Gabriela Borrelli Azara: la escritura como forma de imaginación política

“Cuando más viene la afrenta neoliberal, la cultura se tiene que poner más problemática; mostrar las contradicciones, no esconderlas”, afirmó la escritora y poeta.
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Entre la radio, la poesía, la literatura y la lectura, Gabriela Borrelli Azara habita la Argentina gobernada por la extrema derecha con la inquietud de quien advierte el impacto de la ferocidad del presente pero busca profundizar discusiones y asumir contradicciones. “Cuando más viene la afrenta neoliberal, la cultura se tiene que poner más problemática, no tiene que esconder contradicciones sino mostrarlas más”, asevera en una mesa pegada a la ventana del bar La Orquídea del barrio de Almagro.

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Cerca de Futurok, la radio donde trabaja, la escritora, poeta, gestora cultural y crítica literaria conversa con NegrasyBlancas sobre la reedición de “Vidrio”, su primera novela sobre una mujer que llega a la cárcel de Ezeiza después de una escena que no logra ordenar ni procesar. En ese día a día lleno de vértigo debe enfrentar también la abstinencia a la cocaína y la violencia de una violación.

La reedición de la novela, a cargo de Club Hem, llega unos meses antes de la salida, prevista para agosto, de su nuevo libro de poemas. Además en noviembre tiene como proyecto acompañar la publicación en formato de libro de los encuentros que llevó adelante con Pedro Rosemblat llamados “Aquí, Argentina”, un ciclo del canal de streaming Gelatina en el que participa asiduamente.

Autora de libros de poesía como “Océano” y “Hamaca Paraguaya”, ex directora del Festival Poesía Ya!, impulsado por el Centro Cultural Kirchner, e integrante del programa radial Segurola y Habana en Futurock, Borrelli, no imagina sus días sin levantarse y encender la radio, como tampoco sin la lectura.

Para la autora la lectura no es una actividad para escaparse, lejos de eso, la piensa como una forma de proyectarse en una realidad agobiante. “No se sale de la realidad sino que crea otra realidad”, afirma. Es justamente a través de la lectura que su protagonista encuentra quietud y respiro estando presa.

-¿Cómo fue el tiempo de escritura? ¿Cómo te acercaste al universo carcelario?

– Di talleres en cárceles de Gualeguaychú y fui bastante de invitada a “Yo no fui” que era un espacio de talleres de poesía en Ezeiza, impulsado por Claudia Prado y María Medrano. Trabajando en Radio Nacional, descubrí la poesía de Liliana Cabrera que es una poeta de ese espacio. Hay una película de 2014 o 2015, “Lunas cautivas”, de Marcia Paradiso, en la que está filmado ese taller en la cárcel y mi hermano hizo la cámara de ese documental entonces estuve muy cerca de ese proceso. Ese mundo quedó adentro mío. Después haciendo el taller de escritura de Alejandra Zina empecé a llevar un capítulo de la novela a cada encuentro y así se fue armando.

-Es una novela sobre la identidad, pero también sobre un universo femenino nada idealizado.

– A veces con la emoción militante, parte del movimiento y la ola feminista homogeneizan las propias contradicciones que tiene todo movimiento. Es muy difícil encontrarse con todas las contradicciones que tiene todo ser humano y esto sí lo quería expresar en la novela, que el feminismo es una reivindicación social, civil pero de ninguna manera exculpa los actos de las mujeres por ser mujeres. Además creo que la violencia no se erradica, se gestiona y el feminismo es una manera de gestionar esa violencia que es mucho más profunda cuando hay cuestiones de clase o de género. Sabía que muchas mujeres habían sufrido abuso de parte de otras mujeres, incluso violación. La novela está muy influenciada por un libro testimonial “Raza de víboras”, de Sandra Migliore, sobre el que se hizo una película que se estrenó el año pasado. Ella fue monja en Lomas y desde los 16 años fue abusada por la madre superiora. Su esposa también había sido monja y también había sido abusada por la misma madre superiora. Las dos juntas llevaron adelante un proceso judicial y otro dentro de la iglesia para que esta mujer fuera juzgada. Fue la primera vez que leí en un testimonio cómo la madre superiora las violaba. Quise que la escena de la violación visibilizara que siempre se trata de poder. La violación sexual tiene al poder en el centro de la violación sexual. También esta idea de que la mayor población carcelaria son mujeres pobres porque la protagonista es una clase media, con algunos recursos que sus compañeras no tenían.

-¿Qué repercusiones tuviste?

-Muchas. La leyó Liliana Cabrera que le gustó. Hay algo que pasa con la literatura últimamente que es que me preguntaron mucho si había estado presa. Hay algo de la primera persona que elijo para contarlo que es una exploración total. Ahora estoy escribiendo una novela en segunda persona y me cuesta muchísimo porque la imaginación es un terreno de conocimiento. Yo no entrevisté a ninguna presa, no soy amiga de ninguna presa, no fui un año a la cárcel. Para mí la imaginación fue la investigación. La cárcel de Ezeiza siempre fue una presencia en mi vida porque soy de Monte Grande y la cárcel está al lado. También había un imaginario con la cárcel y el lesbianismo. Fue una exploración de lo más radical que le puede pasar a un ser humano que es estar preso.

-Hay una angustia y un encierro que se respiran en la novela.

-Ella cae por segunda vez pero ésta sabe que se va a quedar bastante. Y está con abstinencia. Tiene dos cárceles. Tiene que gestionar la adicción entonces empieza a contar pasos. Va buscando un lugar de pertenencia ahí adentro en esos pabellones: con las evangelistas, las lesbianas. El lugar de pertenencia implica que vos podés decir quiero estar acá o allá y al final la vida te va a empujar a tu identidad.

-¿En el caso de ella ese lugar termina siendo la biblioteca y los talleres, no?

-Sí, comparto. Finalmente la presentación fue en la Feria del Libro y con Pitu Salvatierra. Hablamos mucho de la cárcel y de lo que significó el espacio de la universidad y de taller literario en la cárcel. No sólo de catarsis sino de creación. Hay un discurso de época donde la literatura parece ser el salir del mundo, el fingir demencia, cuando hay una demencia institucional que está dominando entonces digo mejor fingí lo que no es hegemónico. Esta idea del salir del mundo con la literatura corta un montón de lecturas que une la ficción con la política y hace a la literatura mucho más llana y aburrida, cuando la literatura trabaja con una materia super política que es la lengua. Laura, la protagonista, encuentra, en un autor rarísimo como Paul Verlaine, una identificación primera. Pitu me contaba todo lo que reconstruía como persona en los lugares de encierro. No se sale de la realidad sino que crea otra realidad. Eso me parecía muy potente. Pitu cuenta que un día estaba leyendo una novela y su compañero le dijo “ey donde te fuiste”. Ahí entendió que estando ahí podía irse. También para ella la cocina es un lugar de pertenencia, es un espacio de creación, de complicidad. Encuentra en esos lugares la posibilidad de ser la Pol y es como si dijera este es mi lugar. Creo que todos llegamos a ese lugar de quietud en un momento. Yo después de esta novela me calmé también. En mi vida personal también cristalicé un montón de cosas con las que dije hasta acá.

-Bueno ese “Vidrio” del título puede ser ese cristal que astilla o un espejo donde verte.

– Si, la novela se iba a llamar “Resaca” porque ella se levanta con resaca sin saber bien qué hacer. Ella se ve, se encuentra. Nunca sabe qué fue lo que pasó esa noche y tampoco la obsesiona, le preocupa más cómo va a sobrevivir ese extrañar a Lorena.

-Ella asume esa responsabilidad en esa escena de violencia que la llevó a la cárcel, a pesar de no recordar con exactitud esa noche. ¿Hubo una decisión de no victimizarla?

-Me gusta mucho cómo ella nunca toma el lugar de la víctima buena, ni siquiera con La Cata. Se va a vengar, pero no anda denunciándola. Ante cierto sector punitivita del feminismo, era la mala víctima porque decide otra cosa. Ella va encontrando y armando red y lo hace sin ningún marco teórico sino que es algo más epidérmico, contaminante, más de supervivencia humana que de grandes ideas. Me interesaba pensar esas contradicciones, conflictos o polémicas. En este momento está en evidencia cómo nos estamos moviendo en una sociedad en la que todo parece estar en jaque y los anticuerpos que parece que teníamos para ciertas cosas no aparecen. Pensamos que había un anticuerpo para el fascismo y vivimos en una etapa muy fascista que a algunos se les aparece, de repente, como un monstruo en el medio de un lago pero ahí hay una disputa que no se resolvió.

-¿Cómo ves la disputa cultural en esta coyuntura?

-Fue un trabajo de muchos años sin descanso de estos discursos que horadaron y horadaron a la sociedad hasta que encontraron esta explosión en este momento. Por eso me parece importante visibilizar obras que, no en un sentido propagandístico ni sentimentaloide, pero pueden marcar otras problemáticas. Cuando más viene la afrenta neoliberal, la cultura se tiene que poner más problemática, no tiene que esconder contradicciones sino mostrarlas más. Si como feminista me van a marcar que fue mi culpa, quiero mostrar todas las contradicciones, no ocultarlas. La cultura tiene que responder en toda su complejidad.

-Entre lo que parece que hay que responder está la relación cultura/Estado, ¿en qué clave te interesa pensarla?

-Las relaciones entre cultura y Estado me parecen super creativas. El conservadurismo dice que no se pueden decir cosas contra el Estado si es el que te paga y tengo experiencias absolutamente contrarias a eso. Siempre es una tensión entre lo que el Estado financia y el artista dice, nunca es una propaganda lisa y llana. Siempre hay algo creativo que provoca varias cosas. Me parece que últimamente ganó el discurso donde se cree que los espacios culturales bancados por el Estado son sólo propaganda para los gobiernos y es en esos espacios donde encontrás muchas más críticas. Si escuchás cualquier intervención de Marlene Wayar o Susy Shock en los últimos 8M, encontrás unas tensiones o críticas al Estado y al gobierno de las más potentes que no sé si en el ámbito privado hubieran sucedido. 

-Siempre marcás la riqueza de la vida cultural de la Ciudad de Buenos Aires. ¿Sigue pasando en este contexto?

-Hay una resistencia absoluta y una distancia grande entre los espacios que se siguen sosteniendo a pulmón, como toda la vida, y lo comercial. Los libros están carísimos, pero se siguen haciendo. Hay mucha distancia entre una acumulación de sectores culturales que mueven mucha plata y muy poca plata para quienes siguen haciendo a pulmón. Esa diferencia también está en lo cultural. Lo que el Estado garantizaba era un dialogo entre esos dos mundos. Muchos de los que tienen un centro cultural en el fondo de su casa lo hacen porque son quienes son y porque creen que esa realidad es posible y que eso es una fuente de trabajo. Mi postura es que hay que defender esos espacios no sólo como una cosa romántica sino que tienen que ser fuentes de trabajo como posibilidad real de desarrollo humano. No quiero dar números para responder eso. Quiero que una persona pueda soñar con ser actor o poeta y vivir de eso porque si nos ponemos de acuerdo es posible.

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Emilia Racciatti

Periodista - Licenciada en Ciencias de la Comunicación - Letra P / Radio AM 530
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