Esto no se parece a un recital. Esto es como una pequeña serenata nocturna en una cantina donde todos apretados, gritan, levantan sus vasos y cantan por el amor perdido o celebran por un romance que comienza. Dos bravos muchachitos se abrazan. Cada uno sostiene un vaso de fernet. Están cantando con lágrimas en los ojos este bolero: “Y no es por eso/Que haya dejado de quererte un solo día/Estoy contigo aunque estés lejos de mí vida/Por tu felicidad, a costa de la mía”. Ese hombre solo, fuma y repite con gesto duro, el verso que dice: “según tu punto de vista yo soy el malo, el villano en tu novela, el gran tirano”. Esa pareja de amigas mira al cielo y canta: “Uno se despide, insensiblemente de pequeñas cosas”. Mientras baila una señora madura le canta a su pareja al oído: “Tanto tiempo disfrutamos de este amor”. La atmósfera en el Konex, es el de un bar a la madrugada.
Macha, cantor de sombrero y barba blanca, lentes negros, remera con una inscripción de Jamaica, es el líder espiritual de este conjunto chileno bautizado el Bloque Depresivo, -que se volvió a presentar en Buenos Aires el jueves y viernes con entradas agotadas- con un repertorio de boleros, valses, baladas de amor vintage, que definen un género popular al que apodan “canciones cebolla” (canciones para llorar). Temas que son capaces de ablandar al corazón más duro. Versos que no pasan de moda porque las historias de amor y el sufrimiento son tan viejos como el comienzo de la humanidad.
El proyecto que surgió en 2007, encontró en la veta emocional de esos ritmos que siempre vuelven del olvido, -que están allí esperando como los amantes-, un tesoro que relumbra en pleno siglo XXI y tecnológico. Macha y el Bloque Depresivo conocen la esencia de una música de raíz como el bolero y le aportan otro carácter. Le añaden al clasicismo de su toque y la tragedia pasional de esas historias, verdad callejera y noches de bohemia. Es el drama del amor cantado con los vasos vacíos sobre un mostrador: “Espera un poco, un poquito un más/para llevarte mi felicidad/Espera un poco, un poquito más/me moriría si te vas”. Macha lo canta con los puños apretados y la banda se monta a unos arreglos épicos para ascender entre el éxtasis del dolor.
Esas canciones que forman parte del imaginario popular de Latinoamérica se cantan porque se vivieron, o se viven, y por eso el público también las experimenta con esa misma intensidad: el dolor aletargado sobrevuela en el trasfondo del tema “Amiga”, el autor Luis Gómez Escolar la compuso para su mujer que murió en un accidente en 1976, o “El triste”, (popularizada por José José), es el relato en primera persona de una ruptura, o “La nave del olvido”, el diario de una relación a punto de disolverse.
Hay promesas de amor eterno, hay reproches que duran toda la vida, hay canciones de perdedores, con buena suerte en el juego y mala suerte en el amor, hay catarsis y hay canciones que suenan como viejas despedidas. Hasta hay reconciliaciones con ese pasado. Es una noche de nostalgia. La música de Macha y el Bloque Depresivo es como el sonido de una radio AM encendida en la madrugada. Es la banda de sonidos de las abuelas que atravesó el tiempo y llega al presente con la misma fuerza, canciones que combinan dolor y alegría, interpretadas por esta orquesta que atesora en el tumbado del bongó y las maracas, el punteo de Raul Céspedes y Mauricio Barrueto a cargo de las guitarras destripadoras, el sonido mariachi de la trompeta, la base rockera del teclado y la batería, la cadencia caribe y el pulso nocturno del puerto.
Las invitadas de la noche fueron Lidia Borda, que abrió el show, y Julieta Laso, que se sumó en los bises, y que conectaron muy bien con esa estética portuaria y noctámbula del Bloque Depresivo.
“¿Qué es lo que pasa que nos estamos alejando tanto?”, canta Macha como un crooner de barrio, secundado por José Osses, el otro gran cantor, tecladista y guitarrista del grupo (hace todo bien, por cierto). Es otro hitazo que tiene el sabor del son en el fraseo de la trompeta. La voz metálica de temblor emotivo de Macha y el coro del público, da un ambiente de serenata frente a un balcón. La guitarra con su punteo lastimoso saborea el dolor.
En dos horas de concierto el grupo navega por el bolero, el son, la guajira, el vals peruano y el sonido afro del landó, el ska, el reggae, la balada psicodélica de Los Angeles Negros (banda icónica de la canción romántica chilena en los sesenta) y hasta ofrece algún guiño a los argentinos cuando amagan con un cover de “La calle es su lugar (Ana)” de GIT.

Macha Asenjo, vivió en la Argentina durante los ochenta y fue testigo de ese rock argentino. No falta, eso sí, otro de esos clásicos, “Trátame suavemente”, en tiempo de bolero: un arreglo del tema de Los Encargados que mejora la popular versión de Soda Stéreo. Otro de las versiones, que toman otro color, entre el bolero y la saudade del samba es “Pequeña serenata diurna” de Silvio Rodríguez. También están los himnos propios como “Loca”, (tema de Chico Trujillo, otro de los grupos de Macha, que se volvió uno de los temas más populares en su país) y “Los continentales”, una letra que tiene el suficiente misterio y la descripción de una noche errante, que define ese camino de libertad del grupo.
La gente canta esos viejos boleros y baladas clásicas desgarradoras, algunas compuestas cuando muchos del público no habían nacido, como si fueran escritos hoy. Saben todas las letras y las entregan al cielo, porque no dejan de elevar los brazos y mirar para arriba cuando las cantan, como pidiéndole a las estrellas, o a Dios, por ese amor que partió, o que no volvieron a ver.
Hay rebeldía en el grupo. Hay rebeldía en cantar un género de antaño. Hay rebeldía en hacer las cosas a su manera y de forma independiente. De cantar sobre los sentimientos, en una época donde se habla de dinero. Es que siempre hasta en las noches más oscuras hará falta una canción de amor, o desamor.
“Canción de las simples cosas” de César Isella y el poeta Armando Tejada Gómez que popularizaron Chavela Vargas y Mercedes Sosa, es el último trago de la noche.
“Fuerza para todo lo que va a venir”, se despide Macha sin inocencia, parado sobre el escenario, apretando el puño, en un país que se está incendiando. Sabe que los boleros y las canciones simples sobre el amor son una buena compañía para desahogar las penas, y siempre ayudan a llorar mucho mejor.