Sitges, Cataluña, España (enviado especial).- Si Paco de Lucia cambio el mundo de la guitarra (más de una vez) y la Argentina tiene una profunda tradición con el instrumento de las seis cuerdas, provoca perplejidad que la conmemoración de los diez años de la muerte del músico de Algeciras pasen inadvertidos en la agenda local. Esa ausencia no es la expresión de la época, ni consecuencia de las nuevas formas de consumo y circulación de la música, ni un hecho homogéneo o replicable en todas las latitudes. Estados Unidos, por ejemplo, fue el centro de una serie de conciertos con todas las presencias de renombre que se podían imaginar. Menos oficial -mucho menos fastuoso- y tal vez más fiel a la obra de De Lucía (ya explicaremos por qué) fue la evocación realizada en el Festival de Guitarras del Mediterráneo, en Sitges, en Cataluña. Allí estuvo entonces NegrasyBlancas para confrontar el pasado a partir de la presentación del Dúo Zyryab que conforman los guitarristas Javier Moreno y Pedro Rincón. Porque hacen falta al menos dos dotados instrumentistas para recrear el mundo de Paco.
Hubo un tiempo (que fue hermoso), en el que bastaba caminar hasta la avenida Corrientes para escuchar las músicas que se interpretaron en Sitges. Hubo un tiempo en que la música de De Lucía estaba a tiro de cualquier joven de San Miguel, Moreno o San Justo. Hoy está a un océano de distancia.
Las coordenadas del homenaje lo ubicaron en la costa mediterránea, en el Teatro Prado, a 38 kilómetros de Barcelona. Pero las coordenadas musicales tienen una prosapia mayor.

Historia de una transformación
Los estudios y ensayos biográficos sobre Paco de Lucía son todavía pocos en relación con la fuerza de obra (se acaban de publicar dos libros en España, ninguno disponible en Argentina) y ha sido un hombre austero en declaraciones y apuntes de vida; por lo que, en principio, luce sencillo reducir su vida, bajo la modalidad periodística, a una secuencia de episodios más o menos representativos. Pero su música es más inasible.
“El flamenco antes de Paco era un señor gordo con sombrerito en una silla de madera y con una copa de vino”, afirma Manuel Escacena, uno de sus recientes biógrafos.
La sentencia y la imagen, tentadoras, simpáticas, son por lo menos incompletas. Cuando no falsas.
El guitarrista que murió en Playa del Carmen, México, el 25 de febrero de 2014, expandió el flamenco, lo universalizó, desarrolló una conexión con el jazz, enseñó al mundo una manera de tocar la guitarra que nadie había descripto en ningún manual, pero a la vez aprendió de la legendaria oralidad de la música flamenca, que atrapó desde niño.
Si bien en la década del ’70 y ’80 su irrupción lo ubicaba -¿acaso podía ser visto de otra manera?- como un desplazamiento de las raíces puras de esa tradición-; su guitarra fue durante un tiempo hija de esa escuela con diferentes maestros, algunos bastante evidentes (Niño Ricardo, Sabicas).
Paco de Lucía es la expresión de la mirada cartesiana, la concepción científica de la música. La intuición la llevaba sola desde niño.
Otra narrativa errónea lo ubica como un guitarrista liberado a la improvisación que, es cierto, cuando comenzó era una extrañeza en el flamenco. Al contrario: Paco de Lucía es la expresión de la mirada cartesiana, la concepción científica de la música. La intuición la llevaba sola desde niño.
Aprendió a tocar en su casa de Algeciras, en Cádiz, gracias a su padre. La guitarra no era un entretenimiento. Su padre Antonio, también guitarrista aficionado, descubrió temprano el talento de su hijo y desde el primer día tuvo un plan para hacer él el mejor guitarrista que haya pisado la tierra. Como Leopold Mozart, con sus hijos Wolfgang y María Anna.
Paco nació el 21 de diciembre de 1947 en el popular barrio de La Fuensanta. Fue el menor de los cinco hijos de Lucía Gomes Gonçalves, “La Portuguesa“, y de Antonio Sánchez Pecino.
La universalización de su música responde a un hecho claro. El suceso de la rumba “Entre dos aguas”, incluida en el álbum “Fuente y Caudal”, su cuarto disco solista, en 1973.
Su interpretación, con un compás acentuado, era poco convencional. Es resultado de una improvisación sobre el tema “Rumba improvisada”, un tema de un disco que había publicado dos años antes. “Me siento libre con las rumbas, no tienen tradición y puedes hacer lo que quieras con ellas”, dijo.
Su éxito como guitarrista alteró la forma de interacción en el cante flamenco: los “inmovilistas” consideraban al instrumentista un mero acompañante del cantaor (la expresión usual para acotar su función era la de “banderillero”. No aparecían en los créditos y muchas veces tampoco cobraban. Aquello cambió para siempre.
Si el flamenco es el canto a la desesperación, al desconsuelo al dolor irredento, nadie lo expresó como José Monge Cruz, conocido como “Camarón“.
Grabaron juntos nueve discos entre 1967 y 1977 (antes cantaba en sus discos el hermano de Paco, Ramón de Algeciras) y tres más en los que también se incorporó el guitarrista Tomatito. Hubo una discusión sobre una disputa de derechos de autor, pero que no alcanzó a alterar aquella hermandad.

En 1975, Paco actuó en el Teatro Real de Madrid e inició una tanda de conciertos junto a Carlos Santana y a Al Di Meola, en 1977. En 1980 participó también en los conciertos ofrecidos por John McLaughlin y Chick Corea (con quien grabó el disco Ziryab). La riqueza del flamenco era un manantial para aquellos que exploraban sobre las raíces negras de la música estadounidense.
“Siroco” (1987) fue, tal vez su último hito. El aquel tiempo coleccionaba elogios indiscriminados: fue considerado un álbum perfecto.
Tuvo un matrimonio de 20 años con Casilda Varela. En México, su refugio en el mundo de los últimos años, y conoció a Gabriela Canseco, una restauradora mexicana, con quien se casó. Con Casilda tuvo tres hijos y con Gabriela dos.
Falleció de un infarto de miocardio en Playa de Carmen. Se público un disco póstumo, “Canción andaluza”.
Los hijos de la revolución.
“Cada disco de Paco era una revolución. Todos los guitarristas salimos corriendo a aprender lo nuevo del maestro. Porque no es que hizo una revolución. Había una en cada disco” dice Javier Moreno, guitarrista del Dúo Zyryab en Sitges, ante NegrasyBlancas.
Una taranta clave en el recorrido de De Lucía, “Fuente y caudal” inaugura la noche. Si el nombre del dúo (que remite a aquel disco con Chick Corea), podría ser interpretado como la señal de un acento en la dimensión modernista del flamenco -que Paco también cultivó-, pero el concierto rápidamente lo desmiente.
El mapa de la noche está trazado con mayor sagacidad. No faltan los éxitos mundiales del guitarrista, pero la noche encuentra hondura cuando el repertorio toma distancia de las composiciones de Paco. Se lo homenajea -también- a través de la cita indirecta. Así, el dúo interpreta “Recuerdos de Alhambra” para dar testimonio de la influencia de la guitarra clásica sobre la formación de un transformador como De Lucia. Mientras parece alejarse, más se acerca.
Siguió con “Desplante”, farruca que invoca la influencia de Agustín Castellón Campos, “Sabicas”. Pero hubo más.
El dúo avanzó con una granaína (La Cartuja). Si se buscan evidencias de que Paco cambio el mundo de la guitarra, aquella obra de Gerardo Nuñez está para acreditarlo con fundamentos. Esa música sólo pudo ser concebida después de que De Lucía haya irrumpido en la escena musical.
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Una vez el poeta Félix Grande dijo que de la música de Paco de Lucía que tenía una soledad tumultuosa, una bravura radical, una impetuosa pena y una serenidad dramática.
Aquella acumulación de adjetivos no acaba por definirlo.
Paco de Lucía cambió al mundo, pero todavía no sabemos contarlo bien.