Adrián Lakerman: “Es el tiempo del enojo, no del humor”.

Militante del humor como un arte mayor, Adrián Lakerman se convirtió en una referencia en la reflexión sobre los mecanismos de la risa. Protagonista de múltiples proyectos y autor del libro “Cómo pisar una cáscara de banana”, se define como un “pluriempleado” que renunció a “hacer videos en las redes” para asumir sus propios caminos.
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En una viñeta de la ilustradora española Flavita Banana, Dios aparece en plena creación del universo trazando dos círculos en una pizarra: 

—Vale pues, quedará así: de un lado el bien y del otro el mal. 

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—¿Y ese huequito? —pregunta un ángel señalando la intersección entre ambos círculos.

—En ese huequito —responde Dios— está el humor. 


En ese limbo que muchos consideran indispensable para afrontar el sinsentido de la vida, el guionista, actor, podcaster y flamante escritor, Adrián Lakerman, encontró su objeto de estudio y construyó una carrera embanderado en darle el prestigio que cree que se merece. 

“El humor existe porque el mundo es doloroso”, afirma a los cuarenta años en el cenit de su exposición pública.

Sólo por citar algunas de las tantas cosas que hizo en 2024, Lakerman debutó oficialmente como actor en la serie “Envidiosa”, que protagoniza Griselda Siciliani y se puede ver en Netflix; se presentó en distintos escenarios porteños junto a Pedro Saborido en un show-conversación en el que debaten sobre los mecanismos generales y particulares del humor; continuó grabando episodios de su exitoso podcast “Comedia” en el que entrevista a referentes del género en Argentina —de Jorge Corona, Miguel del Sel y Georgina Barbarossa a Carlos Nuñez Cortés, Guillermo Francella, Alfredo Casero o Diego Capussoto—; estuvo al frente de una columna quincenal sobre el humor de personajes públicos como Andrés Calamaro, Pepe Mujica, Gustavo Cerati o China Zorrilla en el streaming Gelatina y siguió con las funciones de “Un barco llamado Loperman”, el espectáculo de humor absurdo que escribió y co-protagoniza con Charo López. 

“Soy un pluriempleado”, dice al repasar el año que se coronó con la publicación de su primer libro, Cómo pisar una cáscara de banana” (Planeta) que, podría decirse, es el resultado de los años que lleva estudiando por qué y de qué nos reímos.

En cada capítulo —los estereotipos, el humor negro, la escatología, la parodia, entre otros —Lakerman reconstruye la ingeniería de sentidos que se ponen en funcionamiento para que la magia suceda, basado en bibliografía, ejemplos y explicaciones narradas con —cómo no— humor, pero también con un respeto casi reverencial por el género. Además, las referencias que van apareciendo con el correr de las páginas sirven como una completísima guía de series y películas que vale la pena anotar. 

Solange Levinton: Sos un militante del humor como arte mayor, ¿la idea del libro fue una forma de darle otro prestigio al trabajo que venís haciendo desde hace años? 

-Adrián Lakerman: Yo podría estar haciendo videos sobre humor para redes y creo que me iría bastante bien. Pero me siento sucio haciendo eso, soy un viejo meado del siglo XX. En ese sentido, sí, siento que estoy “con el tema del prestigio” (NdR: en 2014 Emilio Disi declaró que Guillermo Francella no había participado de la película “Bañeros 4” porque estaba “con el tema del prestigio” y ya no hacía ese tipo de películas). Saborido me decía: “Un libro sirve para otras cosas, ir a lugares, conocer gente y como carta de presentación”.

“Cómo pisar una cáscara de banana” tiene chistes, historia, anécdotas, teoría, dibujos. Entonces, si logro despertar interés de esa manera que se parece más a mi, a mi edad, la idea de ponerme a hablarle al teléfono para grabar un video me parece una desgracia.

¿Cómo fue el desafío de escribir en un formato como el de un libro? 

-Yo pensaba que nunca iba a poder escribir uno. Que eso era para otro tipo de persona: una persona que escribe libros. Además, sentía que estaba un poco a destiempo: analizar el humor en una época en la que hay que pensar cómo comer era una complicación. Pero Saborido me decía: “El libro está ahí, es como el podcast. Si hacés cosas atemporales, un día le llega a alguien”.


La primera imagen de su vínculo con el humor lo transporta a la casa de sus abuelos, a principios de los años 90, cuando él tenía apenas diez años. Después de cenar, se acomodaban frente al televisor para ver programas que sus padres no le dejaban ver: “Hacíamos zapping entre El Palacio de la Risa, que estaba en ATC, y las películas de Olmedo y Porcel, que daban en Canal 13. Para mí, los dos eran espectaculares; ese mundo tenía algo de prohibido. Los chistes de Olmedo y Porcel eran demasiado subidos de tono para un pibe de mi edad, y lo que hacía Gasalla era bastante oscuro: la maestra era muy corrupta, la empleada pública era una basura de persona, y Soledad Solores Solari era una depre total”.

Ese interés que se encendió tímidamente en esas noches de transgresión infantil, se intensificó con la llegada a la Argentina de la televisión por cable y, con ella, el canal Sony con sus novedosas sitcoms que lo fascinaron. Lakerman las consumía todas, sin importar la temática o la calidad, sumergiéndose por completo en ese universo.

-¿En qué momento te dio curiosidad entender el mecanismo que se pone en funcionamiento detrás de las cosas que nos hacen reír?

-Trabajando. Yo me dediqué a hacer guiones de humor para ESPN entre 2015 y 2022.  Había estudiado cine y guión pero en ese momento me di cuenta que nadie te enseña a hacer un sketch de televisión todos los días. De hecho, la calidad de lo que yo hacía era bastante irregular. A veces muy bueno, a veces más o menos y, en un momento, cuando te interesa mucho el laburo, empezás a preguntarte “¿qué pasó acá?”, “¿por qué no funcionó?”. Ese interés me agarró en la época de full feminismo, entre debates sobre los límites del humor, la cancelación, chistes que no se pueden hacer más. El cambio fue muy profundo y yo estaba re copado con esas discusiones que ahora parecen de otro siglo. Después me salió la columna de humor en el programa “Últimos cartuchos” (Migue Granados y Martín Garabal en Vorterix), que me hizo investigar más a fondo y que, de alguna manera, es la génesis del libro. Empecé a encontrar un montón de bibliografía sobre el tema a nivel mundial, algunas cosas en Argentina, muy dispersas, y de golpe, me di cuenta que ahí había un nicho muy original. Porque me pareció muy extraño que hubiera columnas de deportes, de cultura, de política pero que no existiera ninguna sobre el humor. 

Así surgió el podcast “Comedia…

-Claro. Empecé a descubrir ese formato en el que podía hablar sólo de un tema. En el contexto de ese proceso en el que los medios empiezan a cambiar, yo sigo siendo una persona del siglo XX que escucha radio y el podcast tenía esa esencia de “puedo tomarme el tiempo para hablar sin ruido ni la obligación de poner música”. Yo era el público de eso. Además, como estaba genuinamente interesado en buscar bibliografía sobre el humor, dije: “Bueno, lo hago”. Empecé en 2019 probando con un amigo, después con Juan Faerman, Pedro Saborido y así empezó a avanzar. 

-¿Qué encontraste en el podcast como espacio para explorar el humor y conectar con la gente?

-Aunque yo no aparezca mucho y mis preguntas sean pocas, mi objetivo es poder invitar a los oyentes a “ver de qué hablo”, lo que hago. Que, por ejemplo, quienes en un principio dirían: “Me encantó el episodio de tal pero dejé pasar el de Mariano Iúdica” tengan ganas de ver qué le voy a sacar yo a Iúdica. Que confíen en lo que yo voy a entregar. 

Funcionó bien porque te convertiste en un referente….

-Diría, más bien, que soy el único. Y a la vez es relativo. Por ejemplo, ahora hubo todo un debate sobre el pesebre de Olga y nadie llamó para preguntar mi opinión. Lo cual me pareció bien, porque hubiera tenido el compromiso de dar mi opinión sobre algo que no me interesa, porque es un debate que para mi no tiene que ver con el humor sino con sus límites. Igual, cuando sucede, también me divierte. En 2022, cuando Will Smith le pegó a Chris Rock una cachetada en los Oscar, Reynaldo Sietecase me llamó para que diera una opinión en la radio. Creo que lo mío es un nicho en una época de nichos y me permite meterme a full con algo que me apasiona.

-En la comedia “Envidiosa” podemos decir que pasaste al otro lado y pudiste observar el humor desde adentro, ¿Cómo fue esa experiencia? 

-Espectacular. Fue como estar dentro de una fábrica de humor, pero de una fábrica de Ford. Trabajar con Griselda Siciliani, Susana Pampin, Pilar Gamboa fue un lujo. Pilar (su pareja en la ficción), muchas veces, me decía: “Hace un chiste acá, podés probar lo que quieras”. Tener un aval así te permite experimentar y ver qué queda, qué sale, son cosas que te van dando más herramientas. Lo mismo que tener que actuar con cierto grado de seriedad. Yo no estudié teatro, no estudié nada. Con Charo también soy un espectador de lujo: todo el tiempo estoy viendo qué hace.

-¿Cómo influye el contexto político y social en el humor que consumimos?

-En el humor hay algo de la época que es clarísimo. Por ejemplo, me acuerdo que en pandemia, durante la presidencia de Alberto Fernández, apareció un hashtag en twitter que era “cosas de hétero”. Era la primera vez que habia chistes donde el objeto de burla era la gente heterosexual. Ponele que duró tres semanas, no importa, pero sucedió eso que es imposible de pensar ahora. Por un ratito, fuimos nosotros los objeto de burla y, además, eran buenos chistes porque eran novedosos, descriptivos. Ni en ese momento, ni antes, durante el gobierno de Macri, nadie decía desde el gobierno “zurdos de mierda” ni que ser puto está mal. Yo creo que lo que pasa en la sociedad aparece muy rápidamente en el humor. 

-¿Cómo definirías el humor hoy en Argentina? 

-Hoy, en las redes, parte del humor está capitalizado por una minoría intensa de libertarios o fascistas donde el objeto de burla volvió a ser la gente pobre, disidencias, marginados, sectores vulnerables. Todo lo que puede ser de arriba para abajo, está. Y eso se nota. No se si es la norma, pero si desde las más altas esferas te dicen que decirle a otro zurdo de mierda está bien, vos te sentís avalado. De todos modos, yo siento que ésta es la época del enojo, no del humor.

-¿En qué sentido? 

-En un momento, los políticos empezaron a hacer humor en redes, Larreta empezó a hacer challenges, lo editaban gracioso, no tenía un buen efecto pero él entendía que iba por ahí; todos pensábamos que era por ahí. Y cuando creíamos que el humor era la papa, en realidad funcionaba mucho mejor el chabón gritando a cámara con una motosierra. Lo que ganó fue el enojo. Y ahora lo que funciona es gente enojada gritando. De todos modos, yo soy muy optimista y creo que nadie puede soportar mucho tiempo el discurso del enojo. No se puede estar todo el tiempo enojado; llega un momento en el que uno necesita el amor. 


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Solange Levinton

Periodista y productora. Trabajó hasta 2024 en la Agencia Télam. Es co-autora del libro “Voltios: la crisis energética y la deuda eléctrica” publicado en 2017 por Editorial Planeta y editado por Leila Guerriero. Colaboró en medios nacionales como La Nación, Clarín, Infobae, Editorial Perfil y con revistas internacionales como Gatopardo y Dossier de la Universidad Diego Portales de Chile.
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