El día de tu ausencia

El 18 de mayo de 1975, cincuenta años atrás, fallecía Aníbal Troilo. A continuación Negras & Blancas reproduce un fragmento del libro “Troilo. Una Teoría del Todo”, sobre la muerte de Pichuco.
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Los primeros meses de 1975 no mostraban una salida para la crisis argentina.

A la muerte de Perón, el 1 de julio de 1974, le siguió la profundización del accionar criminal de la Triple A y la incapacidad del gobierno de María Estela Martínez por conducir al peronismo y tratar con los factores de poder. En el terreno económico, el fin de la experiencia del “Pacto Social” y el impulso desarrollista  aplicado por José Ber Gelbard había habilitado la llegada de políticas ortodoxas de Alfredo Gómez Morales que, sin embargo, sólo aceleraron el drenaje de reservas y prepararon el terreno para el “Rodrigazo”, un fenomenal proceso devaluatorio del 160 por ciento en un solo día (el 4 de junio), con los salarios topeados, que formalizó el ministro Celestino Rodrigo pero que -en verdad- tuvo música y letra de su segundo, Ricardo Zinn, ligado a la usina intelectual de José Martínez de Hoz.

Aquel verano, Pichuco, que había sido operado de la cadera en septiembre de 1974, lo transcurrió en Mar del Plata, como era su costumbre, pero esta vez alejado de la noche y los conciertos, salvo una jornada de febrero cuando fue a respladar con su visita la presentación del disco de Tito Martino en el Entrerprise y Néstor Marconi le cedió el bandoneón por un rato.

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En aquel clima preparó su último espectáculo, “Simplemente… Pichuco”, que se estrenó en el 3 de abril de 1975 en el Teatro Odeón de Buenos Aires, con la orquesta y el cuarteto; Juan Carlos Copes y María Nieves con su ballet; Juan Carlos Palma, Coco Martínez, Alba Solís, Roberto Achával y Edmundo Rivero. El poeta Horacio Ferrer era el autor del libro, que ligaba los diferentes momentos de la noche. El público respondió en las primeras semanas pero luego fue menguando. No fue ajena la delicada situación económica que obligó a aumentar las entradas a poco del comienzo.

Las reseñas de la prensa fueron variadas, pero en general cuestionaron la unidad dramática del espectáculo, el libro de Ferrer y fueron indulgentes con la participación de Troilo, del que destacaban actuaba durante apenas 25 minutos en toda la función. “La media hora final justifica el espectáculo. La variante estriba, entonces, en llegar tarde”, escribió en tono cáustico el diario La Prensa sobre la función inaugural.

“Parecería que las intenciones iniciales estarían alimentadas con el deseo de armar una revista, con personajes y cosas de Buenos Aires (…) pero el libro de Horacio Ferrer no consigue materializar esas aspiraciones”, publicó La Razón. Napoleón Cabera en Clarín apuntó que “Horacio Ferrer sueña con esa cristalización del tango y elige a Aníbal Troilo para iniciar ese proceso de canonización. Cubre de yeso al ídolo y espera que, al secarse, tome el aspecto de mármol. Eso se podría hacer con Gardel o con Vicente Greco, con Discépolo o con Manzi, que se han ido. Pero Troilo está vivo (…) de modo que se mueve dentro del yeso y no se convierte en monumento a pesar del impostado y larguísimo preludio que prepara su aparición en escena”.

La formación que acompañó a Troilo en su último espectáculo estaba integrada por los bandoneones de Pichuco, Domingo Mattio, Raúl Garello, Abelardo Alfonsín, Eduardo Marino y Fernando Tell; los violines de David Díaz, Hugo Baralis, Salvador France, Claudio González y Aquiles Aguilar; la viola de Simón Zlotnik; el violoncello de Miguel Arnáiz; la guitarra de Aníbal Arias; el piano de José Colángelo, el contrabajo de Rafael Del Bagno y Roberto Achával como cantor.

“Hay una falla grande en este espectáculo le dije al Gordo. Acá falta un tango para Alba Solís, con letra de Ferrer pero no con el estilo de Ferrer, con el estilo de Troilo; un tango nuevo para Rivero con letra de Ferrer pero con el estilo de Troilo; un tango para la orquesta con el estilo de Troilo… me dijo: ‘Es que no tengo más ganas…”, recordó el violinista Tito Farace, que compartió con Troilo formaciones desde inicios de los ’60 y hasta el final.

El deterioro físico se reflejaba en el cuerpo de Pichuco. Su digitación no permitía ninguna proeza pero su mano izquierda, esa con la que alcanzaba la mayor expresividad con unas pocas notas, se mantenía a la altura de su nombre. “Sus solos de la mano izquierda lo distinguieron desde el comienzo. Incluso los arregladores cuando le preparaban el momento del solo en el arreglo ya se lo escribían en la mano izquierda”, destacó el bandoneonista Pablo Jaurena. “Con la mano izquierda logró un color muy íntimo, tanto en la orquesta como en las formaciones más chicas, que hoy es propio de su forma de asumir el bandoneón”, apuntó Eva Wolff.

La última función de Troilo fue el 17 de mayo. Un registro de audio de aquella noche está subido en la plataforma de YouTube. Su última interpretación fue el tango “Sur”, con el cantor Edmundo Rivero. “Cuando termino aquella actuación se acercó a la pared y dijo ‘Aguantame un cacho más, Buenos Aires”. A la mañana siguiente recibí la noticia de su fallecimiento”, recordó Osvaldo Pugliese, testigo de la última vez de Troilo en el escenario.

El desenlace fue rápido. El domingo 18 a la mañana sufrió y desmayo y fue internado en el Hospital Italiano. Comprobaron que había sufrido un aneurisma cerebral provocado por un cuadro de hipertensión arterial. No se recuperó. Falleció a las 23.40.

El velatorio se realizó la mañana siguiente en el Teatro General San Martín, que duró hasta las 9.35 del 20 de mayo cuando desde allí partió el cortejo fúnebre que condujo una caravana que se detuvo unos minutos frente a la sede de Sadaic, en Lavalle y Paraná, donde se escucharon los acordes de “Sur”, y luego continuó hasta la Chacarita. Allí, entre otros, Cátulo Castillo puso palabras a la despedida: “Pero sé, hermano bueno, que tiembla aquella antigua cuarteta de esperanza que vos ya conocías:

¡Murió el gorrión…! ¡Más queda la divisa

de quien estira el fueye, todavía…!

¡Miramos hacia arriba…! ¡Qué alegría…!

¡Está Troilo cantando… en la cornisa…!”.

La muerte de Troilo ocupó la tapa de los diarios.  “Buenos Aires llora la muere de un ídolo”, tituló la Razón. “Ya nunca te verán como te vieran”, escribió La gaceta Color; “El tango toca su responso a Pichuco”, sintetizó última Hora;  “Se extinguió la vida de Pichico”, eligió, austero, Clarín, en su primera referencia sobre el cierre de su edición.

Y los encabezados continuaron los días siguientes: “Gime el bandoneón” (Última hora, 19/5/1975); “Che… bandoéon” (Última hora, 20/5/1975);  “Gordo: quedate aquí” (Ultima hora, 21/5/1975);  “El adiós a Troilo reflejó un auténtico duelo popular” (Clarín, 21/5/75); “Aníbal Troilo alentó hasta el final la renovación del tango en una epopeya creadora que no tiene parangones” (La Opinión, 21/5/1975); “Buenos Aires despidió ayer consternada a Aníbal Troilo” (La Razón, 21/5/1975).

La prensa del continente también reflejó la perdida. “La muerte de ejecutante dividirá probablemente en dos la historia de las orquestas típicas: antes y después de Aníbal Troilo”, estableció el diario chileno El Mercurio. El Jornal do Brasil lo consideró “un héroe típico del tango tradicional”.  El diario colombiano El espectador editorializó: “El domingo quedó enmudecido para siempre el bandoneón de Aníbal Troilo, un hombre bueno, gordo y afable que durante más de 40 años a través de sus interpretaciones del tango y en especial de la música de Carlos Gardel le dio un nuevo sentido, una nueva dimensión, a esa música nostálgica y humana.

Troilo ya tenía para cierta feligresía una estatura mítica antes del 18 de mayo de 1975. Y aquello no opera a  modo de elogio sobre su evidente autoridad artística sino como crítica a  quienes engordaban los contornos del personaje público. Pero aquello era apenas una mueca sin importancia ante la trascendencia de su bandoneón y su caligrafía musical.

Tal vez necesitó aquella noche que alguien como él le escribiera un responso. Como él hizo con Manzi. Pero acaso el dolor fuera demasiado.

Aquel gesto se consumó el 27 de noviembre de 1975 en el local La Ciudad. Allí Astor Piazzolla, con el bandoneón de Pichuco que le cedió su esposa Zita, interpretó su memorable “Suite troileana”.

“Yo no nací de un frasquito ni el sonido de mi bandoneón es una rareza del cielo. Todo está ligado. En el primer tema de la Suite, que se llama Bandoneón, el Gordo está siempre a mi lado. Por momentos toco como Piazzolla y de a ratos como Troilo”, escribió Astor en su libro de memorias. 

-Troilo, ¿Piensa en la muerte?

-A la muerte la espero de frente, como a todas las cosas de mi vida. Solo quisiera un poco más de chaguí, como decimos los reos, para no dejar en banda a tanta gente que me necesita… Pero de nuevo, me estás haciendo llorar, ¿Cómo tengo los ojos?

-Los tiene mojados, pero no se preocupe por eso…

No, tenés razón. No me da vergüenza llorar. Llorar no está mal. En realidad: pobre del que no puede llorar.

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