La canción, género amenazado por la exaltación de otros formatos comerciales de consumo apurado y fecha de vencimiento instántanea y también por su versión más vulgar y previsible de lugares comunes y rimas escolares, encontró anoche en las sabias manos de los artistas uruguayos Fernando Cabrera y Hugo Fattoruso una gozosa posibilidad de redención.
Desde sus notables diferencias estilísticas –Hugo, de 81 años y esta vez a teclado, acordeón y voz con su musicalidad en expansión; y Fernando con 67 años, en canto y guitarra eléctrica, tallando cada vez la palabra y el sonido para que nada sobre, para que nada falte- ratificaron el espíritu libre e indómito de la canción para ponerla a jugar en muchos planos: Desde la intimidad desgarradora a la paleta sonora; del coqueteo con rítmicas diversas al rigor de la búsqueda del pasaje perfecto, de la belleza por plasmar.
Los caminos estéticos de ambos son diferentes, conocidos y reconocidos, Cabrera es un personal y a la vez inspirador hacedor de repertorio donde los idiomas de la música y el vocablo hallan su punto de combustión; mientras que Fattoruso encarna un manantial sonoro que desparrama su impecable buen gusto en proyectos propios, emprendimientos grupales y también en participaciones que nunca pasan desapercibidas sin necesidad de subrayado.
La iniciativa de juntarse, que arrancó tímidamente en mayo pasado con tres recitales a sala repleta en Rosario, Buenos Aires y Córdoba, ya puso en evidencia que el encuentro no evitaba el riesgo y que no se trataba ni de que una estética primara sobre otra ni tampoco que del cruce surgiera una tercera especie.
Fattoruso-Cabrera dialogan, muestran credenciales, saludan sus legados y se entregan a exhibir puntos de contacto, amables divergencias y también la latente posibilidad de transformar aquello que existía, que funcionaba, que se afirmaba a piso firme.
Ante una Trastienda porteña colmada y entregada sin reparos al hechizo que estalló en una ovación a las 20.52 apenas la dupla salió tímidamente a escena, la inédita pareja que viene de llenar por dos noches el Teatro Solís de Montevideo (funciones que marcaron el estreno de la experiencia en Uruguay) y que el miércoles y el jueves último pasó por Mar del Plata y La Plata, está embarcada en una gira argentina a la que le quedan seis conciertos.
Entre el domingo y el jueves próximo protagonizará un tour patagónico con paradas en el Campus de Artes y Música de Bariloche (el 22), en el Espacio TRAMA de San Martín de Los Andes (el 23), en el Casino Magic de la ciudad de Neuquén (el 24) y en el Teatro Independencia de la capital mendocina (el 26); mientras que el corolario de la recorrida será en la región del Litoral con dos conciertos: el 27 en el teatro del Complejo Guido Miranda de Resistencia (Chaco) y el 29 en el Auditórium Montoya de Posadas.
La dinámica de las presentaciones va mechando piezas de uno y otro con estupendas intervenciones que interrogan a las versiones originales sin llegar nunca a ponerlas en entredicho sino, más bien, entreabriendo la magnífica posibilidad de otra apreciación, de una mirada diferente, del sugerente vértigo del cambio y la invención.
En ese tránsito que ayer que tuvo 21 estaciones entre el repertorio formal y los bises, la única obra ajena pero no extraña fue el tango “Araca la cana”, creación de 1933 de Enrique Delfino (música) y Mario Rada (letra) que se apreció hacia el final de un recital que arrancó con un sonido apagado pero fue encontrando el tono capaz de apreciar aportes y sutilezas de una trama bellamente intrincada.
Concentrados, sonrientes y en sintonía pese a estar cada uno envuelto en auriculares, la velada devino en placentero continuo para reafirmar la estatura de canciones como “Alas blancas”, “Días después”, “Letras doradas” (con luminosas músicas de Hugo), “El tiempo está después”, “El loco” o “Puerta de los dos” (creadas por la caligrafía sombría de Fernando).
Pero además de la cariñosa mención a Liliana Herrero (“que ha hecho mucho más que yo por hacer conocer mis canciones”, la citó Cabrera) presente en el lugar y bañada en aplausos, hubo espacio para atractivas intervenciones como en el pulso de bossa que las teclas de Fattoruso imprimieron como único acompañamiento a “La casa de al lado” o las travesuras que habilita el imponente “Candombe en tres”.
Para la despedida y después de que el fundador de los grupos Opa y Rey Tambor contara su experiencia en Francia como músico de Chico Buarque viajando de París a Amiens para un festival y su deseo de escuchar allí a la banda del saxofonista nigeriano Fela Kuti (“cuando llegué había terminado y no lo podía creer, pero anunciaron que iban a hacer tres bises y tocaron una hora cuarenta más”, reveló entre risas), no hubo 100 minutos más de música pero el estreno de “Un pueblo”, de Cabrera, significó un regalo realmente excepcional.
Ese tema con destino de himno, junto a los tres lanzamientos que viene develando desde hace cuatro meses (“Manta y rocío”, “Felipe Pleff” y “Primera fonda”) formarán parte de un próximo álbum, sucesor de “Simple” (2020) sin por ello dejar de viajar y tocar por estas tierras.
El Hugo, por su parte, arma otras valijas para reencontrarse en Japón con Tomohiro Yahiro para la vigésima gira por allí de Dos Orientales mientras sigue con el quinteto Barrio Sur y creando y proponiendo músicas desde una energía de otro mundo.
Al margen de la suerte que corra el binomio, su aporte conjunto a la canción rioplatense reafirma el andar que cada quien viene trajinando con talentosa conciencia para hacerle honor a ese “fruto maduro del árbol del pueblo” al que hizo referencia Alfredo Zitarrosa, otro imprescindible artista de los nuestros.
Excelente reseña de un concierto que también tuve la suerte de ver y escuchar esa misma noche. Sensibilidad y buen gusto creo que serían las definiciones más certeras para aproximarnos a lo que vivimos en el local musical de San Telmo, que dicho sea de paso me sorprendió por la pobre oferta gastronómica que tiene. Saludos y muy buen proyecto editorial!