Foto: Vanessa Rábade
La Ilíada en clave queer, las disidencias, un manifiesto antibélico, una historia de amor con desviaciones melodramáticas, el sueño de la vida hogareña lejos del bronce y las promesas de la epopeya, la posibilidad de un diálogo que atraviese el tiempo, escribir una historia sobre una historia escrita, son algunas de las cosas que pone en juego «En mitad de tanto fuego», obra del español Alberto Conejero que en versión argentina Alejandro Tantanian sube a escena con protagónico de Victorio D´Alessandro en Dumont 4040 los viernes a las 21.30.
Desde una suerte de limbo donde se encuentra luego de haber sido muerto a manos de Héctor en su asedio a Troya, Patroclo se piensa y piensa su amor con Aquiles, lo invoca, se lamenta de las condiciones que impone la guerra, evoca y extraña la pasión juvenil y la promesa de una vida juntos. El amor, la amistad, los sueños románticos.
La escena es una atmósfera, un espacio alargado, Patrocolo tiene jeans y camiseta de frisa, las luces diseñadas por Oria Puppo juegan con la idea de atravesar ese cuerpo que es un espíritu, la música de Axel Krigier agrega capas y climas, hay también una inmensa tela donde se proyectan imágenes, algunas abstractas, otras de Aquiles, su cuerpo granulado por el filtro de la película fotográfica, el torso, las rodillas, la cabeza y el rostro.

Victorio D´Alessandro
«Es un texto que nace del impulso antibélico a partir del cimbronazo y el peligro que vivió Europa con la declaración de la guerra de Ucrania, donde Conejero trabaja también poéticas torcidas y vidas de maricas, en una suerte de lado B de la Ilíada que supone una relectura de este texto fundante de la literatura de Occidente», destaca Tantanian en charla con Negras&Blancas.
«Alberto (Conejero) -agrega- es un escritor del siglo 21 pero parece del siglo 19 o 20 por la manera como trabaja el lenguaje, las decisiones que toma, es una voz muy singular del teatro español. La lectura que hace de la Ilíada encaja perfectamente, no hay forzamiento, es una manera de reinterpretar los hechos donde queda claro que no hay nada más horrible que el monstruo de la guerra. Patroclo, casi condenado en el reino de los muertos, le pide a Aquiles que deje de ser ese monstruo y que sea un hombre normal; la idea de que el amor gobierne sobre la guerra”.
-En ese punto la obra es fuertemente humanista.
-Sí, ideas hoy declaradas como mamarrachescas y antiguas que es preciso volver a pensar y trabajar. Desde hace tiempo estoy interesado en eso que porta un texto, no como mensaje pero sí como energía, que aporte una mirada sobre lo que está pasando en un momento tan oscuro como el que nos toca vivir.
-El texto tiene esa particularidad, por un lado la resonancia de la Ilíada es muy fuerte en muchos sentidos pero al mismo tiempo es muy actual.
-Subrayamos algunas cosas en el montaje, es un texto que le puede hablar de buena manera a la agenda, por decirlo de algún modo. Todo lo que ha pasado con esta homofobia desatada en el país, las declaraciones de MIlei en Davos, esta idea filonazi casi de exterminio de pensar las minorías como etnias a ser destruidas. Entonces un poco la búsqueda es volver desde la palabra y contestar estos discursos de odio.
-Y se crea también cierta intimidad en la puesta.
-Es muy uno a uno, a público, tiene algo muy increíble y es que al mismo tiempo que propone una coloquialidad muy fluida también alcanza líricas muy potentes. De a momentos, Alberto utiliza también referencias maricas y de autores de la homosexualidad y arma a través de citas, que son como pequeñas pastillas, una suerte de mapa que empieza en Safo y llega a Paul Preciado. Todo con un lenguaje que no espanta sino que bebe de una literatura popular.
-Hay un despliegue también de lo romántico.
-El romanticismo fue el último gran movimiento humanista, después, desde el realismo y la fuerza de la industria, todo empieza a transformarse y llegamos a este capitalismo salvaje donde las palabras son dagas para generar violencia. La obra rescata algo de ese espíritu romántico casi premoderno; es una historia de amor, la manera como muere Patroclo es una tragedia amorosa donde hay una suerte de entrega por el amado y la pasión.
-Hablabas de agenda, del momento actual y de la posibilidad de decir algo en esta discusión.
-Este momento no se parece a ninguno que yo haya vivido, no sólo porque es un momento crítico en lo económico sino también en la idea de la ética de aquellas cosas en que uno cree y sigue creyendo. En este marco la única posibilidad es seguir haciendo. Lo mismo sucedió con Eduardo II (se refiere a la versión que él hizo de la obra de Christopher Marlowe en el Teatro San Martín el año pasado), ahí le hablaba a Guillermo Francos que planteó que lo que hicieran dos homosexuales no importaba mientras lo hicieran puertas adentro y no lo exhibieran en la calle, una suerte de privatización del culo en un gobierno sumamente anal, donde todas sus metáforas tienen que ver con la analidad y la violencia anal, no con el goce anal. Estamos ante un gobierno tan horroroso que aparece este texto de Marlowe contra la homofobia escrito hace 432 años que tiene una actualidad pasmante.
-Es este diálogo permanente con la actualidad que establece el teatro.
-Uno hace algo desde el querer contar, de hacer una ofrenda y que tenga que ver con lo que pasa, esa es una de las grandes posibilidades que abre el teatro. Y también la situación que propone, que todavía siga pasando que la gente salga de su casa para llegar a un lugar a una hora determinada donde nos juntamos sin mediaciones a poner esto en juego, es increíble y es algo que en esta ciudad sigue muy vivo de manera muy poderosa. No van a poder con nosotros. Estas posibilidades generan una fuerza que tiene que ver con un reservorio de ética de lo humano, de pensarnos como personas y no como caníbales que le clavan el último clavo al cajón.
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