita canta y mira directo al público, o a los ojos de cada uno, y dice: “No sufra tanto, mi amigo/Detrás del bosque hay un camino”.
La celebración del baile con Valen Bonetto, levantando la bandera de la diversidad de género en la chacarera “La del pueblo”, al grito de, “Marica, ¿qué hay de la espina/Que te han clavao en el pecho?”.
La versión del clásico “Pascual”, -esa historia de la inmigración que suena en un teatro levantado por inmigrantes-, con Mica Vita cantándola desde un balcón que parece la proa de un barco, y reflexionando en voz alta sobre la identidad.
La comunión y el espíritu colectivo en “Marzo”, y todos formando parte de un mismo mar de voces que murmuran como un mantra una plegaria solar, antes que baje el telón: “Subite al tren, que va a partir/Y hay que poner la cara al sol y sonreír/ Y armarse alguna choza en un lugar feliz/Y resistir, y resistir”. Y la música, al final, como un punto de luz que atraviesa toda la oscuridad