Luciana Jury en Cosquín: besar como un cuchillo

La voz de Luciana Jury desborda las fronteras del folklore y su expresión, en el terreno de la desmesura, se emparenta a figuras como Chavela Vargas, Amparo Ochoa o Lhasa de Sela. Tres presentaciones discontinuadas en Cosquín (2017, 2018 y 2025) mostraron el tránsito de una cantora mal nombrada en el escenario a una actuación consagratoria (con o sin premio oficial). Ocupa un lugar incómodo para la tradición más hermética: a la que sigue inventando, reinventando, horadando, para que no se asfixie.
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Tres veces, no consecutivas, Luciana Jury se presentó en el escenario principal del festival de Cosquín: en 2017, en 2018 y en la edición 2025 que esta noche, precisamente, ha de culminar. En las tres ocasiones, desde su voz que habita la desmesura sin desembocar en el histrionismo, la cantora supo hacer de las suyas. El repertorio de Jury en tierra coscoína fue desde los Hermanos Ábalos y Horacio Banegas, hasta Raúl Carnota y Leonardo Favio. Se movió entre cancioneros frecuentados en la plaza Próspero Molina, y otros más bien inusuales dentro de ese ámbito.

En 2017 la cantante de Tortuguitas y su grupo impactaron, por ejemplo, con versiones de “Gatito e´ las penas”, de Raúl Carnota, y de la anónima “Quisiera que salga un tigre”. Difícil escuchar a Jury cantar los primeros versos de esta canción: “Quisiera que salga un tigre / del monte y me haga pedazos”, y no sentir en su voz “la memoria del puro animal” invocada por Jaime Dávalos, o “los tigres en la lluvia” avizorados por Spinetta: la luz de Jury es menos luna (cautiva) que relámpago inquietante; su estremecimiento, más ternura que desesperación.

Durante el mismo concierto de 2017, la intérprete entonó “Zambita del caminante”, de Yupanqui y Fernando Portal, pieza nunca grabada por el trovador y sí, por ejemplo, por Jorge Cafrune. En esa canción, don Ata no se inscribe, como a lo largo de los años treinta y cuarenta del siglo pasado, en una presunta genealogía inca; ni tampoco, como en diversos momentos de las décadas del sesenta, setenta y ochenta, traza una filiación con su pampa natal: “Yo soy de cualesquier parte, / soy de ande diga el destino, / mesmo del norte o del sur, / por algo soy argentino”, dice el estribillo de la zamba.

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Que Jury haya cantado una obra que no propone la división tripartita en llanuras, selvas y montañas (segmentación que Yupanqui había retomado de Ricardo Rojas, el intelectual que, en buena medida, fundó lo que se dio en llamar el folklore argentino), da cuenta de la hibridez cultural inherente a las identidades, así como deja percibir la heterodoxia estética de la guitarrista y compositora del conurbano bonaerense. 

Vaya como dato curioso que, en el marco de su breve recital, el locutor de Cosquín calificó de “polifacética” la propuesta de esta artista, a quien llamó “Lucía” (y no Luciana) Jury. Lejos estuvo el equívoco del animador, por supuesto, del famoso desdén de Julio Márbiz por Mercedes Sosa, cuando en 1965 la intérprete tucumana, todavía desconocida en varios círculos, fue menospreciada por su “pinta de sirvienta”. Más allá de la patente diferencia con esa historia, puede aventurarse que el error del presentador de Cosquín 2017, de alguna manera confirmaba que, pese al aplauso de una parte considerable del público y al hecho de terminar siendo reconocida como Mención del festival, Luciana Jury aún no había conquistado un nombre dentro del imaginario coscoíno.

“Luciana es mi nombre, no Lucía, por las dudas, pa´que lo vayan recordando. Gracias”, corrigió amablemente la artista, antes de ingresar a la próxima canción.


“La voz femenina, nuevamente, en este Atahualpa Yupanqui. Incansable buscadora de nuevas formas del canto popular; heredera de una estirpe familiar que la guio en su propia identidad. Compositora e intérprete que transforma toda experiencia de vida en arte. Señoras, señores, con nosotros, la Mención Cosquín 2017, ella es Luciana Jury”, anunciaban los presentadores de Cosquín 2018.

Ese año, en efecto, Jury volvió a pisar fuerte en el célebre escenario del festival iniciado en los sesenta. Como bien vociferaban los presentadores, la Jury es una tenaz experimentadora, así como también una continuadora de inquietudes estéticas y políticas presentes en su círculo familiar. Por lo demás, esta segunda vez, sí, enunciaron con precisión su nombre. Evidentemente, la Mención en el pasado festival daba sus frutos.

En rigor de verdad, Luciana Jury, desde hacía mucho tiempo, no era ninguna novata ni andaba escasa de credenciales: para el verano de 2017, sumaba 42 años de vida, había grabado con un as de la guitarra como Carlos Moscardini y con un compositor del calibre de Gabo Ferro, recibido más de una nominación a los premios Carlos Gardel, y obtenido la distinción de la Fundación Konex (2015) a una de las cinco mejores cantantes de la década. La industria cultural apenas la conocía; pero capital simbólico al interior de una parte exquisita de la música argentina, no le faltaba.

A la par de la guitarra de Juan Saraco, el bajo de Lucas Bianco y la batería de Leandro Savelón, en su segunda actuación en Cosquín Jury desenvainó pasajes de “La amorosa” y de “Nostalgias santiagueñas” (una, de los hermanos Díaz y Oscar Valles; la otra, de los Hermanos Ábalos), siempre con un canto arrollador, a la vez que minucioso y refinado.

Casi en diálogo con los presentadores, después de compartir unas versiones libres (muy libres) de ciertas cuecas anónimas, y antes de interpretar tan particularmente (rockeramente) la cumbia “En tu pelo” de Lía Crucet, expresó la alegría por participar del evento y subrayó que, si bien se la incluye en el folklore nuevo, “venimos hace muchos años en este camino, sin sacrificio, con alegría”. Mientras cantaba el tema de Crucet, una pareja de varones bailaba pegota, amorosa y bellamente sobre las tablas, hasta entonces destinadas a figuras modélicas de la heteronormatividad: gauchos fuertes y chinas sumisas.

En febrero de ese 2018, el periodista Mariano del Mazo, conmovido por aquella presentación de la cantora, apuntó que Jury es la artista más fulgurante, incorrecta y libre surgida en los últimos diez años, rea y al mismo tiempo aristocrática, una suerte de Janis Joplin del conurbano, que interviene los paradigmas políticos y los de género.

El punto más alto de la noche lo alcanzó la cantautora cuando entregó “Ella ya me olvidó”, de Leonardo Favio.

Haciendo una pausa en el canto, y con la base musical acompañando sus palabras, empezó a recitar fragmentos correspondientes a distintos filmes de su tío, demostrando que lo suyo no era solo llegar a una u otra nota musical, sino también advertir todo un estado de cultura. Casi como si esas palabras que estaba compartiendo fueran sangre de su voz, o sintetizaran, en una especie de manifiesto personal, la poética de todas las canciones que cantó y cantará:

“¡Acá está Juan Moreira, mierda! Nazareno, no, no, no, Nazareno. Desecha el material: la plata, el oro, por amor, Jesucristo. ¿Monito? ¡Monito las pelotas! ¡Señor Gatica! ¿Me escuchaste, papito? ¡Oligarcón! Soy Gardel.  Volá. Ofrenda a la tierra. Un pedazo de tierra para vos, el mismo pedazo de tierra para todos. Por el derecho de haber nacido. Ofrenda a la tierra. Un futuro distinto para nuestros hijos. Ofrenda a la tierra. Cambiar el mundo y unirlo, esta vez por amor. No al desmonte, no al monocultivo. Ofrenda a la tierra. No a la explotación laboral de niños, niñas, mujeres, hombres, bisexuales. No a la resignación, recuperar la alegría de estar vivo”.

El pronunciamiento a favor de los trabajadores, seguramente importunó al aristócrata sentado en las filas de la plaza, pero no era cosa nueva en el folklore: en los años cuarenta, Yupanqui había compuesto “El arriero” y cantado contra las vaquitas ajenas. Eso sí, la defensa, ya no del amansado Martín Fierro (en la segunda parte del libro hernandiano) sino del transgresor y perseguido Moreira, la apelación al peronista Gatica (acaso nada enardece a un oligarca como un peroncho) y, sobre todo, la atención puesta en los derechos de “mujeres” y “bisexuales”, escandalizaron a los sectores reaccionarios (patrones, clase media y peonada) presentes en el festival.

Si, en su primera presentación en Cosquín, Luciana tenía que aclarar que no se llamaba Lucía, ahora, que había alcanzado cierto prestigio y nadie diría que se colgaba del nombre del familiar célebre, exponía su ancestralia artística: “Jorge Fuad Jury: Leonardo Favio (…) Ah… tío”, clamaba en referencia al hermano de Jorge Zuhair Jury (padre de la cantante, también hombre de cine, pintor, músico y escritor).

Luciana, entonces, ya era Luciana, y se decía sobrina del gran Favio. Lo cierto es que el nombre de su tío, ilustre en ciertos lugares, deviene sumamente incómodo en otros. 


“(…) Su voz es una de las elegidas, de las acariciadas por la prensa más selecta. Su voz es una de las elegidas por el público (…)”, afirmó la presentadora del festival en la edición 2025, percatada de la distinguida calidad de Luciana Jury.

Después de larga ausencia, efectivamente, siete años más tarde, la artista estuvo de vuelta en Cosquín. Fue el jueves pasado y, en veinte minutos, se las arregló para ofrecer una presentación muy bien lograda. A diferencia de las anteriores, subió sola con su guitarra, formato que la muestra sólida con el instrumento, y en el que su canto arremete con la fuerza de siempre. 

Bajo una puesta en escena que no supone énfasis superfluos, Luciana, toda de naranja  – desde el vestido hasta la corona de flores en su cabeza–  y escoltada en la pantalla del fondo por imágenes de pinturas hechas por su progenitor, regaló cinco canciones: “Soy de la tierra” de Horacio Banegas, la anónima “El paisanito” (recopilada por Leda Valladares), “La mandinga” del Chango Rodríguez, “Negra chacarera” de Kike Oyola y “La rama”, de la propia Jury.

En tanto cantaba la última de las piezas, dos bailarinas – esta vez mujeres: “las hermosas Caro y Tamara”, así las anunció–  danzaron en el escenario al calor de la música y de los versos “ramas y vientos claman / que vuele hasta tu nido, / acariciame el alma, / devuélveme a mi sitio”. La vindicación atinente a la pluralidad de identidades genéricas apareció también cuando, por un lado, esa misma noche Fernando Vera y Manuel Visetti, ganadores del Pre Cosquín en pareja de baile estilizado, bailaron en ritmo de chamamé el cuadro “Era un abrazo”; por el otro, el viernes, al momento de que Yamila Cafrune y La Ferni, en apoyo a las diversidades y en oposición al fascismo circundante, compartieron el Atahualpa Yupanqui.

En 2018 Jury había citado, al final de una canción, las palabras “Buena vida y poca vergüenza”, de la escritora y música trans Susy Shock. Y el jueves volvió a hacerlo, mientras desde el público le pedían que entonara otra canción que, debido al cronograma del evento, no pudo cantar.

Si “Camino del indio”, de Yupanqui, había asestado un golpe al folclore gauchista de los años treinta; si en la milonga “Los yuyitos de mi tierra” (1963), con letra de Romildo Risso, Atahualpa instaba a no voltear indiscriminadamente un árbol; si Mercedes Sosa, en 1967, cantaba sobre la marginalidad urbana y no meramente sobre la rural (“Canción para un niño en la calle”, de Ángel Ritro y Armando Tejada Gómez); si “Cuchi” Leguizamón, desde los años cuarenta, pero sobre todo desde los sesenta y en conexión con el Dúo Salteño, articulaba melodías rupturistas con respecto a la típica música campesina, Luciana Jury consiguió también ocupar un sitio contracultural en el campo folclórico, toda vez que su repertorio y su posicionamiento artístico son afines, entre otras cosas, a las luchas del colectivo LGBTIQ.

Por si esto fuera poco, hay un detalle que no resulta menor en relación al concierto de la cantante en Cosquín 2025. “Al pueblo de Tortuguitas que me está mirando. Vamos Tortuguitas, carajo, conurbano bonaerense”, soltó vigorosamente Jury, antes de adentrarse en su última pieza. En un campo folklórico donde prima el esencialismo, y por lo tanto nacer en Santiago del Estero legitima la práctica de la chacarera, ser oriundo de Corrientes valida a quien se dispone a componer un chamamé, o proceder de la provincia de Buenos Aires es indispensable para tocar una milonga, Luciana Jury no duda en empuñar el nombre de un lugar incómodo para la tradición más hermética: la sigue, en palabras del historiador Eric Hobsbawm, inventando: reinventando, horadando para que no se asfixie.

Consciente de múltiples dimensiones –la defensa del quebracho colorado o del ñandubay es incompleta sin la justicia para con los jubilados; la lucha feminista, insuficiente sin los derechos de la niñez; existen la zamba y el rock, pero además el estilo surero y la balada– Luciana Jury despliega su abanico de hechuras. Todo eso, claro, mediante lo que no puede faltar en una artista: potencia estética. Todo eso, por cierto, a bordo de una voz que besa como un cuchillo.


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About Post Author

Alejandro Gómez Monzón

Alejandro Gómez Monzón es poeta y ensayista. Su libro La flecha ya está en el aire. El cancionero y la literatura de Yupanqui, publicado en 2023 por Mil campanas, resultó finalista en 2021 del premio “Todos los tiempos el tiempo”, organizado por Fundación Proa, La Nación y Fundación Bunge y Born. En 2017, su libro de poemas Los silbidos que afilaron las piedras obtuvo el primer premio del “Concurso Nacional de Cuento y Poesía Adolfo Bioy Casares”, convocado por la Dirección de Educación del municipio de Las Flores. En 2023, mediante la crónica “Diario de un horizonte apócrifo”, participó del libro Ruta Salamone, publicado por Ediciones Bonaerenses. Es profesor en letras y magíster en literatura argentina. Colaboró en las revistas «Anfibia», «Latinamerican Literature Today», «Sudestada» y «Lo imborrable», entre otros medios escritos.
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0 thoughts on “Luciana Jury en Cosquín: besar como un cuchillo

  1. Muy buena nota, importante que se hable de una artista como Luciana y que se registren ciertos hechos de importancia social como que bailen dos muchachas o dos muchachos en el escenario de Cosquín…

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