“El Silencio. La dictadura en el Delta” es un libro que contiene muchos libros. Por momentos se trata de una crónica periodística de investigación, por otros de una novela histórica y luego deriva en un registro testimonial sobre la dictadura en el Delta.
Su autora es Marisa González de Oleaga, quien lleva una vida trashumante entre tres casas, la del bosque de la Sierra de Guadarrama, la de la aldea de Morvís (ambas en España) y una tercera en una isla del Delta del río Paraná en Argentina.
González de Oleaga es profesora del Departamento de Historia Social y del Pensamiento Político de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED en España y cuenta entre sus publicaciones más destacadas “El hilo rojo. Palabras y prácticas de la utopía en América Latina” y “En primera persona. Testimonios desde la utopía” , además de artículos en revistas nacionales y extranjeras sobre discurso político, experiencias utópicas, museos y memoria.
Pasaron muchos años e infinidad de testimonios en los que sobrevivientes daban cuenta de la existencia de un centro clandestino en una isla del Delta pero no se lograba ubicar el predio donde -en dos casas- habían estado secuestrados. Sumado al pacto de silencio de los represores, la topografía del Delta con sus islas, ríos y arroyos complicó la tarea.
Marisa González de Oleaga no se rindió. Con paciencia y esmero buscó datos, conversó con sobrevivientes, preguntó a los isleños y logró encontrar El silencio, nombre de la quinta donde funcionó un centro clandestino satélite de la ESMA.
“Lo que empezó siendo algo parecido a una recreación del cautiverio de los detenidos desaparecidos en una isla en poder de la Armada acabó siendo un registro testimonial de la dictadura en el Delta” sintetiza la contratapa del libro.
Negras&Blancas conversó con la autora quien estuvo en Argentina para presentar el libro.
-Ernesto Lamas: ¿Cómo llegás al tema y al territorio que es el eje principal de El silencio?
-Marisa González de Oleaga: Tenía un recuerdo de infancia del Delta del Paraná. Un lugar que para mí era la encarnación de los cuentos de la selva de Quiroga y de los libros de Kipling. Un lugar muy querido y casi mágico. Vivo en España desde 1975. Nos fuimos de Argentina de manera precipitada (lo conté en el libro “Transterradas. El exilio infantil y juvenil como lugar de memoria”) y siempre recordaba el país pero especialmente al Delta. Cuando vuelvo en 1989 para terminar mi tesis doctoral fui otra vez al Delta y me volví a enamorar. Volví a recuperar ese lugar de infancia, que era en realidad un lugar muy mío. Luego regresé ya empezados los años 2000, compré un terreno en el Arroyo Caracoles y ahí arranca mi vinculación más potente. Construí mi casa y significó la recuperación de un espacio perdido. En ese tiempo me entero que ha habido un campo clandestino de detención y comencé la investigación.
Lo primero que hice fue buscar el lugar. Fuimos con una amiga isleña que me ha acompañado los 13 años de la investigación y con una amiga fotógrafa. Encontramos el sitio, nos dicen que allí estuvo El Silencio y tenemos la suerte de que está abierta la casa, el cuidador no está y podemos fotografiar todo. De regreso en Buenos Aires comencé el trabajo de campo, me contacto con los sobrevivientes y les entrego las fotografías. Luego esas fotos son presentadas en el juicio ESMA 3 como prueba de que ese lugar, del que ya habían hablado los sobrevivientes, existió.
Lo que hice fue ubicarlo en el mapa y permitir con esa ubicación que fueran a reconocer el lugar. Fui con los sobrevivientes. La primera vez fue tremendamente emocionante.
-En El silencio se percibe una empecinada fuerza para nadar contracorriente. Por momentos parece que no vas a lograr testimonios pero a medida que avanza el texto aparecen, primero tímidos y luego contundentes ¿Cómo es investigar y publicar un libro con memorias sobre la dictadura en tiempos de negacionismo y reivindicación de la represión ilegal desde la institucionalidad del poder?
-La investigación comienza en 2011. Es un trabajo de larga data por la dificultad que supone poder investigar en ese lugar. Lo que noté es que a partir de 2015 se cortó el caudal de testimonios. Hasta ese año los testimonios eran fluidos y a partir de octubre empiezan a aflojar y la gente cada vez tiene menos ganas de hablar y hay una especie de cierre que es realmente muy impresionante.
¿Cómo es publicar? Hay que encontrar al editor, en este caso Alex Schmidt, de Tren en Movimiento, que ya me había publicado Transterradas. Alex arriesga, se arriesga, no es una editorial comercial, es una editorial que cuida y acompaña mucho a la autora y por lo tanto es un trabajo muy colaborativo en el sentido de la edición. Este tipo de libros son necesarios en tiempos de negacionismo y reivindicación de la represión ilegal.
-Decís que “para que una investigación nos atrape y se convierta en una obsesión y estemos dispuestos a dejar todo y a todos para seguir sus pistas, algo de lo propio debe ponerse en juego”. ¿Podrías contar qué se puso en juego de lo propio?
-Lo explicito en el libro con el desarrollo que hago del significante casa. Para mí ese lugar del que me tuve que ir en 1975 era mi casa. Es difícil explicar a alguien que no ha tenido esa experiencia lo que significa que en 15 días todo lo conocido desaparezca bajo tus pies y que en aquel momento no había whatsapp, no tenía teléfono. Vengo de una familia muy humilde con lo cual las cartas que tardaban 15 días en un sentido y 15 en otro -si no desaparecían en el camino- eran el único medio de mantener contacto.
Lo que pasó en la dictadura argentina, no les pasó solamente a los detenidos desaparecidos, a los secuestrados, a los sobrevivientes, le pasó a todo el país. Con este libro lo que intento -además de conjurar demonios y fantasmas- es limpiar mi casa, es anticiparme a las amenazas de eso que yo llamo casa que es ese lugar seguro, acogedor, en el que uno está libre de peligros. Cuando intento recuperar ese lugar perdido construyendo un lugar nuevo, mío y a salvo de las amenazas me encuentro con que muy cerca funcionó un campo clandestino de detención del que sobrevivió muy poca gente. Creo que la idea fue un impulso de supervivencia, de intentar entender o conocer qué es lo que pasó en ese lugar, qué es El Silencio. Y lo que pasó en todo el Delta. El disparador es la quinta El Silencio pero todo el Delta fue una tumba colectiva, fue un lugar amenazado por los vuelos de la muerte, los enterramientos y las cremaciones.
Lo que quise hacer con este libro y con esta investigación, además de dar a conocer algo que no se conocía, que es la dictadura en el Delta, es anticipar qué amenaza mi casa. En el final digo que quiero saber qué amenaza mi casa. Lo escribí dos años antes de cualquier posibilidad de que la ultraderecha llegara al poder y creo que tiene algo desgraciadamente de premonitorio.
-Cito al libro “Cuando le preguntaron a Walsh si Juan había alcanzado o no la otra orilla, respondió que esa no era una pregunta importante, que lo decisivo era que se había atrevido a intentarlo”. Con esta investigación ¿alcanzaste la otra orilla? ¿hay algo que te propusiste investigar que no lograste descifrar o descubrir?
-No sé si la alcancé, pero digamos que la vi y pude ver los contornos de la otra orilla.
Me hubiera gustado ir un poco más allá. Me hubiera gustado que esos testimonios que hablan de enterramientos con una precisión escalofriante de ese señor que era muy alto, de ese niño de seis años, de esa mujer embarazada, esos isleños que enterraron debajo de un ceibo a estas personas que encontraban encima de los árboles en las islas, en los canales, me encantaría haber podido ir un poco más allá y que pudiéramos saber quiénes son, ponerles nombres, dotarlos de la biografía que tuvieron y que ha quedado totalmente nublada y en silencio.
-Promediando el libro narrás un momento en el que la investigación venía con dificultades y sin embargo vos y tus colegas insistían. “Todos nuestros sentidos comprometidos, concentrados en una escena que duró unos cuantos minutos y resumía todas las escenas desde el origen de los tiempos y nos hizo presentir la belleza que encierran estos pagos. Mudos, ensimismados, ajenos al mundo, recuerdo haber dado gracias por estar viva”. ¿Puede que en medio del proceso de investigación y el ejercicio de una memoria tan dolorosa hayas vivido un momento de revelación en el que encontraste el sentido de todo(s) tu(s) trabajo(s)?
-En esa escena cuento una de las veces que fuimos y no encontramos a la persona que nos iba a dar información. Fue un momento de revelación en el que encontré el sentido de todo mi trabajo. También encontré un sentido oculto que me parece fundamental y es que a pesar de que lo que cuento es algo terrorífico, cuánta belleza hay en la resistencia, cuánta belleza ha habido en esta investigación, cuánta belleza ha habido en la comunicación con los sobrevivientes y con los isleños y la cantidad de cosas que tanto unos como otros me han enseñado. Creo que ese momento de revelación es un momento clave para entender lo que fue mi trabajo. Es una epifanía. Ahí me di cuenta físicamente, porque las epifanías no tienen por qué ser racionales, es la cuestión emocional, descubrí como todo encajaba y tenía sentido y me di cuenta de qué era lo que había ido a buscar.
-La investigación ¿fue también un viaje para reencontrarse?
-¡Desde luego! Gracias a este libro definitivamente he regresado a la Argentina. Esa persona que se quedó como colgando, esperando una oportunidad, esa parte de mí que se quedó en Argentina se volvió a reencontrar.
Fueron 40 años de trabajo y este libro de alguna manera es el punto final. Hay un libro anterior que es “Transterradas el exilio infantil y juvenil como lugar de memoria” que de alguna manera sentaba las bases para que El Silencio pudiera tener lugar. Es un viaje de reencuentro como es toda escritura. Toda escritura es autobiográfica como decía Derrida, nos guste o no, lo sepamos o no, lo reconozcamos o no. A veces es muy claro, como en este caso y otras veces es más alambicada, pero siempre algo de nosotros se pone en juego, si no no iniciaríamos un camino que está lleno de complicaciones, de dificultades, de dolores y también de satisfacciones.
-Luego del testimonio de Amador decís que “Mejor guardar silencio porque en estas soledades la palabra es una amenaza”. ¿Cómo hiciste para que los isleños rompan el silencio?
-No lo sé. Eso mismo me preguntaron en una participación que tuve en la Universidad de Quilmes. Me preguntaron si yo podía definir un protocolo para generar esta posibilidad de comunicación con grupos, como en el caso de los isleños, gente que no siempre quiere hablar. No es una cuestión de protocolo, no tengo ningún protocolo. Lo que tengo claro es que yo solo puedo trabajar, eso es un límite, con gente con la que establezca una relación, un vínculo, que siempre es un vínculo de tipo amoroso, en el amplio sentido de la palabra, de tipo afectivo, y creo que eso se nota. Es parte del juego pero no es algo que yo pueda generar a voluntad, se da. No podría trabajar, por ejemplo, con perpetradores, ahí hay un límite. Tiene que ser gente con la que yo sienta no solamente empatía sino una comunión y un interés mutuo.
¡O sea que no sé cómo hice! Simplemente gente a la que en algunos casos quiero, admiro, aprecio, tanto en el caso de sobrevivientes como en el caso de los isleños como en el caso de los niños y no es algo que yo me autoimponga sino que se da de modo natural. Puede que sea un don seguramente heredado de mi madre.
-En un momento clave del libro contás sobre la aparición inesperada del antiguo cartel con el nombre de la quinta El silencio. Esta situación es casi de realismo mágico.
-La historia del cartel fue muy impresionante. Un isleño me llamó aparte, me dijo que tenía algo que contarme que no sabía cómo plantearlo porque estaban todos los sobrevivientes y familiares ahí y fue una situación así como decís vos, de realismo mágico. Me ha pasado varias veces este tipo de epifanías. Me pasó con la localización de la casa operativa de Pacheco que está ahora mismo en investigación judicial. Se trata de una casa operativa de la Armada, de la que los sobrevivientes hablaban y de la que teníamos tres datos: tenía un techo de chapa, un tanque raro y una piscina de forma irregular. ¡Localicé esa casa desde Madrid con el Google Earth! Conté esa historia en un podcast (se refiere al podcast Tuercas y tornillos: herramientas para la Historia: Las casas operativas de la Armada y el terrorismo de estado en la Argentina, (1976-1983)
-Esta investigación es también un llamado en favor de una historiografía cooperativa, escrita a muchas manos, donde resuenan muchas voces. ¿Hacés un llamado a continuar con el trabajo?
-He trabajado muchísimo en la cuestión del debate historiográfico. Tengo un libro que se llama “Itinerarios, Historiografía y Postmodernidad”, y creo que la idea de una historia profesional es una forma de conocimiento pero no la única. Prefiero este trabajo con la comunidad, esta creación conjunta de narrativas colectivas, por eso hablo de historiografía cooperativa. Ahora mismo estoy con un proyecto sobre la historia de los afros y de los indígenas en el Delta y estamos haciendo materiales audiovisuales para niños y jóvenes para que sean ellos los que se apropien de esa memoria. Ahí podré discutir sobre la transmisión de memoria intergeneracional. La única forma de apropiarse de un legado de memoria, como es la historia de afros indígenas en el Delta, es haciéndoles partícipes a las nuevas generaciones de la construcción de esa memoria colectiva.
Entonces es un llamado a continuar con la pesquisa, me encantaría que alguien continúe con la investigación. Y por supuesto, si alguien me llama, alguien me manda información, alguien viene a mi muelle los meses que estoy en el Delta a contarme lo que vio o lo que oyó, por supuesto que lo voy a continuar, es algo que no se cierra nunca.
-Decís “Es en esa forma, que determina el contenido, donde tenemos nuestra capacidad de influir en el mundo, nuestro pequeño margen para la acción. Es en esa posibilidad de transmisión donde nos jugamos lo que somos y lo que hacemos”. ¿Ya tenés en vista el siguiente paso? ¿Seguirás con esta línea de investigación o tenés otros temas en carpeta?
-Llevo mucho tiempo preocupada por el cómo, no solamente por el qué. Puedo estar 100% de acuerdo con los contenidos de una narrativa memorialística, pero creo que el cómo la transmitimos es clave, tan importante como el qué. En el marco del trabajo que estoy haciendo con afros e indígenas en el Delta, hice actividades en cuatro escuelas. Se trata de una experiencia piloto y el año que viene vamos a hacer un trabajo más sistemático, con unos mapas interactivos donde los chicos van a poder colgar sus cosas.
Por el momento no tengo pensado seguir con el tema de la dictadura pero si hay más información, la incorporaré. Sigo en contacto con los sobrevivientes y al día de lo que está pasando con las causas penales.
Creo que esto no tiene un cierre, como no lo tiene tampoco la memoria, ni la transmisión de memoria, ni la recreación y reconstrucción de la memoria. Es un flujo y yo estaré ahí acompañando en lo que se pueda.
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