La voz de Liliana Herrero se levanta en varios frentes desde hace más de cuatro décadas ya que no solamente hace pasar por su cuerpo un modo interpretativo sino que su canto es interrogación, es desafío, es invención, es riesgo, es provocación y, además, encarna un convite a la posibilidad de cuestionar lo establecido.
Pero para esta entrerriana de 76 años formada en filosofía en Rosario, la decisión de poner en debate lo dado no es un ejercicio solamente orientado a marcar una falta en aquel material que la convoca sino que, también, pone la lupa y subraya sus potencias en una labor creativa que se agita entre significados y subjetividades para dar forma a un repertorio destinado a abrir diálogos que a un mismo tiempo son personales pero se expanden e incentivan a descubrir nuevos posibles más allá de su propio andar.
“Yo considero que la voz piensa. La voz piensa un territorio no solo geográficamente sino culturalmente con las tensiones que implica la vida cultural de los pueblos, su vida política, su historia. Bueno, entonces ahí estás cantando y estás pensando qué es esto que llamamos patria, digamos. Esa es una pregunta que a mí me gusta sostener aunque eso no quiere decir: ‘yo tengo una respuesta’, pero me gusta. Por otro lado yo a esa voz que piensa la vinculo con la música de este país, pero no soy una compositora y por tanto me tengo que meter con temas que ya están hechos y entonces ahora pondría otra pregunta más: No solo qué hago con el territorio y con ese legado que tienen todos los pueblos, sino qué hago yo con lo que ya está hecho. Y esa sería mi obsesión de tantos años haciendo discos y cantando, qué hago yo con lo que ya está hecho. Porque no me gustan los covers, no me gustan las repeticiones. Me parece que el autor o la autora que hizo tal canción está fenómeno y tiene que seguir siendo así, pero yo no quiero copiar eso, al contrario, la canción me estimula de tal modo que me incentiva a conversar con eso que ya está hecho y entonces aparece otra idea, pero porque la canción es poderosa y no porque lo que yo haga sea mejor que la original”, se explaya Herrero en una plácida charla con Negras&Blancas sostenida en los estudios de Barricada TV.
Con la carga de esa premisa y le decisión de jugar y jugársela en pos de tales principios estéticos y políticos, el camino discográfico de la artista comenzó en 1987 con un álbum con su nombre y luego prosiguió con una imponente colección integrada por “Esa Fulanita” (1989), “Isla del Tesoro” (1994); “El Diablo me anda buscando” (1997), “El tiempo, quizás” (1998), “Recuerdos de Provincia” (1999), “Confesión del viento” (2003), el doble “Litoral” (2005), “Igual a mi corazón” (2008), “Este tiempo” (2011), “Maldigo” (2013), “Imposible” (2016) y “Canción sobre canción” (2019), a la que deben agregarse el par que compartió con el guitarrista Juan Falú (“Leguizamón-Castilla”, de 2000; y “Falú-Davalos”, de 2004) y el más reciente “Mojones”, de 2003, que la reunió otra vez con el guitarrista y compositor tucumano y también con Teresa Parodi, además de sumar textos introductorios del ensayista y sociólogo Horacio González, su compañero por más de 40 años que falleció en 2021 a causa de Covid.
Haciendo equilibrio entre esa dolorosa ausencia y sus secuelas y lo que observa como “un tiempo peligroso y oscuro cultural, artística y políticamente”, Liliana sigue andando y cantando mientras planea un próximo disco para el que busca “un concepto, una idea y qué decir en esta época tan compleja que más bien inspira desazón y angustia por los miles y millones de despedidos, por personas que no tienen para comer, por el cierre de universidades como la de las Madres de Plaza de Mayo, por el atentado contra Cristina Fernández de Kirchner en el que la justicia actúa tardía y equivocadamente, porque Milagro Sala sigue detenida y nadie se ocupa de eso y todo un panorama asentado en la individualidad y no en lo colectivo ni en la construcción de nada y sin abrazos. Se terminó el abrazo y eso angustia mucho y eso obtura, cierra posibilidades”.
Analítica y comprometida con su tiempo, arriesga que el presente argentino se asoma como herencia del período pandémico y reflexiona: “Fue un año escandalosamente feo para los pueblos porque nos encerramos y tuvimos una doble captura: Una cosa era el virus por el que hubo que encerrarnos en la casa y vacunarnos y, asimismo fuimos cautivos de la tecnología que es algo que nunca puede explicarse exclusivamente por la utilidad. No creo eso para nada, al contrario, la tecnología es un recorte del mundo, es una interpretación y una comprensión del mundo que si yo la explico solo porque me facilita las cosas, la verdad es que esa posición es de una ingenuidad escandalosa”.
Contra ese combo de distopía y profunda crisis de sentidos que parecían comunes como para regir la vida social, Herrero advierte: “Sigo buscando tal vez con mucha mayor dificultad que para otros discos, eso es todo, lo cual no quiere decir que no estoy buscando y no quiere decir eso porque en ese caso me habrán derrotado”, avisa y a la vez que no declina esa indagación profunda con vistas a lo que precisa configurar por venir, la vocalista está lejos de quedarse queta. En julio pasado participó de Madre Canción, un espacio de música popular organizado por el chaqueño Coqui Ortiz en el marco de la Bienal Internacional de Esculturas de Resistencia, lugar al que confluyó con Jorge Fandermole, Carlos “Negro” Aguirre y artistas de otras partes del país y también de Paraguay, a inicios de agosto viajó a Río de Janeiro para recrear “Territorios” junto a sus colegas María Gadú y Silvia Pérez Cruz y su compañero, el guitarrista Pedro Rossi, y más tarde volvió a reunirse con Parodi y Falú para otra velada de “Mojones…”, esta vez en el coqueto Café Berlín del barrio porteño de Villa Devoto.
Mirando hacia el futuro inmediato, el sábado 19 de octubre desembarcará en el Studio Theater de la ciudad de Córdoba para un concierto que se anuncia como un modo de festejar los 20 años de su tercera placa “Isla del Tesoro”.
-¿Ese modo de pensar y de opinar sobre una obra para llevarla a tu propio espacio es algo que fuiste aprendiendo en el camino o estaba en tu motivación inicial a la hora de decidir cantar?
-Muchas veces lo he pensado y no lo sé, pero me parece que es una idea que fui amasando a lo largo de muchos años en los que he tenido y sigo teniendo admiraciones profundas por cantoras maravillosas como Mercedes Sosa a quien tal vez durante muchos años imité porque fue sin duda una figura señera para mí por todo su extraordinario peso estético, cultural, musical, político y poético. Pero fui amasando y percibiendo que debía abandonar esa imitación para ir construyendo, lentamente, algo que al menos yo creyese que era propio. Y creo que fue un largo proceso y angustiante pero celebratorio también en el que una va ahí haciendo lo que puede.
Y para mí este tema de cantar y apropiarme de eso ya hecho es una apropiación filosófica, no solo musical, es incluso política te diría porque permite superponer lenguajes, algo que también aplica a la cultura que es una superposición, un armado y un choque de lenguajes que tiene la aspiración, al menos, de producir alguna novedad que es un procedimiento que a mí me gusta trasladar también a los intérpretes.
-Así como vos tomaste a Mercedes Sosa como escuela ¿sentís que hay cantantes que toman a Liliana Herrero como referencia?
-Posiblemente sí, muchas lo escriben en las redes, y otras y otros lo dicen mucho también. Pero yo apuesto a la invención, entonces me parece que nadie debe copiar un mecanismo sino que hay que meterse en recovecos tales, grietas tales, que son precipicios, que están en la cornisa y no hay que temerle a eso y tal vez alguien me copie a mí el procedimiento pero esté dispuesto a hacer otra cosa.

Foto: Sebastián Miquel.
-¿Puede pensarse que releer sobre lo hecho es una manera también de actualizarlo y de inventar un otro posible?
-Sí, es exactamente eso. Algunas personas me han dicho que este modo de tratar la figura del intérprete es un modo de la composición y posiblemente lo sea aunque no lo es en el modo académico de la composición. Pero para mí es una fiesta que existan compositores y compositoras porque así yo puedo agarrarme de eso para hacer otra cosa. Por ejemplo en mi último disco “Canción sobre canción” con 10 temas que hizo Fito Páez, tal vez esté la respuesta a la pregunta acerca de qué hago yo con lo que está hecho y sea que el mío se trata de un procedimiento que implica colocar una canción sobre una canción porque un tema de un autor o un bagaje musical se puede interrogar una y otra y otra y otra y otra vez y eso es fantástico.
-¿Y cómo funciona ese procedimiento al momento de ponerlo en acto con quienes te acompañan musicalmente?
-Yo tengo la idea previa y sospecho algunas cosas que se pueden hacer, pero después yo pienso a la música como a la construcción de una comunidad y esa comunidad es libre y emancipada. Podemos hacer lo que queramos y no hay límites a eso. Por eso los instrumentistas que tocan conmigo no son acompañantes míos ni que la cantante es acompañada, yo no tengo esa idea, nunca tuve esa idea. Y eso sí me viene de mis años mozos de mi infancia, donde la discusión y la cultural y la política los años de la Universidad de Rosario la idea de una comunidad es una idea muy fuerte en mí y lo es no sólo en el ámbito de la música, lo es en el ámbito de la política también y lo es en el ámbito del arte y en el ámbito de la cultura. Me parece que ahí se produce un diálogo, por eso tiene que ser libre y emancipada.
-¿Porque justamente es un diálogo y no una imposición?
-Claro, es un diálogo y no una imposición aunque sí peleo por las cosas que me gustan más y cada cual disputa por sus ideas y ahí se arma algo, aparece algo y eso es lo más interesante que se puede impulsar: el debate, la discusión, porque nadie pretende algo homogéneo porque no lo es en ningún caso, tampoco en la historia de los pueblos ni debería debería pasar con la política.
-¿Y también sentir que tanto en la música como en la política nunca hay una idea definitiva sino que eso se sigue abriendo?
-Es que no debe haberla. Si la hay detenemos las cosas, la convertimos en una reliquia, en algo fijo e inamovible y no. La vida es movimiento, desesperación, búsqueda, innovación, eso es la vida de los pueblos y de uno. Cuando a algo lo dejamos fijo, lo transformamos en una especie de máxima de la cual solo deviene obediencia debida y yo no puedo pensar así, no pude nunca pensar así.
-¿Te planteás para quién cantás? ¿tenés un imaginario en relación a la gente que te escucha, que va a tus conciertos?
-Hay públicos que me gustan más que otros, pero no es que pienso previamente para quién canto y no sé si alguna vez he tenido ese pensamiento. Pero sí, tengo ideas sobre los públicos, por ejemplo,
si yo hago “Los ejes de mi carreta”, si intervengo ese tema, si lo hago estallar de algún modo y lo transformo en otra cosa, siempre queda un halo, el legado no se abandona así nomás, hay que dejar una señal en el camino. Se trata de un tema muy conocido y nosotros tenemos que mostrarlo y hay que defenderlo, pero cuando yo le voy sustrayendo palabras a las frases de su autor, de Atahualpa Yupanqui, ¿qué hace el público? ¿cuál es la actividad del público? La de evocar el original y eso para mí es mucho más fuerte que el aplauso porque esa evocación es una máxima actividad y también apreciar en lo que se ha transformado también es otra forma de composición de la que el público participa percibiendo la presencia de ese lazo que une con el pasado y al mismo tiempo la novedad instalada sobre él si es que la hay, que es algo que siempre pretendo pero no siempre sale.
-¿Te ha pasado que se te enoje algún compositor o compositora por alguna relectura tuya?
-Sí, una sola vez, no voy a decir nombres. Por suerte, siempre digo lo mismo, no tengo 400.000 compositores y compositoras que me estén corriendo por la 9 de Julio. Además siempre me gusta conversar con los autores contemporáneos y vivos de los que he hecho cosas, aún cometiendo errores extraordinarios por no oír una palabra como alguna cosa muy graciosa en el caso de “Oración del Remanso”, de Jorge Fandermole, donde en una de las estrofas él escribió ”no pienses que nos perdiste, es que la pobreza nos pone tristes”, pero no escuché el “es” y mi versión dice “no pienses que nos perdiste, que la pobreza nos pone tristes”. Me acuerdo que vivía Horacio y le dije “me equivoqué” pero él me dijo “pero es muy bueno” y entonces me quedé con la opinión de González. Ahora que estuve con Jorge en Resistencia hablamos largo sobre esto y nos reímos mucho.
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