Con 88 años, Norman Briski no para: dirige una obra sobre Macedonio Fernández al tiempo que plantea otra sobre la situación de Palestina y tiene en cartel “Sexágono”, que indaga las consecuencias del amor en una realidad alienada por las redes sociales y el mundo digital.
Nacido en Santa Fe en 1938, hijo de madre ucraniana y padre bielorruso, Briski asegura que la potencia asombrosa de Macedonio Fernández en la actualidad se relaciona con su capacidad de “poder hacer estallar la solemnidad y plantar la bandera de la inmovilidad y la burla”.
“Macedonio me da a mí la posibilidad de ser menos exigente, esta cosa de poder plantearse un mayor contacto con la inmovilidad. Me da la impresión de que hay algo en esa bohemia de Macedonio que dio espacio a una creación que no estuviera sujeta a imperativos, y en una época en la que parecemos vivir bajo el signo de un apuro innecesario que no conduce a ningún lado, se transforma en una figura inspiradora”, comenta Briski en charla con Negras&Blancas sentado en una de las gradas del teatro Calibán, centro de operaciones que inauguró en 1986 apenas regresado del exilio y desde donde pergeña sus extraños objetos teatrales, siempre en diálogo y discusión con el presente.
La obra que recrea la pensión, la vida y disparatadas, pero lógicas, iniciativas del creador de “No toda es vigilia la de los ojos abiertos” y “Papeles de recienvenido”, como fundar una colonia anarquista en el Delta o postularse secretamente a presidente de la nación, lleva por título “Maxidonio el puchero misterioso” y es una creación del escritor y dramaturgo Vicente Muleiro, que Briski sube a escena los viernes a las 21 en Calibán (México 1428), protagonizada por Sergio Barattucci, Cony Fernández, Lucrecia Fiorito, Lorena García, Ezequiel Martelliti y Juan Washington Felice Astorga.
“Lo que más necesita ahora Argentina es a Macedionio, porque es tal la alienación que todos vivimos, con complicidades civiles, en pos del racismo y la discriminación. Por eso un tipo que apela a la burla y el humor para doblegar todos estos males se vuelve necesario”, asegura el actor que en 1974 partió al exilio luego de que la Triple A le plantara una bomba en el jardín de su casa, y que después de pasar por Venezuela, México, España y Estados Unidos, volvió al país con la democracia.
-Pedro Fernández Muján: ¿Cómo estás viviendo estos momentos?
-Norman Briski: Lo que a mí más me llega (la entrevista fue realizada antes del estallido de la guerra de Israel y Estados Unidos contra Irán) es el tema palestino, aun más allá de las cuestiones locales. La cuestión palestina, la situación de los niños y los viejos allá, el espanto que significa un estado genocida en plena acción.
-¿Da tristeza todo ese panorama?
-No estoy preparado para las tristezas a esta altura de mi vida, tengo más bronca o menos bronca. A mí no me van a agarrar más o menos triste con lo que pasa, porque la tristeza te debilita y hacés una telenovela cuando en estos momentos se necesita otra cosa.
-Hablabas de la cuestión palestina y vos venís de una familia judía.
-Nací en Santa Fe y después fui a Córdoba. Yo recibí una educación muy libre, mis padres eran más de dejarte andar por la propia que de estar encima; eran buena gente, laburante, eso nos ligó con la gente con la que vivíamos; fui a la escuela industrial, cosa que me acercó muchísimo a la clase trabajadora y he estado muy cerca de las fábricas. Nunca fui a una sinagoga, si la manera de definirse como judío serían las creencias no tengo que ver con eso, mis vinculaciones en la vida han sido con quien tuve empatía. Soy judío si hay antisemitismo; soy negro si hay racismo; o estoy con los chicos si los están discriminando. Tomo todas las causas que me parecen que hay que defender.
Esta idea del pueblo elegido o no elegido para mí es un chiste; hoy, el pueblo elegido es el palestino. Elegido para defenderlo, para decir: miren lo que están haciendo con él.
Estoy bastante grande y ya no juego con conveniencias, no me van a agarrar con algún miedo porque el miedo te hace someterte y con menos miedo te sometés menos, tampoco es que podés tener cero miedo porque es el miedo el que te da coraje, si no tenés miedo de dónde sacás el coraje.
-Y en medio de todo Macedonio.
-Es el inventor de la nada, se anticipa al descreimiento y hace un hecho creativo en lo poco que escribió. Me parece que es un inventor y que produce en la Argentina un hecho que asombra al propio Borges y le marca una dirección posible. Los que bajamos del barco tenemos una añoranza europeísta y este tipo es distinto, es una persona que apela a la burla, al humor como una manera de doblegar todo un sistema de cosas. Creo que es inspirador de una corriente donde hay alguien que camina por la calle Florida con una vaca en la mano. Una calidad de la burla que no cambia nada pero inspira, y eso quizás cambie mucho.

“Maxidonio, el puchero misterioso”, obra de Briski en cartel en la que actúan Sergio Barattucci (foto), Juan Felice W Astorga, Lorena García, Ezequiel Martelliti, Cony Fernández y Lucrezia Fiorito.
-Si algo destaca en Macedonio es su singularidad.
-Por supuesto, Macedonio es único y volver a traerlo tuvo el sentido de que la gente volviera a sentir que puede jugar de otra manera, sin tanto gesto adusto, sino ver que si hay una lucha deberá ser con ganas, con alegría, con entusiasmo. Al mismo tiempo la grandeza de tener una intención para nada ambiciosa porque no pasa nada. Es un poco como Los Simpson, que describen la sociedad norteamericana como nadie, pero, ¿Qué hace la gente? Se caga de risa con eso y sigue. Se habla mucho de la subjetividad, pero yo no sé quién puede medirla y muy bien no nos va, aunque la subjetividad quizás sea una reserva ética, el campo de la poesía rebelde.
-En Maxidonio aparece un Borges casi infantil, casi un Ferdydurke.
-Yo creo que Borges se mantuvo infantil, como cualquier creativo. Cuando sos un creativo tenés que tener una muy buena relación con tu infancia porque sino no inventás nada, porque el perturbado con las noticias o con estas tecnologías super rápidas que no van a ningún lado en términos de vinculaciones reales no inventa nada. Borges, en cambio, con todas sus carencias, con su carencia de clase, se volvió un grande.
-¿Cómo pensaste la puesta?
-Cuando se habla de revisión ya sabés que vas a aburrir, porque la revisión está hecha para revisionistas, entonces aparece gente joven y de pronto se pregunta: “¿quién era este tipo, de dónde salió?” No es que todo el mundo leyó a Macedonio ni que todo el mundo conoce su obra, más bien lo contrario en términos generales, entonces es complejo producir un atractivo cuando necesitás un conocimiento previo, pero al mismo tiempo a mí me aburre gozar de la erudición, de modo tal que la apuesta fue más por lo artesanal, apostar por una cierta artesanía que pueda tener un atractivo más vinculado con otras cosas, con el humor, con generar ciertas situaciones de perspectiva, una artesanía que pueda entretener también y con un grupo de actores extraordinario.