Como en una tragedia griega (una suerte de Antígona del conurbano), hay una condena, un cadáver insepulto, un ejercicio de la desobediencia y forma notable de ejercicio de la lealtad. Esos condimentos de la narrativa -complementados por un extraordinario sentido de la sorpresa literaria-, modelan una historia detrás de “Una foto los seis con el lobo en la rambla”, la novela del escritor Julio Boccalatte. Cada vez que la realidad se empecina en trabajar la desesperanza, la rebelión aparece en el territorio del arte. Si todavía se puede escribir como lo hace Boccalatte, será que no todo está perdido.
“Al amigo, todo; al enemigo, ni justicia”. Aquella consigna de Perón, con la que había parafraseado a Mao, aparece en el acápite del libro, que se precipita a abordar el terreno de la amistad. Lejos de ser un texto laudatorio y vacío sobre los vínculos -están llenas las estanterías librescas sobre ese desatino- Boccalatte presenta la historia de cinco amigos incapaces de explicar las razones de su cercanía y que, sin embargo, han construido entre el azar, la diferencia y los silencios, una relación de lealtad. Hay allí una suerte de ética de la comunidad, de solidaridad barrial, que los moviliza y que los rebela. Igual que Antígona debe cumplir su mandato con su hermano muerto, Polinices, por encima de las leyes de los hombres; aquí hay un mandato póstumo que ni el absurdo ni las normas de la civilidad pueden contener.
No es fácil advertir qué tienen en común aquellos amigos, con personalidades y gestos no siempre comunes. Hay detrás -sin necesidad de enunciarlo- un lenguaje propio de una clase trabajadora que aspira al ascenso social, que descree de los arrebatos individuales, que no puede desentenderse de las tradiciones homogeneizadoras de la escuela pública y el peronismo. Pero no hay manifiesto ni proclama. En “Una foto los seis con el lobo en la rambla” Boccalatte construye el paisaje y las condiciones de posibilidad de un relato que, en ese punto, establece una distancia con las imágenes que nos entrega en estos días la política televisada. Esta novela sólo es posible en un país capaz de pensarse para sí un imaginario colectivo.
La novela está construida bajo una secuencia de capítulos en la que el lector no termina de recibir toda la información sobre la historia ni sus personajes. Recibe un anticipo, el contexto, retazos de las consecuencias de un hecho que se le cuenta parcialmente hasta que, finalmente, la historia se desencadena para demostrar que la sorpresa no es un rehén de la literatura fantástica o el relato policial.
Julio Boccalette se formó como periodista y dice haber aprendido alguno de los trucos del lenguaje en las redacciones. Si le creyéramos (no le creemos), habrá que concederle al periodismo algún valor en cierto rigor en la elección de las palabras y el rechazo por la agresión de los adjetivos, pero “Una foto los seis con el lobo en la rambla” va más allá: es la novela de un escritor consumado y no el ejercicio literario de un periodista diletante.
La novela fue premiada con el Segundo Premio Novela del Concurso de Letras 2024 del Fondo Nacional de las Artes. Hubo un tiempo -que fue hermoso- donde un texto así ocuparía la atención de los medios. Eso ya no está. Pero sí Al Arco, una editorial independiente que vuelve a desafiar cualquier crisis de la industria para compartir un texto con sus lectores.
La memoria y el olvido pueden ser igualmente arrogantes. “Una foto los seis con el lobo en la rambla” es un modo de conjurarlos con las sutilezas de la literatura.

