Kris Alaniz: “Las mujeres racializadas somos la primera línea de la batalla”

Cantante, rapera, beatmaker y productora, Kris Alaniz es una de las voces femeninas más potentes del hip hop local. Además, organizó festivales como Fuega Nena o Mama Fest y compilados de mujeres raperas. El domingo 22 de septiembre, a las 20.30, en La Tangente (Honduras 5317, CABA) presenta su nuevo álbum: Escándalo
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“Búscame en las calles de La Boca, en el ruido de las olas/ que acarician las Malvinas/ búscame en la populares ollas, en el grito de la doña en los pasillos de la villa./ Búscame en el desorden, búscame en el norte/ en las caras marrones que no tiene pasaporte/ en el saqueado sur, búscame en el loop de un país en crisis, muy cerca del ataúd/ Yo soy la callejera/ la negra norteña/ tengo mala prensa/ con toda la gente burguesa”, canta Kris Alaniz en “Búscame”, mientras samplea a Mercedes Sosa, con un fondo arrabalero, por las calles de La Boca. 

Cantante, rapera, beatmaker y productora, Cristina Alexandra Alaniz –tal su verdadero nombre— es una de las voces femeninas más potentes del hip hop local, con colaboraciones que van desde La Bruja Salguero e Ivonne Guzmán, de La Delio Valdez, hasta Lula Bertoldi, de Eruca Sativa, o Madre Chicha. El domingo 22 de septiembre, a las 20.30, en La Tangente (Honduras 5317, Ciudad de Buenos Aires) presentará su nuevo trabajo: Escándalo. El encuentro promete más que música: una performance con dirección del actor y dramaturgo David Gudiño, en la que el Colectivo Identidad Marrón –al que también pertenece— mostrará su fuego.

Tamara Smerlig: ¿Cómo llegaste a este nuevo álbum, Escándalo? ¿Qué lo diferencia de tus anteriores producciones como Conexión natural (2014) y Vagabunda (2015)?

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Kris Alaniz: Se trata de un disco que tiene mucho mensaje y una carga importante de denuncia. Aunque empecé a escribir sobre racismo en 2014 sin saberlo, quizás, con canciones más contestatarias o de protesta, siempre inclinada por ese lado. No estaba formada políticamente sobre eso, pero en las letras ya se vislumbraba una preocupación. Me doy cuenta ahora cuando escucho temas como “Mi pueblito” que narra cómo el turismo europeo, blanco o porteño invade las comunidades y las ponen en un lugar de objeto, por ejemplo, sacándole fotos a las cholitas. Son temáticas muy crudas, me han pasado cosas muy fuertes con esto, en la calle o en un shopping, por mi color de piel, y hoy agradezco tener una visión crítica sobre esto. De hecho, esta preocupación por salir a la calle ya estaba retratada en temas como “Wachita”.

—¿Qué planean para la presentación de Escándalo?

—El recital no será estrictamente musical: lo pensamos como una presentación teatral. Nos parecía que, más allá de las canciones, era importante buscar otro tipo de interpretaciones. Por eso la idea será hacer una performance que narre desde las historias que cuenta el disco hasta la presencia de personas racializadas en la banda y dentro del equipo. La obra estará dirigida por David Gudiño (que desde hace tres meses tiene localidades agotadas en El David marrón) porque somos compañeros en el Colectivo Identidad Marrón y empezamos a unir fuerzas para esta presentación. También estarán Yossi Machado en coreografías, Maxi Díaz, Germán Vidal –alma del AfroMama— y toda una banda integrada por personas afroargentinas, con un lado muy militante contra el racismo desde la música, la danza o la imagen.

—Será entonces un gran acto contra el racismo.

Creo que será, además, uno de los pocos eventos argentinos donde todas las personas racializadas seremos las protagonistas. En el caso de las personas marrones o afros, siempre nos llaman para hacer de “extras”, de coristas. En cambio, acá, uno va a dirigir la obra, una más se encargará de la coreografía y la imagen, otra más va a cantar, otra a tocar la batería. En la puerta, además, habrá una muestra de bicicletas chicanas para que la gente conozca el movimiento. Eso es lo lindo y más importante: que se haya creado un colectivo para una presentación de un disco, aunque creo que la música está en un segundo plano y lo trascendente será el mensaje y lo que se va a decir esa noche desde la imagen y lo corporal.  


Alaniz hace rap desde que tenía 16 años, a mediados de 2009. Creció en una familia lejos del arte: nadie se dedicó a la música. Aunque nació en Buenos Aires, en medio de la hiperinflación de 1989, al poco tiempo su mamá y sus hermanas migraron a Catamarca, después a Salta y, más tarde, a Tucumán. Su formación musical –y su proyección– se desarrollaron en la escena del hip hop de Córdoba, cerca de 2014, aunque luego viajó a Buenos Aires donde vivenció, aún más de cerca, el racismo por ser norteña. “Acá fue la primera vez que sentí el racismo de manera tan violenta: ya no era la forma de hablar o el color de mi piel, era otra cosa: me señalaban. Además, en ese momento, todos los raperos éramos personas de clase baja, de barrios marginados, nos decían cómo hablar o qué decir”, retrata.

Su color o su tonada, sin embargo, no la amilanaron: fue la primera mujer en subirse a un escenario de la Red Bull en 2014, con una caja bagüalera y matizarlo con trap. Dice que el camino lo marcaron Sara Hebe, Actitud María Marta o Miss Bolivia, y que costó mucho unir fuerzas entre mujeres porque los varones marcaban que en lugar de hacer comunidad había que rivalizar. Te decían “no cantes con aquella porque es lesbiana”, “vos sos mejor”, cosas así.

—Te criaste entre mujeres y el rap parece una marca de identidad, en un contexto bastante adverso como el norte de Argentina. ¿Cómo fue tu recorrido desde Tucumán hasta llegar a Córdoba y, más tarde, a Buenos Aires?

—Eso también tiene que ver mucho con el racismo y creo que lo fui desentrañando con el tiempo. Siempre tuve una pasión por el baile y la música, prendía el televisor y copiaba todas las coreografías. Entonces a los ocho años mi vieja me mandó a “flamenco”: solo la profesora y yo. Me volví tan buena que me empezaron a llevar a competir en tablados y zapateos a otras provincias. Después, en la adolescencia, me empezó a gustar muchísimo la cumbia, la imitaba a Gilda, todos los sábados me encerraba a ver Pasión de sábado. Le regrababa todos los cassettes a mi vieja con Damas Gratis: en el 2001 era la única banda que hablaba sobre las situaciones en los barrios y me sentía muy identificada. Mi vieja además escuchaba Los Mirlos, Las Minifaldas, que eran bandas muy viejas, de mujeres, del norte argentino, que sonaban mucho en esa época. No sé, mucha música centroamericana que bajaba de Perú y Bolivia.

¿Qué impacto tuvo eso en tu propia formación y qué rol cumplieron las mujeres en ese entramado? 

—Luego empecé a cantar y a estudiar guitarra, arranqué con el rock pero en mi curso en la escuela había una Cristina que era rubia y de ojos celestes. Entonces, en el bullying de mis compañeros nos decían “la Cristina linda y la Cristina fea”. Yo decía, si canto cumbia voy a ser siempre la “Cristina fea”. Pero conocí unos pibes, de la nada, que hacían rap, que escuchaban Eminen: ahí empecé a pensar que eso era cool, que estaba bueno. Me di cuenta que lo escuchaban los negros y los blancos, y dije: “Yo quiero ir por acá”.

Fue la época de Actitud María Marta, también, que nos abrió camino a todas. Me di cuenta que con el rap podía escribir más letras y canalizar lo que pensaba. No me “pedía” cantar y afinar, sino más bien “decir” cosas. Eso pensaba: es de negros, es de barrio, puedo decir más, puedo escribir mucha letra. A los 19 tuve mi primer show grande con tres pibas rapeando. Me fui a Córdoba, donde empecé a profesionalizarme. Empecé a estudiar música, mi pareja de entonces era rapero y productor: empecé a producir mis propias pistas. Fui de las primeras de Argentina en producir mis propios ritmos, con programas viejos (de producción musical) y a entender un poco de qué se trataba eso de las bases. De hecho, en esa crew de Córdoba eran veinte varones y yo era la única mujer.

—Un ambiente difícil para una chica de veintipocos y en una ciudad tan conservadora como Córdoba.

—Yo me sentaba a producir con mi compañero de ese momento (que teníamos una banda de rap y una productora juntos) y nunca apareció mi nombre en ninguno de esos discos. Eso que produje a muchos raperos de Córdoba, grabé muchos instrumentos y pistas también en esa época, y no aparezco en ningún lado. Tocaba la percusión, la guitarra y el bajo, y en ninguno de esos discos aparece mi nombre en la coproducción.

Los álbumes propios que grabó después, con letras comprometidas, relacionadas con su activismo y la realidad social que la atraviesa, tuvo su gran momento cuando sacó el primer compilado de rap argentino con 16 mujeres como protagonistas. ​“Yo soy esa zorra, la de la cuadra roja./ Soy la que el Estado mete presa, se provoca / Yo soy la sicaria, la perra liberada / la que todos apuntan, la mujer que no se calla / me juzgan por mi tapa mis hojas ya manchadas./ Puta, gorda o flaca, siempre quedo mal parada. (…) Soy la mujer que anda/ soy la mujer que escucha/ soy la mujer que canta/ soy la mujer que lucha”, vocea en “La sicaria”, la cumbia colombiana que grabó en colaboración con Ivonne Guzmán, de La Delio Valdez.

—Tu trabajo abarca desde la creación de batallas femeninas de freestyle, el dictado de talleres o la producción de discos. ¿En qué momento se inscribe este álbum?

—Siempre fui pionera en algunas cosas. En la época que empecé, o cuando me animé a cruzar cumbia y rap, no existía Miss Bolivia. Con Sara Hebe nos encontramos en Córdoba y me invitó a tocar. Fui la primera mujer además en tocar en un show en vivo en la Red Bull en 2014. Además, me animé a subir con una caja bagualera y empecé a cantar una copla, en medio de un público rapero. La gente me miraba como diciendo: “Esta mina está loca. Mirá lo que está haciendo”. Todo eso era muy adelantado para esa época. Después de esa copla entré cantando trap, que me gustaba mucho y que escuchaba todo lo que se estaba haciendo en Brasil, que tiene mucha tradición en ese sentido. Qué tipa que está haciendo siempre lo que no hace nadie… digo (risas).

—En una industria marcada por la misoginia, ¿es posible hacer y producir discos o festivales como en 2017? ¿Qué cambió desde entonces para las mujeres después de un compilado como Malas lenguas?

—Ese disco lo produje en 2017 con 17 mujeres haciendo rap. Malena D’Alessio me decía que quizás ese compilado es el único en toda América latina (o en todo el mundo) hecho por mujeres y producido por una mujer. Hasta el momento no existe otro. Es un discazo. De hecho, con las raperas con las que venía conectándome en esa época empecé a militar o a apoyar en algunos eventos (como la gente del Pan y Rosas). De hecho, allí empecé a formarme políticamente en cuestiones de feminismo y también de igualdad. Hicimos algunos festivales como el Mama Fest. Ahí empecé a sentir que estaba pasando algo groso, donde las raperas que nunca figuraban en un certamen o que no aparecían más porque habían sido novias de tal rapero o dejaban de grabar porque los pibes se sobrepasaban, se animaban a participar. Entonces de ahí nació la idea de hacer ese compilado, de mostrar una escena donde había mucho talento, con pibas que no podían ir a grabar o tocar. Todo ese proceso de grabación fue terapéutico para todas. Después llegó el macrismo y empezaron a cerrarse muchos espacios, me fui a Chile y el disco quedó un poco en la nada. Pero cuando empecé a ver todo el movimiento feminista, la marea verde por la Ley IVE, me pareció hermoso y me volví a Argentina.

—¿Y qué pasó?

Entonces empezamos a organizar una batalla de freestyle feminista que no existía entonces, con una banda de chicas y disidencias que se llamaba Malas Tripas, participamos del acto central ese día de la Ley IVE y empezaron a pasar cosas muy lindas. Todo cambió muchísimo en la escena musical y se abrió el panorama para una nueva generación de chicas. Hay algo que tampoco termino de entender bien y que ocurre en la industria musical urbana: de veinte varones que están de moda y todo el mundo escucha hay solo dos o tres mujeres. Por eso la hegemonía siempre gana y saber transar con la industria también te lleva a tener más visibilidad. Si las artistas mujeres no molestan está perfecto: llamémoslas. Yo tengo una imagen política muy marcada y hay ciertos festivales donde ya no me incluyen por esa bajada de línea.

—En ese sentido, en un momento en el que los movimientos feministas son cuestionados y la ultraderecha pone en jaque su fuerza, ¿cómo impactan estos fenómenos en una artista y productora con un posicionamiento tan claro como el tuyo?

—Las redes contribuyeron a que esto se de vuelta un poco: antes si hablabas mucho de política, las discográficas te censuraban. Hoy en día, directamente te pone en otro lugar de cosas: si a la industria no le gusta pero a la gente en las redes sí, y te volvés masivo, no les queda otra que acercarse y abrirte las puertas. Eso es algo lindo que sucede ahora, donde las y los artistas tenemos más libertad. Quizás también tenemos más trabajo porque además de hacer música hay que sumarle las redes. Entonces eso es algo bueno que tiene esta generación: cuando nosotras arrancamos no existía más que YouTube y estábamos en la era del Messenger. Esto de las redes además le da mucha apertura y visibilidad a las pibas y eso esta buenísimo.

— ¿Y qué te paso después con el feminismo?

—El problema, después, fue que hubo gente que tomó muchísimo poder. Me parece que ser feminista no te exime de ser racista. Por eso hoy me siento identificada con la militancia contra el racismo que en plantarme por el feminismo, aunque sé que participé e hice muchísimas cosas por el ambiente rapero de las mujeres y me enfrenté a monstruos con mucho poder. Por hablar o posicionarme ahora quedé donde estoy. Hoy entiendo que las mujeres racializadas son la primera línea de batalla y hay que cambiar un poco esa dinámica.

https://www.youtube.com/watch?v=d_ImTfHF4Po&list=OLAK5uy_lVwn1dYQju_4BO5xilGWTsgPvhvUm1G9M
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Tamara Smerling

Periodista y Escritora. Doctora en Ciencias Sociales. Magister en Periodismo, hizo posgrados y diplomaturas en Comunicación, Gestión de Medios, Industrias Culturales y Ambiente. Escribió Un fusil y una canción (junto a Ariel Zak), La otra pantalla. Educación, cultura y televisión, y Serrat en la Argentina.
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