Marina Yuszczuk: “El terror es una caja de resonancia de la historia”

Dueña de una obra que ya opera como referencia y que comprende poesía, cuentos y novelas, Marina Yuszczuk acaba de publicar “Historia natural” con Blatt & Ríos, una ficción que problematiza el proceso histórico de la constitución del Estado-Nación en la Argentina. En diálogo con Negras & Blancas, reflexiona sobre la literatura y la realidad editorial en tiempos de crisis.
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La más reciente novela de Marina Yuszczuk se titula “Historia natural”. Sin embargo, a lo largo de sus páginas, el relato sobre las últimas décadas del siglo XIX problematiza –desnaturaliza- la constitución del Estado Nación. El dispositivo es la mirada de una adolescente, Virginia Moreno, hija del coleccionista Perito Francisco Moreno, quien pasa sus días en lo que luego será el Museo de Ciencias Naturales de La Plata y permite abrir un prisma sobre qué implicó aquel momento fundacional.

¿Cómo se conformó esa idea de progreso sobre una tierra arrasada en la que las comunidades indígenas fueron despojadas y desterradas a fuerza de violencia? ¿Qué lugar fue otorgando la voz de un explorador y coleccionista como Moreno a los sobrevivientes de esas comunidades? ¿De qué forma el coleccionismo alimentó la construcción de los museos y la exhibición de los cuerpos? Son algunas de las preguntas que deja esta novela editada por Blatt & Ríos.

“La constitución del Estado nacional suele leerse como una época triunfal, con sus conflictos, tensiones, pero era como ‘por fin después de estar todo el siglo dando vueltas, vamos despegar como país’. Quería que apareciera esto de que no era tan homogéneo ese pensamiento: había otras miradas”, dice Yuszczuk (Buenos Aires, 1978) en la entrevista con Negras & Blancas.

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Con una obra que cuenta con poesía (“Madre soltera” y “La ola de frío polar”), cuentos (“¿Alguien será feliz?” y “Los arreglos”) y novelas (“La inocencia”, “La sed” y “Para que sepan que vinimos”), la autora nacida en Buenos Aires y radicada desde muy chica en la ciudad de Bahía Blanca, fue construyendo una voz original y disruptiva para pensar vínculos, modos de duelar y maternar.

-Emilia Racciatti: La novela tiene un puente con algunos de los cuentos de “¿Alguien será feliz?” por las formas del vínculo padre-hija con silencio o incomodidad. Después de varios libros sobre la figura de la madre, ¿te interesaba pasar a la del padre? 

– Marina Yuszczuk: La novela surge, entre muchas comillas, del último relato de ese libro que se llama “Glaciares”, en el que un padre y una hija de repente pasan mucho tiempo juntos porque tienen que viajar. La relación es de mucha distancia e incomodidad. Hay algo entre ese adulto y esa adolescente que no fluye. Acá quería retomar o desplegar la relación entre una hija y un padre y la distancia es mil veces mayor. Al punto que el padre no sabe qué hacer con la hija porque es una mujer. Parecería que se ocupan más las madres pero cuando la madre no puede, como en este caso, qué pasa. 

Esta relación padre-hija es algo que llega hasta el presente, por lo menos a mi generación. Ahora se habla de los nuevos papás que crían y participan. Me parece interesante el nivel de desconocimiento que podés tener con una persona con la que conviviste durante 20 años de tu vida. En la dinámica de la vida eso se disimula pero cuando estás solo y te tenés que ir de viaje y estás en un auto de repente percibís plenamente que hay una incomodidad enorme. 

-Esa idealización y el alejamiento estaba también en tu novela “La inocencia”.  

-Si, en ese caso era desde la religiosidad. En esta novela, la protagonista cree que el padre es de cierta manera, que es esa especie de religión del progreso del siglo XX que lo justificaba todo entonces no admite discusión. Todo lo que hay que hacer, dejar de lado, arrasar con tal de que Argentina se pueda convertir en una nación moderna, con el modelo de Estados Unidos, de las naciones europeas, todo lo que va quedando en el camino no importa. Lo que le dice el hermano es “a veces sí importa”. La constitución del Estado nacional suele leerse como una época triunfal, con sus conflictos, tensiones pero era como “por fin después de estar todo el siglo dando vueltas, vamos despegar como país”. Quería que apareciera esto de que no era tan homogéneo ese pensamiento, había otras miradas.

-Florentino Ameghino aparece como alguien cercano al padre y es quien le dice que no marcando un quiebre en esa lectura.

-Y hay algo mas significativo que es una nota del diario que dice están muriendo indígenas en el museo. Después no pasó nada con eso, no fue un gran escándalo pero había alguien diciendo “ey no está bien lo que están haciendo, no le están rindiendo cuentas a nadie, están muriendo personas, las están descarnando en el museo, ¿quién autorizó?”. Esa voz estaba aunque no haya predominado. 

“La literatura no tiene nada que ver con tener la razón”

-¿Cómo fuiste pensándola a Virginia en el proceso de escritura? ¿Se fue transformando o siempre la pensaste como narradora de la otredad de esa manera?

-Yo quería que la protagonista fuera mala. Es un personaje que está equivocado, desde el principio hasta el final. La literatura no tiene nada que ver con tener razón. Está equivocada y tiene una forma de mirar super infantil. Está todo el tiempo en el borde de la locura porque por esta vía de la idealización. Sigue con la fantasía del peligro de los indígenas en el museo cuando son personas que están esclavizadas. Es la otredad de los indios absoluta lo que aparece y creo que eso es también una caja de resonancia lo que pasa en el museo con la historia del racismo en la Argentina. Una gran discusión es si hay racismo o no. Sólo decir que no hay racismo en la Argentina es borrar toda la multiplicidad que tenemos. Acá están conviviendo en un espacio estrecho del museo, ya no son el enemigo porque la campaña del desierto ya pasó, porque los derrotaron, arrasaron con sus poblaciones, tolderías y demás, se los llevaron presos.

-No deja de ser también una adolescente que está muy sola. 

-Lo más terrorífico de la novela es esto de un hijo que no puede despegarse de su padre. Se quedó atrapada. Siempre me pareció fascinante cómo en las familias los hijos no hacen el mismo camino en relación a los padres a pesar de ser criados más o menos en las mismas condiciones. Acá hay una diferencia enorme que es que el hijo se va, toma distancia del padre y lo puede ver de otra forma. Esa relación padre-hija me hace pensar en muchas películas de terror que tienen que ver con esto de ser absorbido por tu padre y nunca poder despegarse. Hay algo aberrante ahí. Lo sentí así en la novela. Lo que no ve son las dimensiones múltiples del padre. Hay algo mezclado, monstruoso, no diferenciar entre la realidad y la fantasía, para ella es todo lo mismo. 

– ¿Cómo fue el trabajo con el archivo sobre estos personajes y la época?

-No quería hacer una novela histórica, y el Perito Moreno es una figura que sí me interesaba, pero este tipo de relación con la hija es puramente ficcional. Él no tuvo una hija mujer. Un dato que me fascinó y fue disparador para pensar la novela es que los primeros años cuando se estaba construyendo el museo, la familia vivió ahí. Supongo que porque La Plata era un lugar todavía en construcción entonces sería más fácil y había tanto por hacer era más practico estar viviendo ahí. 

Fueron unos pocos años, acá lo hago llegar hasta 1900 y pico cuando Moreno renuncia a la dirección del museo pero en realidad unos años antes la familia ya se había mudado. Esta idea de la familia viviendo en el museo ya es increíble y alcanza para que se disparen todas las fantasías posibles y la idea de una nena recorriendo ese espacio. Todo lo que es real lo fui dejando atrás y Moreno no fue super fascinante como Sarmiento. La relación con Ameghino sí es bastante realista, Ameghino trabajó en el museo dos o tres años y renunció, se fue muy peleado. Publicaron notas en la prensa discutiendo sus posturas. Por eso hay notas mencionadas que son reales. 

-¿Qué es lo que más te impactó de esa construcción de los indígenas que se implementaba desde la mirada de Moreno?

-Si uno lee a Moreno y a otros autores de la época, estaba esta idea de que los indígenas eran como un estadio más primitivo evolutivamente. Nadie hubiera dicho que no eran humanos pero no estaban al mismo nivel que el hombre civilizado. Eso hacía que se pudiera disponer de los cuerpos sin justificar. Era también asomarse a esa otra sensibilidad, no con la tranquilidad de decir qué suerte que vivimos en una sociedad más avanzada, sino con la mirada de que en nuestra sociedad se percibe a grupos como superiores y eso justifica ciertos tratos. Esto es racismo. El fragmento de cuando él viaja con la cabeza de un cacique envuelta y la presentaba como un tesoro. Esa pasión extra que genera el coleccionismo, esa especie de deleite, de afán de tener más. Cuando eso lo trasladás a que son restos humanos, ya no es solo la ciencia de la época. Había una fascinación más allá de que lo pudiera usar para estudiar.

“Cuando uno se pone a trabajar con la historia hay una idea de que nada está cerrado que es muy impresionante porque hay cosas con las que uno piensa que había más consenso como la mirada sobre la dictadura y de repente todo se discute otra vez. Es esa sensación de que no solo nada está cerrado sino que supura otra vez. Lo que me gusta del terror es que es siempre una caja de resonancia de la historia”. 

-¿Cómo pensaste al joven que más convive con Virginia y ella lo aborda desde el miedo, la fascinación y el deseo?

-Lákat está inspirado en un chico que se llamaba Maish Kensis que murió en el museo. Ahora está enterrado en un cementerio en Puerto Williams, si mal no recuerdo. Es un cuerpo que estuvo exhibido durante años en el museo hasta que por fin volvió a su comunidad y lo que queda de ella porque los yaganes son un pueblo diezmado. Ya lo estaban a fines del siglo XIX por el contacto con los blancos. Lo brutal de la Campaña del Desierto es ese tratamiento tan de descarte, indigno e inhumano hacia los indígenas.

En este país tenemos una relación tan particular con esto de que no haya cuerpo, una tumba sin nombre donde poder recordar, queda una herida abierta. La Campaña del Desierto no está suficientemente contada. Es un momento que tiene mucha resonancia con el presente. Fue la Campaña, después la inmigración europea. Hay un exterminio y después empieza el relato de que venimos de Europa y no da cuenta de nuestra realidad. Es como una fantasía con mucho peso al día de hoy. Cuando uno se pone a trabajar con la historia hay una idea de que nada está cerrado que es muy impresionante porque hay cosas con las que uno piensa que había más consenso como la mirada sobre la dictadura y de repente todo se discute otra vez. Es esa sensación de que no solo nada está cerrado sino que supura otra vez. Lo que me gusta del terror es que es siempre una caja de resonancia de la historia. 

El panorama editorial y la conversación sobre literatura:

Yuszczuk estudió en la Universidad Nacional del Sur (UNS, Bahía Blanca) y es doctora en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Vive en Buenos Aires y combina la escritura de su obra con la edición y puesta en marcha de la editorial Rosa Iceberg desde 2016. “Estoy siempre escribiendo una novela y he decidido que no quería que la editorial me drenara la energía, el tiempo y la posibilidad de escribir mi propia obra”, explica sobre cómo funciona la construcción de ese catálogo a la par de su escritura. 

Afirma que si bien la tienen “harta las redes”, le gusta “tener un canal donde muchas personas terminan el libro y tienen la necesidad de escribirte para decirte que les pareció y eso está buenísimo”. 

Está releyendo “En busca del tiempo perdido”, de Proust para un taller y hace días terminó de leer “Frankenstein”. “No se me terminó el idilio con el gótico”, confiesa.

Sobre cómo ve el panorama editorial en el contexto libertario, relata que el año pasado hubo un momento en el que las editoriales se preguntaron si iban a seguir existiendo por la caída pronunciada de las ventas. “Los últimos meses de 2023 y los primeros del 2024 fueron tremendos. Ahora repuntaron un poco las ventas pero la gente no tiene un mango. Sí desapreció la angustia de no vamos a pasa de esta crisis aunque -sostiene- uno sigue atado a la supervivencia”. 

-¿Cómo caracterizas este momento como editora? 

-Es bastante desconcertante. Pasó algo raro que todavía no entendemos. La conversación sobre los libros o literatura en general está más imposibilitad. Que haya menos espacio donde reseñar, menos personas que se estén dedicando a eso, menos escritura alrededor de los libros, también menos tiempo para leer, menos animo porque todo el mundo está muy pegado a la supervivencia, a llegar a fin de mes, a tener un montón de trabajos. Todo eso hace que los libros caigan en un lugar por el que pasan de largo. Sale un libro nuevo, se habla durante una semana en redes y después pasa, que pase el que sigue. Estamos como en esta lógica de contenido, contenido. Hasta hace dos, tres, cuatro, cinco años se hablaba más en redes. Alguien leía un libro, lo recomendaba, se peleaba un poco. No hay lugares claros donde discutir. Ahora está cada uno en la suya, hay algo de la posibilidad de conversar que se disolvió y para los que hacemos libros como autora o editora es medio raro porque a veces no tenés mucha noción de qué pasa con el libro. No es solo saber si se vendió o no se vendió, me niego a que sea sólo eso. 

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Emilia Racciatti

Periodista - Licenciada en Ciencias de la Comunicación - Letra P / Radio AM 530
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