Dúo Coplanacu: canciones para un país

Cerca de las cuatro décadas de existencia, el Dúo Coplanacu recreó su mística en el Konex de la Ciudad de Buenos Aires. Un estilo que borra distancias generacionales y admite la convivencia del presente con la belleza simple de chacareras tan antiguas como los dolores del país
SESION FOTOGRAFICA AL DUO COPLANACU, PARA EL DISCO MAYUMAMAN (DIOSA DEL RIO).
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“Esa pena enamorada, pena sin cesar, buscando volverse copla pa’ hacerme llorar”, canta el Dúo Coplanacu en “La flor azul”, con la nostalgia apretada en las gargantas de esa chacarera de Mario Arnedo Gallo con letra de Antonio Rodríguez Villar, compuesta en 1962. Un sentimiento que no tiene fecha de vencimiento. Una señora de rostro moreno, con su hija al lado, canta los mismos versos con esa misma intensidad emocional que da la distancia.

Una nostalgia que lejos del pago, igual se vuelve fiesta y comunión, quizás porque lo que fue nostalgia ahora se vuelve reencuentro con esa identidad que a veces en la ciudad se disuelve, se vuelve un mar de tonadas diferentes, o se masifica en una sola. Pero aquí, esta noche, en el Patio del Konex, el dúo santiagueño recorre uno tras otro un cancionero de zambas, chacareras y escondidos para encender otro tipo de ritual, que incluso hasta le permite al público hacer catarsis contra las políticas de ajuste del gobierno de Milei.

Es un ritual atravesado por el baile y la ceremonia de esas canciones cantadas a voz en cuello, recordando el pago, afirmando una identidad, haciendo que ese patio de cemento se parezca más a un patio de tierra. “Les vamos a tocar una chacarera para que gasten las Nike”, dice ocurrente Julio Paz, antes de repiquetear su bombo en “Alma challuera”, que habla sobre la ley de vida de la naturaleza.

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Aquí no sube la polvareda, pero suben las emociones en los brazos en alto que buscan tocar el cielo en chacareras como “Pelusas de totora”, o en los pañuelos que se agitan al aire en zambas como “La amorosa”. Entonces todos se sienten un poco más en casa, incluso Los Copla, que son santiagueños y que hace tiempo viven en Córdoba y se la pasan viajando todo el tiempo: en los conciertos vuelven al pago chico, a esa raíz criolla, a esa mirada social del territorio, a ese país escondido como cantaba Mercedes Sosa.

La Peña de Los Copla, un formato que se extendió a lo largo de más de una década en el festival de Cosquín y que de alguna manera construyó la mística del grupo, -se sigue celebrando todos los años en el Comedor Universitario de Córdoba- desde hace tiempo es itinerante y regresó a Buenos Aires el sábado. El grupo ya se dio el gusto en su momento de tocar en teatros porteños cuando su versión de la zamba “Agitando pañuelos” se hizo tan popular que la volvió a grabar Mercedes Sosa y se la dedicaba en sus conciertos, o cantaron junto a Los Chalchaleros proyectándose a un público mucho más amplio y tradicional del género.

Foto: Ximena Alvarez Heduan

También pasaron en estos últimos años por otros espacios más rockeros como Niceto, o lugares más intimistas como La Trastienda y el Torquato Tasso, pero la peña siempre fue un espacio simbólico social y comunitario, donde comparten escenario con otros artistas amigos, donde se desparrama su pensamiento, donde siempre están presentes las pinturas de Rafa Touriño (otro espíritu fundante de las peñas) como parte de la escenografía, y donde se arma esa pista de baile multitudinaria.

La primera invitada en compartir la noche con el dúo, fue Maggie Cullen. Su voz íntima se acopló perfectamente al tono nostálgico de la zamba “Pampa del chañar” de Buenaventura Luna, que los Coplanacu grabaron hace más de dos décadas en Guitarrero (2002): la canción se convirtió en otro de los clásicos de ese repertorio que fueron tejiendo a lo largo de los años. Más tarde subió el power trío de Eruca Sativa. “Le voy a tener que poner distorsión al bombo”, dijo Julio, antes que Lula Bertoldi arranque con un solo de guitarra eléctrica y esa voz aguerrida para la zamba “Salavina”. El último invitado de la noche fue Peteco Carabajal para completar la fiesta con “El violín del monte”.

“Nosotros somos los salieris de Peteco”, dice Roberto Cantos, haciendo un guiño a la frase de León Gieco en “Los salieris de Charly”. Después en camarines, Julio Paz, entusiasmado dirá: “Mirá que escucho música de todos lados y para mí Peteco es uno de los mejores compositores del mundo”.

Foto: Ximena Alvarez Heduan

En 2025, Los Copla cumplirán cuatro décadas y en todo ese tiempo, en esa labor artesanal, independiente, el dúo creó un estilo, donde lo generacional se borra y la belleza simple de chacareras tan antiguas como los dolores del país, conviven con las obras compuestas en el presente por Roberto Cantos: la experiencia profunda del tren Estrella del norte en la canción “Retiro al norte”, la tala indiscriminada que se denuncia en “Desmonte”, el homenaje a los bailarines en “Mientras bailas”, o el himno de cierre del show en “Peregrinos”, cuyo estribillo se repite una y otra vez por ese coro colectivo de personas que no se quieren ir, que no quiere que este concierto termine.

Las voces de Julio Paz y Roberto Cantos, en las que aparece el rastro de los viejos vidaleros, forman una alquimia perfecta entre lo criollo y esos arreglos bien pensados: le dan fluidez a la zamba con esa intimidad de un rezo para adentro, o condensan la energía de esas chacareras, que son la invocación de ciertas cosas perdidas para soltarlas de nuevo al viento, y que se complementan con una formación tradicional de guitarra, bombo, violín y bandoneón.

“Somos dos almas unidas por un guitarrear”, cantan a dúo en el estribillo de “Por la costa del Salado” y es la mejor definición del Dúo Coplanacu. Ese sentimiento aparece en la selección de un repertorio crecido a la vera del Rio Dulce y el Salado, entre el monte y los cielos estrellados de Santiago, y que ahora en esta noche cálida, encendida, recrean la atmósfera y el espíritu sencillo y profundo de un baile en el campo. 

“Lo más lindo de todo esto es que seguimos teniendo ganas de estar en el camino”, dice Roberto Cantos, compositor, guitarrista, cantante del Dúo Coplanacu, que acaba de bajar del escenario, después de dos horas de concierto, bañado en sudor, agotado y con una sonrisa de par en par. Es la misma sonrisa que tiene Julio Paz por el poncho que le acaba de regalar alguien del público, y porque lo vino a ver su hermana menor, que no suele salir de su casa.

Es la misma sonrisa con la que se va todo el mundo por haber estado por un rato en el patio de la infancia, allá lejos, Retiro al norte.

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Gabriel Plaza

Ejerce el periodismo musical desde 1992. Fue crítico de música en el Diario La Nación (Buenos Aires), desde 1996 hasta 2019. Sus crónicas musicales se publican en medios como Revista Ñ, Silencio, Página 12, Caras y Caretas, y Anfibia. Fue tercer premio del concurso para Jóvenes Periodistas de Iberoamérica Lazaro Carreter en el año 2000 (BMG Group. España). Es co-fundador de la Red de Periodistas Musicales de Iberoamérica (REDPEM) y uno de los autores del libro Ritual y Ritmo sobre el fenómeno de La Bomba de Tiempo, junto a Humphrey Inzillo, editado por Atlántida (2017). Sus artículos aparecie-ron en publicaciones de la Universidad de La Plata y la Universidad de Guadalajara, México. Es autor del libro sobre la Bomba de Tiempo junto a Humphrey Inzillo. Tiene su pro-grama de música Hora Cero, todos los martes a las 23, en Radio Nacional.
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